Chema Caballero: “En las guerras, Dios te sostiene, aunque a veces te enfades con Él”

Misionero javeriano en Sierra Leona, autor de ‘Los hombres leopardo se están extinguiendo’


(J. C. Rodríguez Soto) Chema Caballero (Castuera, Badajoz, 1961) acaba de publicar Los hombres leopardo se están extinguiendo (PPC), donde repasa los grandes cambios que se dan hoy en África desde su experiencia como misionero javeriano en Sierra Leona.

¿Por qué este título para el libro?

En Sierra Leona, los hombres leopardo (personas que, según la creencia, de noche se convertían en leopardos) representan lo más tradicional de su sociedad, y esto –como muchas otras cosas– está desapareciendo. En Europa seguimos con la imagen de África de las películas de Tarzán, y no nos damos cuenta de que allí todo cambia a velocidad de vértigo.

¿Qué tipo de cambios?

Sobre todo, en el mundo de los jóvenes. Sus ilusiones, sus sueños… son ahora muy parecidos a los de los jóvenes de Occidente. Hoy, en cualquier aldea remota africana hay televisión satélite, y la globalización les hace ver un mundo distinto al suyo e imaginar posibilidades que hace 20 años no sabían que existían. Eso crea mucha ansiedad, porque quieren vivir en un mundo distinto, pero no tienen medios para conseguirlo. Por no tener, ni siquiera tienen dinero para ir a la escuela, tratamientos médicos o agua potable, lo que explica que muchos quieran emigrar a Europa. Esta ansiedad lleva incluso a algunos a vivir al margen de la legalidad, metidos en el mundo del tráfico de drogas o la trata de personas, dos realidades tristes que están muy presentes en África Occidental.

Sierra Leona estuvo once años en guerra. Con toda esta tensión social entre los jóvenes, ¿hay peligro de una recaída en la violencia?

Es uno de mis grandes miedos, porque las causas que originaron el conflicto siguen presentes. Si surgiera algún líder sin escrúpulos que aglutinara toda la frustración de la gente, podría pasar cualquier cosa.

Usted trabajó muchos años en la rehabilitación de niños soldado. ¿Qué salida han tenido esos menores?

Los misioneros javerianos llevamos adelante el centro St. Michael’s, por donde pasaron unos 3.000 niños y niñas que habían sido obligados a luchar con la guerrilla y a cometer todo tipo de atrocidades. Algunos han salido adelante y se han reinsertado. En Freetown, la capital, hoy bastantes de ellos son taxistas. Pero la mayoría tiene los mismos problemas que el resto de los jóvenes: trapichean para poder comer y sienten la frustración de haber sufrido mucho para nada. Yo les digo que, con todo, son unos privilegiados, porque al menos han conseguido ayudas, como microcréditos y becas de estudios.

Las que han tenido una salida más difícil son las niñas. La clave de la reinserción de un menor soldado es que cuente su historia y saque fuera toda la amargura que lleva dentro, y las niñas te contaban la parte de su experiencia como combatientes, pero no la vergüenza de haber sido usadas como esclavas sexuales. Muchas de ellas terminaron –siendo menores– en la prostitución, un negocio que prosperó mucho cuando llegaron las fuerzas de paz de Naciones Unidas.

Pastoral de “perder el tiempo”

En el libro parece que los jóvenes le contaban las cosas más interesantes tomando una cerveza al atardecer.

Sí, sobre todo la Star, que es mi favorita. Muchas tardes me sentaba con ellos en el chiringuito de John Papa y allí les escuchaba. Era parte de mi pastoral de “perder el tiempo”, que he intentado practicar con la gente allí. Con una cerveza en la mano te cuentan cosas que en otro ambiente más formal les costaría mucho sacar a flote.

en esos ambientes, ¿no le llamaron nunca comilón y borracho, amigo de prostitutas y publicanos?

