Volver a la vida tras los barrotes

Presos sin recursos cuentan con un nuevo hogar en Getafe

Casarrubuelos(Miguel Ángel Malavia– Fotos: Luis Medina) “Porque estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 31-45). Dos mil años después hay quienes continúan aplicando en su radicalidad el Evangelio. Es el caso de la Delegación de Pastoral Penitenciaria de Getafe, cuyo compromiso en la atención de los presidiarios le ha llevado a crear Isla Merced, un Centro de Acogida de Presos situado en Casarrubuelos (Madrid), un pueblo de 3.500 habitantes. Inaugurado el pasado 27 de marzo por el obispo de la diócesis, Joaquín María López de Andújar, está destinado a presos sin arraigo familiar ni recursos, con el fin de que puedan aprovechar los correspondientes permisos penitenciarios al tener un lugar en el que permanecer.

AbdellawiPablo Morata García, al frente de la Delegación desde 1999, explica cómo es la actuación con cada presidiario: “Seguimos su caso desde que ingresa en la cárcel. Así, estamos al tanto cuando alcanzan la disposición de obtener permisos de salida, como los de fin de semana. Al igual que con los que están en Tercer Grado, Libertad Provisional o Libertad Condicional. Entonces, les avalamos, lo cual es esencial para que les dejen salir. Además de acondicionar un lugar en el que puedan estar, les ayudamos en las gestiones burocráticas que su caso requiera con el fin de que puedan alcanzar la libertad cuanto antes”. Un claro ejemplo de esto es Abdellawi, discapacitado mental y el último en llegar al Centro. Pese a haberse decretado por la Justicia su vuelta a Marruecos, la falta de documentación y otras trabas burocráticas le impiden el regreso a su país. Tras un intenso trabajo por parte de los responsables de Isla Merced, éste se producirá inminentemente.

Isla Merced ha supuesto la culminación a un proyecto de acción levantado con mucho esfuerzo, anteponiéndose a todo tipo de dificultades. En el año 2000 la pastoral penitenciaria en Getafe se apoyaba en la Asociación Católica de Ayuda al Preso (ACAP), que venía trabajando desde tiempo atrás con un piso en Alcorcón dedicado también a la acogida de presos sin recursos. Ante su cierre ese año, desde la Delegación se impulsó una nueva asociación: EPYV, acrónimo de muchos significados, como ‘Entre Pinto y Valdemoro’ o ‘Estuve preso y me visitasteis’. El nuevo colectivo consiguió otro piso más, también en Alcorcón. Con catorce camas entre ambos apartamentos, sin embargo, desde EPYV no daban abasto con los numerosos presos que acogían, debiendo establecer incluso turnos de rotaciones.

De ahí que Pablo Morata, además párroco en Casarrubuelos, moviera cielo y tierra por encontrar un nuevo centro que, junto a los dos pisos, pudiera albergar a un número mayor de personas. Y lo encontró en el mismo pueblo, en una casa perteneciente a la obra misionera EKUME, y que llevaba cerrada desde hace años. Tras obtener el préstamo del edificio, comenzó la ardua tarea de reconstruir lo que estaba abandonado. Con un notable esfuerzo en el que se involucraron la parroquia y el pueblo de Casarrubuelos, logró reformarse todo un centro de dos pisos y 17 camas. Además del patio, el garaje, la cocina, una sala de estar… y la capilla, por supuesto. Todo salió de donaciones particulares: dinero, colchones, cortinas, etc.

Casarrubuelos-2Ejemplo de que se trata de una obra sencilla y basada en las relaciones entre vecinos y amigos, es que la directora de Isla Merced, María Francisca Sánchez Vara, conocida por todos como Marifrán, es una joven parroquiana que siempre ha colaborado en la pastoral penitenciaria: desde actuar como guitarrista en el coro de la capellanía de la cárcel hasta ser una de las impulsoras de EPYV, junto a su directora, Mª Carmen Guardia Rojas. Toda esta vasta acción, que ya ha permitido la atención a más de 450 presos en estos diez años, sale de la dedicación gratuita de un pequeño núcleo de personas; que además de dedicar su tiempo libre a los otros, también han tenido que aportar dinero en más de una ocasión.

