Papa Francisco a la Renovación Carismática: “No hay líderes vitalicios en la Iglesia”

Bergoglio decide no tener vacaciones y vuelve a insinuar que renunciará como Ratzinger

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Bergoglio visitó a Benedicto XVI antes de partir para Ecuador

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Todo hace suponer que Francisco volverá muy cansado de su visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay; es su viaje papal más largo, ya que durará ocho días, cuatro horas y 45 minutos, según los cálculos oficiales. Añádase a esto que algunas de las ciudades que se encuentran en su itinerario están situadas a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, lo que supone un notable esfuerzo físico; para una persona que ha superado ya los 78 años de vida, recorrer más de 24.000 kilómetros, presidir 22 ceremonias con sus correspondientes discursos, subir y bajar del avión siete veces o estrechar miles de manos supone un desafío que sin duda pasará factura.

Sería imaginable que Jorge Mario Bergoglio se tomase unos días de descanso o de vacaciones. Es lo que le recomiendan sus médicos y colaboradores más cercanos, pero no lo hará, siguiendo una inalterada costumbre que no ha cambiado ni después de ser elegido papa. Y es que tiene un concepto muy especial de las vacaciones, como ha explicado varias veces: no necesita cambiar de ambiente; es más, prefiere permanecer en su habitual lugar de residencia. Eso sí, cambia algo su ritmo de vida y disminuye su volumen de trabajo. Lee más, escucha música, prolonga su tiempo de sueño, recibe a amigos.

Durante todo el mes de julio quedan canceladas las audiencias generales de los miércoles, las particulares (salvo alguna excepción) y los despachos regulares con algunos cardenales jefes de dicasterio; las misas en Santa Marta no se reanudarán hasta el mes de septiembre. Nada más, al menos que se sepa, aunque uno no excluiría que, al regresar de Latinoamérica, visite en Castelgandolfo a Benedicto XVI.

A propósito del papa emérito, este aceptó la propuesta que le hizo Francisco de pasar las dos primeras semanas de julio en la residencia papal que se alza al lado del lago Albano. El 30 de junio, Bergoglio hizo una rápida visita al Mater Ecclesiae para despedir a Joseph Ratzinger, que ese día se trasladaba a Castelgandolfo. “El encuentro, incluido un breve coloquio, duró media hora”, según informó la Sala de Prensa. En las imágenes distribuidas por el Centro Televisivo Vaticano se veía a los dos hablando animosamente.

El sábado 4 de julio, la placidez de Castelgandolfo se vio algo alterada por una ceremonia que tuvo lugar en uno de sus salones. Benedicto XVI recibió el doctorado honoris causa que le han concedido la Pontificia Universidad Juan Pablo II de Cracovia y la Academia de Música de dicha ciudad. Para entregarle los diplomas de ambos doctorados, se trasladaron desde Polonia el arzobispo de Cracovia y gran canciller de la Universidad, el cardenal Stanislaw Dziwisz, así como los rectores de los citados ateneos, el reverendo Wojciech Zyzak y el profesor Zdislaw Lapinski.

Homenaje a Juan Pablo II

Ratzinger, en sus palabras de agradecimiento, aceptó el tributo académico “que hace aún más profunda mi vinculación con Polonia, con Cracovia, con la patria de nuestro gran santo Juan Pablo II. Porque, sin él, mi camino espiritual y teológico no sería ni siquiera imaginable. Con su vivo ejemplo, él nos ha mostrado cómo pueden ir juntas de la mano la alegría de la gran música y la obligación de una participación común en la sagrada liturgia, la alegría solemne y la sencillez de la humilde celebración de la fe”.

La cultura y la sensibilidad musical de Ratzinger le ha llevado durante sus años de magisterio a reflexionar sobre la unión entre música y liturgia y a lamentar que una interpretación equivocada del Vaticano II haya causado un notable empobrecimiento de la música litúrgica. Así, dijo ante sus invitados: “La gran música [antes había citado a Bach, Palestrina, Mozart y Beethoven] es una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de toda la cristiandad, aunque no sea necesario que sea ejecutada siempre y en todas partes. Por otra parte, es claro que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser una manera muy especial de participación en la celebración sagrada, misterio de la fe”.

