En la muerte de Zygmunt Bauman: “Dios nos libre de perder la esperanza”

El sociólogo de la modernidad líquida murió siendo un referente moral e intelectual frente al individualismo y a favor de la paz

Zygmunt Bauman, sociólogo e intelectual, creador del término modernidad líquida, fallecido en enero 2017

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Vivimos en un Interregnum, la expresión de Gramsci y de Tito Livio, que a Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) le gustaba usar: “Un estado de confusión total”, según la definía. Y no hay –“no se vislumbra por el momento”– otro mundo posible. Pero el sociólogo de la “modernidad líquida” –que murió el 9 de enero en Leeds (Inglaterra), a los 91 años– no perdió la esperanza: “Tengo esperanza en la razón y la conciencia humana, en la decencia –decía–. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes de lograrlo. No hay razones sólidas para ser optimista. Esta es nuestra plegaria. No soy un profeta. Si perdemos la esperanza será el fin, pero Dios nos libre de perder la esperanza”.

Bauman se fue convertido en un referente moral e intelectual, que supo decirnos con claridad por qué esta posmodernidad que vivimos nos conduce al caos –desarraigo, precariedad, pobreza, desigualdad, refugiados– y la urgencia con la que necesitamos huir del individualismo feroz y del consumismo al que nos hemos condenado creyendo que compramos felicidad. La única solución, sostenía Bauman, es vivir –y creer– con el otro y para el otro: “Con responsabilidad, con libertad, asumiendo las diferencias y la pluralidad, creando vínculos a través del diálogo y la universalización de los derechos fundamentales políticos, sociales y culturales”. Humanismo, comunidad y solidaridad. (…)

La religión también necesita rehacerse, según Bauman. “La ‘religión’ pertenece a una familia de curiosos y a menudo problemáticos conceptos que uno comprende perfectamente hasta que intenta definirlos”, escribió en La posmodernidad y sus descontentos (2001). Ese es quizás el libro donde más a fondo expone su visión posmoderna de la fe. Y lo hace para responder a la pregunta de si existe realmente “una forma de religión específicamente posmoderna”. Y responde que sí: el fundamentalismo. Al fin y al cabo, el integrismo persigue el mismo fin que el hombre posmoderno: su propia y ávida satisfacción frente a los demás, el yo ante todo. (…)

Si el hombre posmoderno se cree autosuficiente y se niega a ser consciente de su misma debilidad, no ve necesaria la religión. Es el ateísmo, que Bauman rechaza como dogma. En El malestar en la posmodernidad señala: “La idea de la autosuficiencia humana minó el dominio de la religión institucionalizada, no prometiendo un camino alternativo para la vida eterna, sino llamando a la atención humana lejos de ese punto; concentrándose, en vez de eso, en tareas que el ser humano puede ejecutar y cuyas consecuencias pueden experimentar mientras todavía son ‘seres que experimentan’; es decir, aquí en esta vida”.

Pero el hombre posmoderno está equivocado. Y a hacérnoslo ver dedicó Bauman toda su obra. Y es aquí donde entra su definición de religión: “Después de todo, la religión no es más que la intuición de los límites que los humanos, siendo humanos, pueden establecer y abarcar”, apuntó en La posmodernidad y sus descontentos. (…)

Publicado en el número 3.021 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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