Cuaresma 2013: pedagogía para un encuentro

Nole me tangere María Magdalena quiere acercarse a Jesús después de la resurrección

Una relectura de los grandes textos evangélicos del catecumenado cuaresmal

Nole me tangere María Magdalena quiere acercarse a Jesús después de la resurrección

LLUÍS SOLÀ I SEGURA, monje de Poblet | El próximo día 13, Miércoles de Ceniza, da comienzo una nueva Cuaresma. De la mano de grandes iconos evangélicos que nos ofrece la liturgia (la samaritana, el ciego de Siloé, Marta y María en Betania, Elías y Moisés en el monte Tabor…), estas páginas proponen una relectura de estos relatos y del propio camino cuaresmal en clave de encuentro.

Se trata de una lectio divina con la que entender y preparar mejor ese otro Encuentro que es la Pascua de Jesús. Los relatos pascuales de las apariciones del Resucitado con sus discípulos y amigos, ante la dificultad de expresar lo inexpresable, presentan la realidad de la resurrección, esta nueva presencia de Jesús con los suyos, en clave de encuentro. Un aspecto tal vez poco destacado en las lecturas habituales de estos evangelios. Jesús se encuentra o, mejor, se reencuentra con los suyos.

Es en el ámbito de este encuentro donde los discípulos podrán comprender y apropiarse el mensaje angélico de la resurrección, su contenido y su profundidad. Podría decirse lo mismo de los relatos de la Navidad.

Mi reflexión cuaresmal partirá de esta premisa, y voy a leer las distintas etapas del camino cuaresmal como una pedagogía para el encuentro. Mi intención es proporcionar algunas claves, en un ejercicio de lectio divina, para la relectura de los grandes textos del catecumenado cuaresmal, que nos permita recuperar la vivencia y actualización del misterio pascual como una fuente real de reconciliación en nuestra vida, en nuestra sociedad, en nuestro mundo.

  • Un relato preliminar: “José besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos. Después de esto, sus hermanos hablaron con él” (Gn 45, 15).
  • Encuentro en el desierto: “Enseguida, el Espíritu le impulsó al desierto, y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba con las fieras, y los ángeles le servían” (Mc 1, 12-13).
  • Encuentro en la montaña: “Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y les hizo subir aparte, a solas, a un monte alto, y fue transfigurado delante de ellos” (Mc 9, 2).
  • Encuentro en el pozo: “Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Vino una mujer de Samaría para sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de beber'” (Jn 4, 6-7).
  • Encuentro en la piscina del “enviado”: “Mientras pasaba Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y con el lodo untó los ojos del ciego. Y le dijo: ‘Ve, lávate en el estanque de Siloé’ –que significa enviado–. Por tanto, fue, se lavó y regresó viendo” (Jn 9, 1.6-7).
  • Encuentro en Betania: “Jesús dijo a Marta: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?'” (Jn 11, 25-26).

Rehaciendo el encuentro

La sociedad actual en la que se desenvuelven nuestros procesos, nuestra historia, reclama de nosotros una profundización y un conocimiento cada vez mayores de nuestra interioridad. Como cristianos, tenemos la obligación de ser muy serios en esta tarea. Lo pide la calidad de los encuentros que después seremos capaces de establecer con los otros, en quienes en definitiva se verifica el encuentro de Dios con su criatura, el misterio de su Pascua.

La Cuaresma es este espacio temporal en el que se nos ofrece la posibilidad de renovar y recuperar esta tarea. San Benito, en su Regla (c. 49), desea que este sea el espacio ideal y perenne del monje. Toda la vida del monje, según él, debe ser una Cuaresma, un aprendizaje del encuentro, que se verifica en el servicio concreto a los demás, a los hermanos y a los forasteros.

Para san Benito, en efecto, el amor lleva el nombre de servicio, y el servicio es la verificación del amor, ya que es en el servicio donde se produce el verdadero encuentro. Como Dios que se reencuentra con su criatura, cuando en Jesús se inclina para lavarle los pies heridos y sucios por las piedras y el polvo del camino.

Pliego íntegro, publicado en el nº 2.835 de Vida Nueva (9-15 de febrero de 2013)

 

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