En unas recientes declaraciones al Corriere della Sera, Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia, contaba que, “en las últimas semanas, ha vuelto a tocar el piano con mayor frecuencia. Sobre todo Mozart, pero también otras piezas que le vienen a la mente; las toca sin partituras”.

Por otro lado, pocas semanas después de la publicación de la Laudato si’, han comenzado a celebrarse en algunas partes del mundo congresos y conferencias sobre los principales argumentos de la encíclica. En Roma, concretamente, ha tenido lugar los días 2 y 3 de julio un simposio cuyo tema era Las personas y el planeta en el primer puesto. La necesidad de cambiar la ruta. Lo habían organizado el Pontificio Consejo Justicia y paz y la Alianza de Organizaciones Católicas para el Desarrollo (CIDSE).

Uno de los primeros en intervenir fue el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. El purpurado quiso focalizar el impacto del documento papal en tres ámbitos diferentes: el internacional, el nacional o local y el de la Iglesia católica. Según él, la encíclica tendrá su influencia en tres de las próximas citas de la ONU sobre esta problemática: la Conferencia sobre la financiación del desarrollo (Addis Abeba, 12-13 de julio), la Cumbre de las Naciones Unidas para adoptar la agenda del desarrollo después del 2015 (Nueva York, 25-27 de septiembre) y, sobre todo, la Conferencia sobre el Cambio Climático que tendrá lugar en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre.

En la esfera internacional, Parolin, basándose en algunos de los axiomas de la encíclica –como “todo está íntimamente relacionado” o “el ambiente, la tierra y el clima son una herencia común cuyos frutos deben redundar en beneficio de todos” (n. 137)–, aseguró que era necesario “oponerse a la cultura del individualismo, que conlleva un deterioro ético y cultural que acompaña al ecológico” (n.162).

“Aunque la comunidad internacional –añadió– ha manifestado una falta de conciencia y de responsabilidad y una escasa autoconciencia de los propios límites, todavía es posible el cambio, una inversión de ruta, porque vivimos en un contexto donde debemos olvidarnos del mito moderno del progreso material ilimitado e inventar modos inteligentes de orientar, cultivar y limitar nuestro poder”. Por cierto, es significativo que el secretario de Estado, como ya hizo el Papa en la encíclica, cite a Pierre Teilhard de Chardin y su libro El fenómeno humano, lo que puede interpretarse como una rehabilitación del sabio jesuita, tan incomprendido en el pasado.

Con la Renovación Carismática

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Hasta 30.000 carismáticos se vieron con el Papa el viernes 3

El último acto público de Francisco antes de tomar el avión rumbo a Latinoamérica fue el encuentro, el viernes 3 de julio por la tarde, con unas 30.000 personas provenientes de todo el mundo y pertenecientes a al movimiento Renovación en el Espíritu Santo, sintéticamente conocidos como los “carismáticos”. Un acto, por cierto, plenamente ecuménico, porque estaban presentes ortodoxos, anglicanos, luteranos o evangélicos, que se unieron en los cánticos y plegarias con las manos unidas.

Del largo discurso del Papa, los informadores han destacado sus palabras sobre el liderazgo en la Iglesia. “Existe –dijo– una gran tentación para los líderes (lo repito, yo prefiero el término ‘servidores’, los que sirven), y esta tentación para los servidores viene del Demonio: la tentación de creerse indispensables, sea el que sea su cargo. El Demonio les lleva a querer ser los que mandan, los que están en el centro, y así, poco a poco, resbalan hacia el autoritarismo, el personalismo, y no dejan vivir a las comunidades renovadas por el Espíritu. (…) Hay que poner un tiempo limitado a los cargos, que en realidad son servicios. Un servicio importante del líder, de los líderes laicos, es hacer crecer, madurar espiritual y pastoralmente a los que tomarán su puesto al final de su servicio. Todos los servicios en la Iglesia es conveniente que tengan un plazo; no hay líderes vitalicios en la Iglesia. (…) Esta tentación lleva también a la vanidad. (…) El poder lleva a eso. ¿Cuántos líderes se convierten en unos pavos reales? El poder lleva a la vanidad. Y, después, te sientes capaz de hacer cualquier cosa, puedes resbalar en los negocios, porque el Diablo entra siempre por la cartera; para el diablo esa es la puerta de entrada”.

En el nº 2.949 de Vida Nueva

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