Entrevista con el obispo de San Cristóbal de las Casas, México
- EDITORIAL: El triunfo del diálogo
JOSÉ LUIS CELADA | La misma Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que, en el año 2000, sugirió al obispo de San Cristóbal de Las Casas (México) no ordenar más diáconos permanentes, acaba de entregarle a Felipe Arizmendi Esquivel una carta en la que le autoriza a retomar nuevamente esta práctica.
Atrás queda más de una década de diálogo, no exenta de desencuentros e incomprensiones. También recientemente, la Congregación para el Clero aprobó la reglamentación mexicana para la formación y la vida de dicho colectivo eclesial.
P: Después de 14 años, puede volver a ordenar diáconos permanentes casados en su diócesis. ¿Se impuso finalmente la lógica a las sospechas y desconfianzas?
R: Se impuso la lógica de la comunicación, tanto para comprender los puntos en que Roma tenía razón en desconfiar y que nosotros debíamos corregir o aclarar, como para hacer valorar en Roma todo lo positivo y fecundo que ha sido el ministerio de los diáconos, así como la necesidad que tenemos de ordenar a varios, que ya llevan tiempo preparándose para un servicio que nuestros pueblos indígenas tanto requieren, para que tengan Vida en Cristo.
P: ¿Qué siente en estos momentos?
R: Que el camino humilde, paciente y perseverante en el diálogo eclesial, tarde o temprano, da sus frutos. Me siento agradecido con el Espíritu Santo, a quien tanto acudimos para que encontráramos la forma de abrir de nuevo el sendero para la ordenación de más diáconos permanentes. Y el Espíritu lo fue abriendo. Nos ha concedido, digo que en forma milagrosa, un prometedor aumento de sacerdotes y de vocaciones sacerdotales. Hace 14 años, había solo 66 sacerdotes; hoy son 98.
Había solo seis seminaristas mayores; hoy son 58; de estos, 19 están en Teología. Este signo, que depende fundamentalmente de Dios, nos demostró a todos que ambas vocaciones, diaconal y presbiteral, son complementarias, no excluyentes, ambas para el servicio del Pueblo de Dios.
P: Aunque haya tardado, el diálogo ha dado sus frutos. ¿Por qué en la Iglesia, escuela de comunión, a veces cuesta tanto dialogar como hermanos?
R: Porque somos humanos y, desde lejos, no comprendemos los motivos del otro, no valoramos sus esfuerzos, nos dejamos contagiar por las desconfianzas y los recelos. No es mala voluntad, sino falta de más humildad y valentía para dialogar. Todo punto de vista es solo la vista desde un punto; y hay que escuchar a quien tiene puntos de vista diferentes a los nuestros, para tener una visión más completa de la realidad.
Nuestra diócesis debía y debe escuchar lo que opinan otros sobre nuestros procesos pastorales, para aclarar lo que sea necesario, pero también para revisarnos humilde y sinceramente si algo estamos haciendo no muy bien. Aquí ya no caben resentimientos, sino dar gloria a Dios, que da su gracia para que se muevan los corazones y las mentes, allá y aquí.
P: ¿La llegada del papa Francisco ha acelerado el proceso?
R: Siendo latinoamericano, comprende más de cerca las realidades latinoamericanas, como es obvio. Por eso decimos que Dios tiene sus tiempos, y estos años de espera no han sido inútiles: se ha continuado la formación para ordenar nuevos diáconos, como esperábamos que tarde o temprano se pudiera; no se ha interrumpido el proceso de formación.
Se ha trabajado en la pastoral vocacional integral. Se han promovido más los ministerios laicales. A algunos candidatos al diaconado, instituidos lectores y acólitos, se les facultó para bautizar y presidir matrimonios; esto último con permiso de la Santa Sede, como es debido. La espera no ha sido tiempo inútil.
P: ¿Estuvo tentado durante este tiempo de atender más a las necesidades pastorales que a Roma?
R: No faltaba quien me lo exigiera, pero nunca ha sido mi actitud romper la unidad, aunque esta a veces duela. Lo más importante no es hacer una diócesis como yo quiera, sino caminar en comunión con mis hermanos obispos y con quien preside en la caridad. La comunión eclesial es lo más hermoso, aunque cueste sufrimientos personales. Por encima de todo está la Iglesia, no mis criterios personales.
P: ¿Asuntos como este delatan la distancia –no solo geográfica– entre la Santa Sede y las “periferias” eclesiales?
R: Es obvio que las distancias cuentan y condicionan. Por eso, nuestra tarea pastoral es acortar distancias, hablar, explicar, insistir y esperar. Y orar mucho, pues si el Señor no construye…
En el nº 2.899 de Vida Nueva