Día del Seminario 2015: llamados al seguimiento

procesión de sacerdotes concelebrantes de una eucaristía con el cáliz con el cuerpo de Cristo

Dios sigue poniendo sus ojos en cada persona y ofreciendo señales

procesión de sacerdotes concelebrantes de una eucaristía con el cáliz con el cuerpo de Cristo

ÁNGEL MORENO, DE BUENAFUENTE | A pesar de la pobreza y debilidad del ser humano, Dios sigue poniendo sus ojos en cada persona y ofreciendo señales del proyecto que quiere para cada uno de sus hijos. En vísperas del Día del Seminario (19 o 22 de marzo, según las diócesis), en estas páginas nos acercaremos al descubrimiento de su llamada, al período de discernimiento, al proceso de crecimiento espiritual en medio de las luchas diarias…

El Maestro llama

Dios siempre muestra con señales suficientes lo que quiere como proyecto suyo más plenificador para cada persona, y siempre lo seguirá mostrando. Puede ser de manera familiar e íntima, cuando un día, de forma sorprendente, o poco a poco, se percibe que el Señor nos llama a alguien para Sí. A pesar de la pobreza y debilidad del ser humano, Él pone sus ojos en cada uno y lo demuestra en muchos momentos con señales providentes exteriores o con sentimientos consoladores en el secreto del corazón. Cuando esto sucede, contrastada la experiencia, se obtiene, además, la seguridad de la fidelidad divina: Él nunca ha retirado su palabra. Dios no se muda.

El descubrimiento de la propia llamada no es proyección del deseo o invento subjetivo. En el proceso de crecimiento espiritual, a lo largo de un período de discernimiento, en medio del combate y de la lucha, cuando con sencillez de corazón se cumple lo que se descubre que es voluntad divina, se gusta la paz, la alegría y la felicidad mayor.

Hay signos evidentes, que ayudan a comprobar la objetividad de la llamada. Dios no puede pedir algo imposible, y si en su designio de amor solicita una respuesta, antes ha capacitado a la persona para darla. La llamada tiene una correspondencia con la capacidad. Es una señal que autentifica, si lo que se desea no es dictado de la naturaleza, sino de un orden superior y coincidente con el Evangelio.

En cualquier caso, la llamada de Dios no es compatible con una vida de pecado, aunque cabe que, a pesar de reconocer la llamada, coincida con un proceso de purificación y de combate contra el mal.

El que busca con sinceridad, conoce cómo seguir el rastro de la verdad y persigue el aroma del bien. Y aunque tarde en encontrar, el mismo tiempo de la búsqueda se le convierte en hallazgo. El Señor sabe hablar al corazón y, sin palabras, deja el mensaje seguro de su voluntad. No solo por la paz que concede en el interior, sino también por el bien que se produce de su seguimiento, frutos perceptibles en el ánimo de la persona, en su trato y convivencia, en las tareas que realiza, en los deseos nobles que le acompañan.

La llamada a ir detrás de Jesús puede producirse en cualquier momento de la vida. La parábola de los obreros de la viña es un ejemplo paradigmático (Mt 20, 1-13). En ese momento, de una u otra manera, el Señor te dice: “Vente conmigo”. Lo que nos corresponde es la actitud de escucha atenta, porque el Señor pasa.

El trabajo necesario no es el de inventarse la llamada, o esforzarse por conseguir una meta de forma empeñativa, sino la vigilancia, alzar los ojos al horizonte, mirar de manera trascendente la realidad, acercarse a la vida de la gracia y a la Palabra, y un día, cuando Dios quiera, es posible que se oiga, con cierto sobresalto: “Amada mía, ven a mí”, y yo puedo exclamar: “Ya viene el Amado saltando por los montes, brincando por las colinas” (Cant 2, 8).

Pliego publicado en el nº 2.933 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de marzo de 2015

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