Construir una familia

Marifrán cuenta cómo es la convivencia en el día a día del Centro: “Buscamos que sea un hogar, una familia, no sólo un sitio en el que permanecer un tiempo determinado. Avanzamos mucho en este camino, aunque no siempre es fácil. Cada uno tiene sus circunstancias, su propia historia a cuestas. Además, una gran parte de ellos son extranjeros, por lo que la diversidad cultural, racial o religiosa es muy marcada. Algunos musulmanes no terminan de aceptar que sea una mujer, como yo, la que les diga qué deben de hacer. Y si hay gente de Ruanda, y unos son hutus y los otros tutsis, el conflicto se reproduce también aquí. No se puede pensar que todo es idílico ni perfecto, pero lo cierto es que en general reina un clima de convivencia y ayuda entre ellos”.

De este modo, poco a poco, los frutos van fraguando con los años en EPYV: 70 personas han logrado su reinserción laboral y unos 17 han alcanzado la familiar. Para Pablo Morata, ésta es esencial: “Muchos piensan que todo concluye con la reinserción laboral, pero no es así. Ésta es muy importante, pero cuando verdaderamente logran salir del pozo es cuando se reintegran en su familia o en la sociedad en general. Por ello, cada vez más, y gracias a disponer de un centro propio, vamos a trabajar en cursos y talleres para su preparación a la vida en libertad. Siempre les digo que Dios no los creó para estar en prisión, que ése no es su sitio ni su camino, aunque se hayan extraviado del mismo. Por eso, el fin último es su renacer, como decía san Pablo, en el sentido de volver a la vida, de alcanzar una regeneración total”.

DamiánY este objetivo se consigue en muchos casos. Sólo basta con visitar Isla Merced. Allí se encuentra Damián, quien tras años de ser atendido por los voluntarios de EPYV, ahora, con el Tercer Grado, es uno de los principales colaboradores en el Centro. No hay tarea que se le resista: es el conductor de la furgoneta –donada por el Club Ruterio– con la que cada día recoge la comida que les ofrecen en el Banco de Alimentos de Cruz Roja y Mercamadrid; además del informático y uno de los administrativos. Desde el sosiego y el gozo del que está saliendo adelante, narra su experiencia: “Lo pasé muy mal al ingresar en la cárcel, caí en una depresión. Fue entonces cuando vi a los voluntarios que, al regalar su tiempo, lo utilizaban, en el amplio sentido de la palabra. Debía devolverles parte del profundo agradecimiento que les tengo tratando de hacer por otros compañeros lo mismo que ellos hicieron por mí”.

FernandoEse mismo sentimiento lo comparte Fernando. Tras la barra del bar municipal, en el que ya es su nuevo trabajo como camarero –oficio que ya antes ejercía–, habla desde la emoción: “Todos los días doy gracias a Dios. Tuve un desliz y lo pagué. Caí en un agujero y no veía la salida. No tenía esperanza. En cambio, hoy soy feliz, muy feliz. Y todo gracias a unas personas que, sin conocerme de nada, me lo dieron todo hasta devolverme la vida”. Hoy Fernando ha rehecho incluso su vida sentimental.

angelitoJuriTodos comparten un mismo sentimiento de gratitud por ver en ellos más allá de su condición de presos: por ver a personas antes que nada. Jüri, estonio de nacimiento aunque apátrida en la actualidad –su país reniega de él, no aceptando su vuelta–, ha encontrado una casa, un hogar. “Ya me siento español”, dice sonriendo mientras pinta una pared. Al igual que Angelito, de edad avanzada y gesto emocionado. El primer día que llegó a Isla Merced lloró. De alegría. Pablo Morata recuerda su historia: “Fuimos a comer a un restaurante del pueblo y veía que la gente los miraba con normalidad. ‘¿Saben que somos presos?’, preguntó. Cuando le dijimos que sí, dijo que no se podía creer que le trataran como a alguien normal”.

Renacer también espiritual

Casarrubuelos-3El responsable de la Delegación de Pastoral Penitenciaria de Getafe, Pablo Morata, destaca cómo ha cambiado la visión que muchos de los presos atendidos tenían de la Iglesia: “Muchos guardaban una serie de estereotipos negativos que habían asimilado a través de lo visto en los medios. Por eso les sorprendió el que fuéramos gente de Iglesia la que quisiéramos acompañarles y ayudarles. Ahora, tanto en la capellanía cuando están dentro, como fuera al estar con nosotros, son cada vez más los que se adentran en el sentimiento religioso, viendo su transformación personal como un cambio total, también en ese sentido”. El común denominador es devolver lo recibido con la ilusión de ayudar en lo que sea: “Algunos colaboran en la parroquia… y los hay que hasta hacen de monaguillos”, sonríe Pablo. Desde un principio, a través del vicario diocesano, José María Avendaño, el Obispado se ha colocado al frente de un proyecto que emociona a todos.

En el nº 2.675 de Vida Nueva.

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