Bueno, algún superior sí… [se ríe]. En serio, hay que saber cómo nos planteamos la vida allí. Para mí lo más importante es estar con la gente. En todo el trabajo que he hecho, he dado mucha importancia a las relaciones personales, que es lo que hace que tu labor con la gente tenga éxito.

Y por eso organizaba ligas de fútbol…

Fue todo un descubrimiento. El deporte es un lugar privilegiado para conocer a la gente y fomentar la reconciliación. Y en una situación de posguerra nos sirvió mucho para acercar a personas que habían cometido crímenes y a sus víctimas.

Una de las conclusiones que se saca leyendo su libro es que el futuro de África pasa por la educación…

La salvación de África no vendrá ni de los expertos ni de las ONG de fuera, sino de los propios africanos, y en las zonas más discriminadas hay que apostar mucho por la educación, algo que –por desgracia– en África Occidental ha sido siempre un privilegio de las clases superiores. En la región de Tomko Limba, en el norte de Sierra Leona, desde 2004 hemos hecho 50 escuelas primarias, dos secundarias, una de educación infantil y otra de formación profesional. Cuando llegué allí, en 2003, solo un 25% de los niños iba al colegio, y ahora la tasa de escolarización primaria ha llegado al 80%. Una de mis mayores alegrías ha sido ver a dos de nuestras alumnas que han llegado a la universidad.

¿Cómo tiene que trabajar una ONG en África si quiere hacer las cosas bien?

Lo primero es vivir con la gente, escucharla y hacer que ellos decidan lo que quieren. Una ONG es un mero instrumento para conseguir ese fin. Lo que ocurre a menudo es que hay muchas ONG que imponen y deciden lo que quieren, y, al final, hacen proyectos que tienen poco que ver con la realidad y las necesidades de las personas.

En medio de estos cambios y crisis en África, ¿qué papel desempeña la Iglesia?

Como en todas partes, aquí hay personas de Iglesia que parecen estar muy pendientes del culto y las ceremonias, y hay otras que están más a pie de calle y que se mueven con la gente, les escuchan, les respetan y trabajan con los más pobres.

¿Cómo ve la gente de Sierra Leona a la Iglesia?

Los católicos son apenas un 3%, pero la Iglesia tiene mucho peso en la sociedad. Por ejemplo, en el norte del país, el 80% de la educación está en manos de la Iglesia católica, que también tiene buenos centros de salud. En la misión de Madina, la misa de la mañana estaba siempre llena de jóvenes, y en las aldeas, muchos de los que van a rezar no están bautizados; son, digamos, simpatizantes. Cada vez hay más jóvenes que se acercan a la Iglesia, pero otra cosa es el bautismo, porque se exige un catecumenado de dos años y no todos están dispuestos a pasar por este proceso. Les cuesta mucho a las mujeres, porque la tradición del pueblo limba marca que ella tiene que seguir la religión del marido, y eso explica que solo un 5% de las catecúmenas sean mujeres. Una de las luchas que yo tenía siempre en Madina era que las chicas bautizadas pudieran seguir practicando su fe, libres de la imposición de su marido.

¿Cómo se vive una guerra tan larga en carne propia?

Yo viví en Sierra Leona todos los años de la guerra excepto uno, y nunca me di cuenta de cómo puede llegar a afectarnos una situación así hasta que ha pasado algún tiempo. Todo el dolor, el odio, el sufrimiento que he presenciado, las escenas de gente huyendo desesperada, la visión de muertos por las calles… todo termina por tocarte muy hondo. No encuentras respuesta y sientes una rebeldía ante el silencio de Dios y, al mismo tiempo, notas que es Dios quien te mantiene y te impulsa.

¿Qué le ha mantenido en esa situación durante tantos años?

Sentir que vale la pena estar allí para ayudar a alguien; que, a pesar de todo, ves pequeñas victorias contra el mal. Descubres que Dios está detrás de ti, aunque a veces te enfades con Él.

En el nº 2.743 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir