El Dios de la periferia

Las bienaventuranzas como misión

TERESA RUIZ CEBERIO (RELIGIOSA DE LAS HERMANAS AUXILIADORAS. LICENCIADA EN TEOLOGÍA PASTORAL) | Siguiendo la invitación del papa Francisco a salir hacia “las periferias existenciales”, Jesús de Nazaret nos llama a reconocerlo y encontrarlo en cuantos crucificados nos encontramos por el camino. Las reflexiones que aquí se recogen fueron compartidas por la autora, el pasado 25 de octubre en Getafe (Madrid), en el marco del Foro de las Periferias organizado por los Hijos de la Caridad para celebrar el cincuentenario de su presencia en España.

I. “DIOS ESTÁ DE MODO INEQUÍVOCO EN LOS POBRES”

Esta afirmación se la escuché por primera vez, en el contexto de un trabajo sobre las bienaventuranzas, a Antonio Palenzuela, entonces obispo de Segovia, excelente teólogo y, sobre todo, hombre evangélico; para mí, un gran maestro. Hoy, el papa Francisco nos invita a salir hacia “las periferias existenciales”: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia, las que prescinden de la religión, las del pensamiento, las de toda miseria. Y se me pide decir algo sobre ello en este Pliego. Y me digo: ¿quién soy yo para hablar del Resucitado, que nos sale al encuentro en las actuales Galileas que son las periferias existenciales? Con este gran interrogante, y mientras me disponía a iniciar la tarea de emborronar estas páginas, espontáneamente, crucé mi mirada con la del Cristo de Javier, cuya imagen reposa ante mí. Su sonrisa, en medio de su ejecución, me conmovió y me dijo: “Estoy crucificado en y con los crucificados hoy, pero también estoy en ellos resucitado y resucitando”. Y, puesta en él mi confianza, abordo la tarea de darlo a conocer. Y lo hago con alegría, porque se me ha dado creer que Jesús vive, que su Espíritu está en mí, está en cada uno de nosotros, mujeres y hombres, cristianos o no, creyentes o no. Desde esa confianza, me fío del Espíritu, que me irá dictando lo que convenga que diga e irá susurrando en cada uno de cuantos me lean –si me lee alguien– lo que más le convenga.

 

II. “EL HIJO NOS LO HA ENSEÑADO” (Jn 1, 18)

“Hoy día, después de Jesucristo, no se puede decir nada verdadero, auténtico y concreto acerca de Dios sin reconocerlo como el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios de nuestra carne, el Dios de nuestra naturaleza humana, el Dios que ha nacido de María Virgen y que, como hombre en nosotros, es hombre y Dios en una sola persona. Dios que se da a sí mismo en la creación, se ha ido autocomunicando progresivamente al mundo, y en Jesucristo ha aceptado para siempre jamás la carne de la humanidad y del mundo”[1].

En Jesús, Dios sale de sí mismo como amor que desciende, según la bella expresión de F. J. Vitoria Cormenzana en su obra Una teología arrodillada e indignada (Sal Terrae).

Los discípulos de Jesús creemos que Dios se ha ido autocomunicando de modo progresivo a través de la historia de la salvación recogida en la Biblia. Voy a evocar algunos de los momentos más señalados de ese progresivo darse, donarse hasta revelarse de modo supremo en Jesucristo, como un Dios con nosotros, por su encarnación.

 

III. EL DIOS DE LA PERIFERIA, EN LA FE JUDÍA DE CUYA FUENTE BEBIÓ JESÚS

Como judío, Jesús profesaba la fe judía, cuyo credo es el Éxodo, acontecimiento que, permanentemente recordado a lo largo de la historia del pueblo de Israel, dio sentido a su existencia. La experiencia del Éxodo ayudó a levantarse al pueblo en situaciones de tanta inclemencia y dolor como en el destierro de Babilonia. Incluso hoy la experiencia de que “Dios sacó a Israel de Egipto” será para el pueblo judío en el que nació Jesús el punto de referencia para reconocer a Dios presente hasta en la más trágica de las periferias, como fue la ejecución de tanto inocente en los campos de exterminio nazis. Elie Wiesel es uno de sus testigos. Escritor judío formado en las tradiciones religiosas judías del Talmud y el hasidismo, obligado con otros a presenciar en el campo de concentración de Auschwitz la ejecución de un niño que no terminaba de morir ahorcado, ante el grito de uno de los presentes (“¿Dónde está Dios?”), dice él: “Oí una voz dentro de mí: ‘En el que está muriendo’”.

 

IV. EN LA PERIFERIA DE EGIPTO, “YAHVÉ SACÓ A ISRAEL DE EGIPTO”

En la periferia del Imperio egipcio, Dios escucha los gritos del pueblo de Israel, pueblo extranjero, oprimido, explotado y esclavizado en la construcción y en la imposición de los trabajos más duros y penosos, orientados a destruirlo porque amenazaba a la gran potencia. Pero “los gritos de auxilio de los esclavos llegaron a Dios. Dios escuchó sus quejas… y, viendo a los israelitas, Dios se interesó por ellos” (Ex 2, 23-25).

