Iglesia y ciudad: el desafío de las culturas urbanas

La cambiante realidad urbana exige capacidad de adaptación de la Iglesia para potenciar su labor

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P. VITOR HUGO MENDES Y P. RAÚL ISLAS OLVERA (CELAM) | A la luz de la Misión Continental Permanente, la conversión pastoral y el discipulado misionero, este trabajo retoma la recomendación de la Conferencia de Aparecida (2007): La necesidad de “una nueva pastoral urbana en la Iglesia” (Documento de Aparecida, n. 517).

 

I. AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: UN CONTEXTO REGIONAL EN PROFUNDA URBANIZACIÓN

Actualmente, los 41 países que conforman la región latinoamericana y caribeña suman una población aproximada de 570 millones de personas. Datos de Naciones Unidas (2002) dicen que la población urbana en este territorio creció de 176,4 millones (58,9%) en 1972 a 390,8 (75,3%) en el año 2000. Se estima que en 2030 alcance los 604 millones (83%). Casi ocho de cada diez latinoamericanos viven en ciudades. Las diez más pobladas son:

  • mexico1. Ciudad de México (México)
  • mexico2. São Paulo (Brasil)
  • mexico3. Buenos Aires (Argentina)
  • mexico4. Río de Janeiro (Brasil)
  • mexico5. Bogotá (Colombia)
  • mexico6. Lima (Perú)
  • mexico7. Santiago (Chile)
  • mexico8. Caracas (Venezuela)
  • mexico9. Guadalajara (México)
  • mexico10. Monterrey (México)

De acuerdo con esa realidad, ya se reconoce que el presente y el futuro sociocultural, religioso, educativo, económico, político, ecológico… de la región se definen en referencia a este progresivo crecimiento de sus territorios urbanos.

Con esta nueva fisionomía urbana, el rápido crecimiento de las ciudades en América Latina y El Caribe refleja una exposición permanente de las antinomias económicas, políticas y culturales que acompañan el (des)orden que se proyecta en el espacio urbano. Bajo esta dinámica:

En la ciudad, conviven diferentes categorías sociales tales como las élites económicas, sociales y políticas; la clase media con sus diferentes niveles y la gran multitud de los pobres. En ella coexisten binomios que la desafían cotidianamente: tradición-modernidad, globalidad-particularidad, inclusión-exclusión, personalización-despersonalización, lenguaje secular-lenguaje religioso, homogeneidad-pluralidad, cultura urbana-pluriculturalismo. (DA, n. 512).

Vía de regla, la gestión administrativa de las ciudades se muestra incapaz de conciliar el desarrollo urbano y el ámbito de las necesidades de los ciudadanos. La gran mayoría de las ciudades presentan áreas con graves deficiencias de infraestructura, saneamiento y otros tantos problemas de inseguridad y violencia.

Sin embargo, la industriosa movilidad que viabiliza y permite el mundo urbano constituye un fenómeno permeado de posibilidades, ambigüedades y paradojas que conjeturan un contexto en continua transformación. Se trata de un movimiento sin precedentes y que, en definitiva, afecta a las más recónditas dimensiones de la vida humana y de la organización social. Tal metamorfosis, presente en la realidad latinoamericana y caribeña, enmarca uno de los aspectos principales de la supresión de una mentalidad rural supuestamente arcaica. Progresivamente, se rompe aquella idílica imagen donde predomina la armonía del espacio centralizado, muchas veces definido por la plaza, la iglesia y sus alrededores; una vida social movida y definida por el ritmo cíclico y calmado de un orden vital natural, agrícola, rural, tradicional.

El mundo urbano, por el contrario, se distingue por su constante re-creación, por sus discontinuidades fragmentarias y por sus lógicas pluricéntricas. Ya no hay un punto geográfico material, fijo, central, delimitado capaz de responder a las infinitas necesidades, intereses y actividades de las personas que allí se localizan, se descubren, se tropiezan en total anonimato. El mundo urbano asume así una plasticidad estética “pluriespacial” que es versátil al reclutar los medios de comunicación y las ofertas publicitarias, las redes de intercambio social y la permuta de informaciones que, de esa manera, interconectan las más diversas unidades que componen los espacios urbanos.

Esa complejidad urbana genera, favorece y moviliza un estado permanente de locomoción y circulación que está ávido de apropiarse de las innumerables alternativas que se entretejen en la territorialidad urbana: infraestructura (física e institucional), ofertas laborales, tiempo de ocio (actividades culturales, deporte, zonas verdes), libertad, etc.

