OBITUARIO: Joaquín Ruiz-Giménez, un laico en una Iglesia en transformación

Joaquín-Ruiz-Giménez(Alfonso Álvarez Bolado, S.J.- Profesor emérito de la Universidad Comillas) Hace más de sesenta años que comencé a seguir su vida con admiración. Desde los últimos años como presidente de Pax Romana (1939-1946). Llamó mi atención el hombre de 26 años que, –apenas terminada la guerra fratricida que dividió a la nación–, en el Congreso internacional de Pax Romana en Nueva York es elegido presidente de aquella organización internacional católica. Sucedió para facilitar el próximo Congreso que se quería tener en España. La guerra mundial lo retrasó hasta junio de 1946, cuando se celebró en El Escorial. Poco tuvo que ver el Régimen tanto en la elección de Joaquín Ruiz-Giménez de presidente como en el éxito de la celebración del Congreso.

Que de entre los 500 congresistas la mitad fueran extranjeros –gran parte latinoamericanos, con una minoría anglosajona–, fue en buena parte éxito del joven presidente, ya desde 1943 catedrático de Filosofía del Derecho. Aquellos años de relaciones internacionales, joven intelectual y laico comprometido con una Iglesia supranacional –ya entonces a la búsqueda de su puesta al día para cumplir su papel en la modernidad–, fueron base importante del papel que jugó en la democratización de España y en la promoción del laicado en la renovación de la Iglesia.

La comprensión de ese futuro papel  impone una mirada retrospectiva a los hombres que influyeron en su formación. Ortega, García Morente y Zubiri le influyeron ya como estudiante de Filosofía, y seguirían siendo inspiradores. Herrera Oria, Gil Robles y Jiménez Fernández le ayudaron a configurar sus valores cristianos y sus actitudes políticas y sociales, que él nunca dejó de personalizar.

En el quinquenio en que lideró el Ministerio de Educación (1951-1956) se dejan ver ya los trazos de quien busca una Universidad reconciliada, cabeza de puente hacia una España democrática. Se aclara su elección de Laín Entralgo como rector de la Universidad de Madrid, de Tovar Llorente como rector de la de Salamanca. Choca, obviamente, con la fuerzas duras de la dictadura, que le excluyen del Ministerio. Eso mismo le hace creíble como pionero de la democracia.

Objeciones al sistema

En 1963 funda Cuadernos para el Diálogo, hogar cultural y político para cuantos jóvenes de futuro quieren dejar atrás, sin rupturas sangrantes, los estrechísimos supuestos de la dictadura. El  mismo Joaquín se exilia en 1965, con claridad y decisión, pero sin desabrimiento, del sistema nacionalcatólico. Su amistad fluida con Pío XII y con Giovanni Baptista Montini –ganada mientras ejerció de embajador ante el Vaticano– le habían hecho participar aún más profundas objeciones cristianas al sistema. Desde los antecedentes indicados, se entiende que, iniciados los trabajos del Vaticano II, Juan XXIII le nombre experto en cuestiones sociales, jurídicas y políticas y participe en los trabajos del Concilio.

Convencido del interés de la presencia política del laicado cristiano y de su urgente implicación social, funda Izquierda Democrática. Desde ella, en 1975 entra a formar parte de la Plataforma de Convergencia Democrática. Como fruto muy especial del Concilio, Pablo VI funda en 1967 la Comisión Pontificia Justicia y Paz para estudiar y promover, desde motivación específica cristiana, la paz, libertad  y los derechos humanos, especialmente de los pueblos más pobres. En 1968 se funda en España la Comisión española de Justicia y Paz, presidida inicialmente por un obispo. De 1973 a 1976 la preside Joaquín, con resonancia y eficacia indudables. Recuerdo injustamente relegado hoy por una historiografía ideologizada.  Tres años en que promovió con éxito, desde dentro del régimen dictatorial, la amnistía de los presos políticos, condición para un adveni- miento pacífico del régimen democrático. Secundaba y dotaba de una voz no sofocable las repetidas peticiones de la Conferencia Episcopal Española en los años 1974 y 1975. Quizá por el éxito obtenido en esta campaña, y porque creía todavía en la virtualidad de la Democracia Cristiana al estilo italiano, se presenta a las elecciones legislativas de 1977 en coalición con José María Gil Robles. Es derrotado y opta por retirarse de la vida política partidaria, sin mengua de su intenso aprecio al servicio político.

Pronto es nombrado vicepresidente del Instituto Internacional de Derechos Humanos. Y años después, consolidado ya el sistema democrático con la subida del PSOE al poder, es precisamente éste el que lo elige en diciembre de 1982 primer Defensor del Pueblo, cargo que abandonará en diciembre de 1987. Cinco primeros años de ejercicio que prestigian el importante cometido democrático de la institución.

Su reconocimiento público como promotor de las causas nobles, sobre todo de las consagradas a los más débiles, le hace aceptar, a una edad avan- zada, la presidencia de UNICEF (1989-2001). Su presidencia confiere calidad, atractivo y garantía  al insustituible y urgente papel de la institución. Ejerce así una promoción democrática de fondo, hasta el fin.

En el nº 2.673 de Vida Nueva.

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