Benedicto XVI en Alemania. Lecciones para el mundo y para la Iglesia

ANTONIO PELAYO, enviado especial a Alemania | Tres etapas en ciudades tan emblemáticas como la capital federal, Berlín, Erfurt, cuna de la Reforma protestante de Martín Lutero, y Friburgo, uno de los bastiones históricos del catolicismo alemán. Dieciocho ceremonias con otros tantos discursos, dos de los cuales –los del Reichstag y la Konzerthaus de Baden-Würtemberg– se incorporarán al corpus del pontificado ratzingeriano. Y, una vez más, el fracaso de las previsiones pesimistas que aseguraban que Benedicto XVI no sería profeta en su tierra y que las protestas o la indiferencia serían la tónica general de los cuatro días, del 22 al 25 de septiembre, que ha durado su visita.

Protestas e indiferencia solo las ha habido en Berlín. Son católicos algo menos de 400.000 de sus cinco millones de habitantes. Con estas premisas, nadie imaginó que las multitudes estarían en las calles aclamando el paso del papamóvil.

Para compensar la ausencia de calor popular, el Papa fue recibido con los máximos honores, incluidas las salvas de cañón cuando aterrizó en el aeropuerto de Tegel.

La ceremonia oficial de acogida tuvo lugar en el castillo de Bellevue, adonde el Papa se trasladó y en cuyos jardines recibió los honores militares. “La Iglesia y el Estado –le dijo– están jurídicamente separados, pero la Iglesia no es una sociedad paralela: vive en medio de la sociedad, del mundo y de nuestro tiempo. Por eso también a ella se le plantean nuevas cuestiones”.

El Pontífice agradeció al presidente su “invitación a esta visita oficial (…), pero yo no he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrarme con la gente y hablarles de Dios”.

Minutos después, el Papa se encontraba ya en la sede berlinesa de la Conferencia Episcopal Alemana (CEA) –la sede histórica y el secretariado general siguen en Bonn– y allí llegó la canciller acompañada de su segundo marido, Joachin Sauer, y de algunos colaboradores. La recibió el Secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, en compañía del cual se trasladó a la Biblioteca donde la esperaba el Pontífice.

Un Papa en el Parlamento

A primeras horas de la tarde tuvo lugar el momento más denso de la jornada: el discurso de Benedicto XVI en el reformado edificio del Reichstag. Estaban presentes la mayoría de los parlamentarios, excepto de algunos exponentes de Los Verdes, del izquierdista Die Linke y de los autodefinidos Laizisten in der Spd o socialdemócratas laicos. Estaba presente todo el Gobierno, con la canciller a la cabeza, los máximos representantes de otras instituciones del Estado y el Cuerpo Diplomático.

De pie ante el hemiciclo, Ratzinger pronunció un discurso memorable que sorprendió por su altura. En él abordó las raíces jurídicas del Estado y de la política, “que debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz”.

Apenas acabó de hablar, todos los presentes aplaudieron durante largos minutos y se pusieron en pie para testimoniarle su respeto al Papa. El comentario más generalizado es que habían escuchado una disertación de gran altura y que no se prestaba a ninguna manipulación interesada.

Lleno el Estadio Olímpico

Minutos después, en el mismo edificio del Parlamento, tenía lugar el encuentro entre el Papa y 15 representantes de la Comunidad Judía Alemana (poco más de cien mil personas en todo el país), ante quienes recordó algunos de los más horrendos crímenes antisemitas del III Reich, y afirmó que “los cristianos debemos también darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo”.

De ahí, la comitiva papal partió en dirección al Oympiastadion, donde tuvo lugar una festiva misa iniciada con el saludo del arzobispo Woelki.

Benedicto XVI manifestó su alegría al ver que el estadio estaba lleno, confirmando así la opción de los organizadores que, aun sabiendo que el lugar suscitaba en el subsconsciente del Papa y de la gente de su generación recuerdos no muy agradables ligados al nazismo, lo mantuvieron como escenario de una misa a la que acabaron asistiendo cien mil personas.

Benedicto XVI, emocionado por el espectáculo que tenía ante sus ojos, hizo en su homilía una preciosa meditación mariana cuya lectura recomiendo.

Las calles de la bella capital de Baden-Würtemberg no solo estaban engalanadas, sino repletas de gente que esperaban el paso de Benedicto XVI hasta la imponente catedral, construida a partir del siglo XII en un estilo gótico que incluye muy bellas vidrieras medievales.

Tras visitarla y admirar sus obras de arte, el Papa se asomó a la plaza adyacente, donde se habían congregado unas 3.000 personas, que lo aclamaron mientras firmaba en los libros de oro de la ciudad y del land. A primeras horas de la tarde, mantuvo un encuentro con el que fue tantos años canciller Helmut Kohl, artífice de la reunificación del país, hoy en silla de ruedas y retirado de la política activa, pero cuya “sombra” protege aún a su partido, la CDU, y, de algún modo contradictorio, a su sucesora, la señora Merkel.

Sorpresa en Friburgo

La agenda de Friburgo fue muy intensa y se sucedieron los encuentros con las Iglesias ortodoxas, con el poderoso Comité Central de los Católicos Alemanes y la vigilia con los jóvenes, en la que participaron varios miles. El domingo, la misa concentró a 100.000 fieles y, antes de regresar a Roma, el Papa se encontró en la Konzerthaus de Friburgo con centenares de representantes de las “fuerzas vivas” de la Iglesia, quince asociaciones con gran presencia en el mundo académico, cultural, asistencial y político.

Este discurso fue la sorpresa del viaje, y así lo percibieron los observadores más agudos. Benedicto XVI se planteó inicialmente la pregunta: ¿debe cambiar la Iglesia, adaptarse al tiempo presente? Su respuesta fue resueltamente afirmativa: “Sí, hay motivo para el cambio, todos los cristianos y la comunidad de los creyentes están llamados a una continua conversión. (…) El motivo fundamental del cambio es la misión apostólica de los discípulos y de la misma Iglesia”.

Este es, según Ratzinger, el sentido de la auténtica renovación eclesial que evoca el ¡Ecclesia semper reformanda! de otros grandes teólogos de la historia, y con cuyos postulados es difícil no estar de acuerdo. En ese sentido, el Papa, sin citarlos, ha polemizado con algunos epígonos de la teología alemana actual (no ha faltado la entrevista de Hans Küng pontificando en Der Spiegel) que no se resignan a su eclipse mientras ven cómo avanza poco a poco otra concepción de Iglesia liberada y liberadora.

En el nº 2.770 de Vida Nueva (reportaje íntegro para suscriptores).

ESPECIAL VISITA DEL PAPA A ALEMANIA

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