A la vez, la dinámica urbana asigna un tipo de transitividad incontenida que, en su lado perverso, reglado por la fuerza del mercado económico, potencializa e industrializa las necesidades de las personas en vista de mercantilizar productos, servicios y oportunidades que son brindadas según la lógica de la libre competencia. De esa manera, se impone un dictamen fríamente calculado, como el recrudecimiento de la ley de la oferta-demanda de bienes diversos (económicos, culturales, educacionales, religiosos, etc.).

En realidad, el predominio de esta mentalidad mercantil no solo promueve el lenguaje empresarial-administrativo, para nombrar el entramado económico que se establece en el ambiente urbano (gerente, administrador, gestor, cliente, usuario, consumidor), sino también condiciona el imaginario social a un consumismo irrestricto. El consumo produce las necesidades, y el signo más sofisticado de esa lógica es, tal vez, el shopping center. Ya no interesa tanto el ciudadano, la ciudadanía, el derecho a la ciudad, el crecimiento de los índices sociales, sino la conminada inserción en la sociedad de consumo.

Paradójicamente, en las ciudades queda así instituida una falsificada “sociedad de la abundancia” y de participación democrática. El sistema es excluyente, selectivo y discriminatorio, al concebir un tipo de libre concurrencia social en donde prevalecen condiciones profundamente desiguales de inserción en el mercado. Lo mismo pasa con la apología de una convivencia social ecuánime y distributiva, en fin, de la ciudad como espacio de satisfacción de las necesidades y de felicidad para todos. Como afirma Aparecida, en tales situaciones, lo que resulta es el grave problema de la exclusión social:

Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente ‘explotados,’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables’. (DA, n. 65).

Parece necesario reconocer que estos elementos descriptivos no se presentan como datos concluyentes para una realidad bastante heterogénea como es la ciudad, por lo tanto, capaz de traducir por entero la diversidad urbana que, efectivamente, se encuentra en la extensión casi continental de América Latina y El Caribe. Sin duda, hay algunos pueblos originarios y comunidades alejadas de los centros urbanos que consiguen mantener sus tradiciones y culturas, todavía; a lo sumo, figuran como excepciones a la regla. Por supuesto, en diferentes lugares hay iniciativas diversas, reuniones, simposios, seminarios, congresos, estudios, propuestas, experiencias que tratan de “humanizar las ciudades”, tal como se pudo percibir, por ejemplo, en la realización del 7º Fórum Mundial UrbanoEquidad Urbana en el Desarrollo. Ciudades para la Vida[ver dossier],celebrado del 5 al 11 de abril en Medellín. Parece más que evidente que otro tipo de desarrollo urbano es posible. Sin embargo, la premeditada racionalización del espacio urbano, en vista de la exclusividad económico-financiera, constituye una tendencia fundamental que aún perfila el modelo predominante de planificación y ordenamiento del mundo urbano en nuestro entorno local, nacional y regional.

En razón de esto, se puede aludir que la situación siempre cambiante de las ciudades y de las múltiples instancias productoras y reproductoras de la cultura urbana, sea en las pequeñas y medianas ciudades, sea en las grandes megalópolis, sigue promoviendo una “oscura revolución” en el pensar y actuar de las personas. Es cada vez más visible la precariedad en alcanzar un equilibrado acuerdo de los espacios público-privado, del individuo-bien común, del desarrollo-sostenibilidad, etc. En tal perspectiva, la presumida cultura ciudadana se transforma en muchas “subculturas” que constituyen, rediseñan y habitan las ciudades, caracterizando un genuino y complejo caleidoscopio social.
 

II. LA PLURICULTURALIDAD URBANA BAJO EL IMPACTO DEL “CAMBIO DE ÉPOCA”

En las ciudades, como escenarios de una variedad de estilos de vida, ideas, valores, etc., relumbra la compleja tejedura de la(s) cultura(s) urbana(s). En ese sentido, el proceso de urbanización que nos alcanza es un fenómeno históricamente datado. Ese dinamismo que implica y describe una inequívoca pluralidad cultural conlleva una dosis determinante de la condición moderna/ posmoderna/ posmetafísica que, a la vez, resulta de innúmeras vicisitudes históricas, económicas, políticas, etc.