Dios escucha los gritos de los esclavos. Dios está atento a cuanto le ocurre a su pueblo, al que acompaña desde la llamada a Abraham con la discreción de quien está atento a cuanto le sucede a la persona amada, respetando su libertad. Interviene solamente cuando el pueblo ya no es capaz de afrontar por sí mismo las adversas circunstancias de la vida. El Dios creador de todos actúa en su pueblo a través de las parteras egipcias, a quienes el rey de Egipto ordenó matar a los primogénitos hebreos, pero “las comadronas respetaban a Dios; en vez de hacer lo que les mandaba el rey de Egipto, dejaban con vida a los recién nacidos” (Ex 1, 17). Actúan como mediadoras en la salvación de Moisés. Hasta la misma hija del Faraón salva la vida del niño, con la colaboración de Miriam, la hermana de Moisés. Las mujeres generadoras de vida, israelitas o no, colaboran con el único Dios en el proceso de la liberación de un pueblo que sufre en la periferia del potente Egipto.

pliego0Todavía joven, Moisés mata a un egipcio que maltrataba a uno de los suyos y, amenazado de muerte, huye lejos al desierto. Y en aquella periferia Dios se le revela en medio de una zarza que arde sin consumirse (Ex 3, 2). La zarza, un arbusto espinoso, puede simbolizar –como leí hace tiempo en un autor anónimo– el sufrimiento de los pobres; sufrimiento permanente que no se consume, en cuyo centro, también de modo permanente, está Dios. Por eso, ¡cuántas veces nos sorprende que los pobres, a pesar del sufrimiento, no se quemen! Y allí, como una llamarada entre las zarzas, se revela Dios a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil… La queja de los israelitas ha llegado hasta mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios; y ahora anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas” (Ex 3, 7ss.).

Dios, que está con los últimos, busca mediadores que en su nombre y con Él vayan a la periferia. A la réplica de Moisés, llamado a liberar al pueblo, Dios responde: “Yo estoy contigo” (Ex 3, 7-12). “Y cuando me pregunten quién eres tú, ¿qué les digo? Les dirás: ‘Soy el que soy’” (Ex 3, 14). “El que soy”, el que estoy con vosotros tanto ayer como ahora y en el futuro, como amor que desciende, ofreciendo y restaurando la vida allá donde la muerte intenta arrebatarla.

Moisés el mediador sacó a Israel de Egipto. María la profetisa, hermana de Aarón, tomó su pandero en las manos y todas las mujeres salieron detrás de ella con panderos a danzar. María entonaba: “Cantad al Señor, sublime es su victoria. Caballos y carros ha arrojado en el mar” (Ex 15, 20). A lo largo de la historia de Moisés, se percibe la sensibilidad y mediación de las mujeres, sean o no del pueblo de Israel, para proteger la vida de los inocentes perseguidos. Evoco al respecto el testimonio de Etty Hillesum, mujer judía de 27 años que, tras haberse ofrecido como voluntaria para acompañar a los judíos en un campo de trabajo transitorio, murió en Auschwitz. El 11 de julio de 1942 escribe en su diario.

“Quiero ayudarte Dios mío… Y si estimas que aún puedo hacer mucho, lo haré tras haber atravesado las mismas pruebas que mi gente. Una cosa tengo clara: no eres tú el que puede ayudarnos, somos nosotros los que podemos ayudarte y, al hacerlo, nos ayudamos a nosotros mismos”[2].

 

[1]. Karl Rahner, María, madre del Señor, Herder, Barcelona, 2012, pp. 26-28.
[2]. Etty Hillesum, Une vie bouleversée, Editions du Seuil, París, 1995, pp. 169-175.

 

 

Siguientes apartados (suscriptores):

  • V. EN LA PERIFERIA DEL DESTIERRO EN BABILONIA, “DIOS LIBERÓ AL PUEBLO POR LA MEDIACIÓN DE UN SIERVO”
  • VI. NACE, MUERE Y SE MUEVE EN LAS PERIFERIAS
  • VII. EL DIOS DE LA PERIFERIA ESTÁ CON JESÚS EN SU MUERTE Y SU RESURRECCIÓN
  • VIII. ¿CÓMO ES EL DIOS DE LA PERIFERIA ENCARNADO EN JESÚS?
  • IX. ¿DÓNDE Y CÓMO RECONOCERLE HOY ENTRE NOSOTROS?
  • X. SALID A SU ENCUENTRO, “ID A GALILEA, ALLÍ LE VERÉIS” (Mt 28, 5-10)

 

Pliego publicado en el nº 2.916 de Vida Nueva. Del 8 al 15 de noviembre de 2014

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