Aparecida, de manera condensada, retoma esa problemática y afirma que “vivimos un cambio de época, y su nivel más profundo es el cultural” (DA, n. 44). En el nivel cultural están anotados los principales signos del “cambio de época”. No obstante, esa situación, tal como se explicita, viene demarcada por los diferentes impactos de la globalización.

En general, las culturas, en su situación actual, entendidas como producto e impulsoras del “cambio de época”, siguen restringidas por las ambigüedades de los procesos de la globalización en su dimensión más difundida: “la económica”. Esta se “sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana” (DA, n. 61), “influye en las ciencias y en sus métodos, prescindiendo de los procedimientos éticos” (DA, n. 465). Como resultado, más que de un veredicto, Aparecida alerta frente a un riesgo presente en la cultura actual: la destrucción de “lo que de verdaderamente humano hay en los procesos de construcción cultural, que nacen del intercambio personal y colectivo” (DA, n. 45).

A la luz de esos procesos de cambios, en los cuales el distanciamiento crítico de esa situación ya constituye diferentes perspectivas de una misma historia de desarrollo social, un aspecto importante es la necesidad de acompañar los muchos desdoblamientos y los alcances de esa situación de mudanzas diversas. En tal sentido, todos esos procesos de vaivenes socioculturales descritos en el Documento de Aparecida, se manifiestan de manera evidente como problemática principal de las culturas urbanas. La ciudad figura como un particular ambiente donde se explicitan los diferentes aspectos culturales del cambio de época. En ese sentido, parece fundamental la afirmación de Aparecida cuando sostiene que “las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura contemporánea, compleja y plural” (DA, n. 509).

Sin lugar a dudas, parece incuestionable que:

La ciudad se ha convertido en el lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología. Esta mentalidad urbana se extiende también al mismo mundo rural. (DA, n. 510).

En este ambiente, donde se forja y crece la urbanización, se puede identificar con cierta facilidad la complejidad de las culturas urbanas “híbrida, dinámica y mutable” y la huella de las culturas suburbanas en situaciones de grave pobreza y miseria (DA, nn. 58 y 59).

Bajo esa perspectiva, en la pluriculturalidad urbana concurren distintos factores de una realidad ambivalente. Por un lado, se reconoce, se valora y se experimenta un tipo de ofensiva de la multiplicidad que, heredera de las experiencias de libertad, autonomía y emancipación modernas, reconoce la emergencia de las diferentes culturas y, por consiguiente, el derecho de las minorías excluidas, la precariedad de vida de los empobrecidos, la necesidad de redimensionar las formas de socialización; y, a la vez, preconiza un embate contra todas las formas de hegemonías (poderes autoritarios, verdades impuestas, dictaduras culturales, etc.).

De otro lado, se verifica una diversidad arbitraria e indiferenciada que, relativista, aboga por un pluralismo cultural difuso y sin fronteras. Esa perspectiva, incapaz de cualquier sinergia social, aniquila la alteridad y acaba por consumir y patrocinar los efectos de la cultura globalizada: masiva, autorreferente, desenraizada, individualista, consumista, indiferente.

En la pluriculturalidad urbana se constata un pluralismo que logra promover distintas formas de pensar, actuar, sentir y valorar a veces antagónicas. Se establece un tipo de cercanía entre las personas que mezclan actitudes y comportamientos dispares. Una variedad que oscila entre la pura verdad, la espontaneidad, la libertad… hasta la farsa, el engodo, la traición y la corrupción. De manera permanente, una moralidad ética de la libertad y de la responsabilidad en las culturas urbanas se torna una máxima necesaria y que interpela la calidad, la eficacia y el futuro de la convivencia humana en sociedad.
 

III. LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LA CIUDAD Y LA EVANGELIZACIÓN DE LAS CULTURAS URBANAS

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La urbanización es un fenómeno cada vez más efectivo en orden a lo socio-cultural de la globalización (económica), pero no es menos prospectivo en orden a los retos que presenta a la labor eclesial-evangelizadora de la Iglesia: América Latina y El Caribe –donde se concentran los números más expresivos del cristianismo y del catolicismo mundial (40%)– se convierte en una región típicamente urbanizada. Frente a esta realidad cambiante, es redoblada la atención de la Iglesia ante este inexorable y acelerado proceso de urbanización que se visibiliza en el contexto regional. Parece suficiente sugerir que la inevitabilidad de esta realidad condiciona y determina todas las posibilidades de una “nueva evangelización” (cf. Evangelii gaudium, n. 11).

No se trata de una tarea fácil. Heredera de una larga tradición rural que sostuvo su base fundamental en la Edad Media, en el contexto del duradero feudalismo, la Iglesia, de manera general, tuvo dificultades para asimilar la cultura moderna, caracterizada por la emergencia de las ciudades y de las culturas urbanas. En ese particular, la institución eclesial, en su cosmovisión, estructura y organización pastoral-parroquial, mantiene una reserva plural de categorías y elementos rural-urbanos que encuadran su acción teológica y pastoral. Se trata de una limitante que ha sido profundamente cuestionada. En orden a promover las mudanzas necesarias, todavía hay un largo camino.

Procesión de la Virgen de Caacupé en Buenos Aires.

Procesión de la Virgen de Caacupé en Buenos Aires.

Es verdad que, en el ámbito regional latinoamericano y caribeño, los primeros encuentros de reflexión sobre la problemática urbana impulsados por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) fueron realizados a partir de 1965 (incluso antes de la Conferencia de Medellín) y registran un importante camino histórico y temático. Grosso modo, las diferentes iniciativas regionales profundizarán en la realidad de urbanización de América Latina y El Caribe en consonancia con las orientaciones y preocupaciones del Magisterio regional y universal. Lucidamente preocupados por la evangelización en el mundo urbano, sobreviene por parte del Magisterio eclesial una serie de pronunciamientos que se ocupan de las problemáticas de la urbanización (cfr. Gaudium et Spes, 1965; Octogesima Advenians, 1971; Evangelii Nuntiandi, 1976; Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992; Ecclesia in America, 1999).

De manera general, los encuentros y estudios realizados en este período comprenden que el mundo urbano posee un carácter plural y dinámico y que exige un análisis permanente y cualificado (sistemático). Sin embargo, lo que se presenta como interpretación de este contexto parece más efectivo como crítica de una realidad en transformación que, propiamente, sistematización de un discurso eclesial coherente y capaz de proponer un camino pastoral consecuente con el creciente fenómeno de la urbanización. De este modo, las diferentes narrativas de la pastoral urbana en América Latina y El Caribe coinciden en reunir un conjunto de experiencias bien sucedidas de intentos, fracasos y éxitos.

Se trata de perspectivas que van siendo socializadas, reflexionadas y mejoradas, de manera que, en Aparecida (2007), reciben un nuevo impulso y una renovada orientación: es necesario promocionar una “nueva pastoral urbana” (DA, n. 517). Tal exigencia queda plenamente confirmada en la exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa Francisco:

El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos, aunque debamos advertir que un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son aptos para esa realidad. (n. 75).

Considerando este itinerario, podemos decir que la presencia de la Iglesia en la ciudad aún constituye una realidad a ser recreada. Se trata, como indica Aparecida, de comprender y asumir que:

La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.

Por lo tanto, el “camino de Pastoral Orgánica debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy”. En ese sentido, la acción evangelizadora en las culturas urbanas pide “indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios”. En realidad, es necesario que el “anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura” (DA, nn. 370-371).

Bajo esta perspectiva, el cambio de época provocado por los distintos rostros de la globalización requiere un cambio eclesial profundo. En realidad, exige un radical cambio de mentalidad y de estructuras, un tipo de renovación que sea capaz de ubicar, en las nuevas circunstancias, la presencia de la Iglesia en la ciudad. Retomar la misión de la Iglesia implica, entre otros aspectos, promover “la generación de cultura” (DA, n. 100, d), una Cultura de la Vida que incide en todas las formas de vida social, por consiguiente, en todo el ecosistema urbano. Como dicen los obispos:

Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna. (DA, n. 358).

En suma, la vida digna y plena, la fraternidad como acción política y ciudadana, es el dinamismo rector de la acción evangelizadora en las culturas urbanas.

Siguientes capítulos del Pliego (solo suscriptores):

  • IV. PASTORAL URBANA: TEXTOS, PRETEXTOS y CONTEXTOS
  • V. DIOS VIVE EN LA CIUDAD: A PROPÓSITO DE UNA “NUEVA PASTORAL URBANA”
  • VI. LA CIUDAD COMO ESPACIO POLÍTICO DE CONSTRUCCIÓN DEL BIEN COMÚN y DE LA FRATERNIDAD
  • PALABRAS FINALES

Iglesia y ciudad: el desafío de las culturas urbanas (PDF solo suscriptores)

En el nº 2.907 de Vida Nueva. Del 6 al 12 de septiembre de 2014.

 

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