Enrique Figaredo: “No tenemos un Gobierno que favorece la paz, si vende armas”

Prefecto apostólico de Battambang

Figaredo-con-niños(Texto: Marina de Miguel. Fotos: Óscar Alonso) A  Enrique Figaredo, prefecto apostólico de Battambang (Camboya) desde el 2 de julio de 2000, se le conoce popularmente como el “obispo de las sillas de ruedas” por la labor que realiza en Camboya con las víctimas de las minas antipersonas. Sin embargo, a este jesuita asturiano (Gijón, 1959) debería conocérsele como el ‘obispo de la esperanza’, ya que es lo que reparte entre tanta pobreza y dolor.

Ha creado un estrecho vínculo entre sus dos ‘patrias’ gracias a las visitas que acostumbra a realizar por España en compañía de los niños con los que trabaja.

Este año traje a los que necesitaban revisión médica, pero el pasado vine con 70 niños, 17 de ellos discapacitados. Nuestra intención era dar a conocer Camboya y la labor que allí realizamos a través de la música y la danza. En un mes y medio viajamos por once capitales y visitamos una docena de colegios. También es una forma de dar las gracias a quienes nos apoyan. Para los que vienen, visitar los colegios, ver las clases y entablar una relación con otros niños es el mejor regalo que se les podría hacer.

¿Qué ha aprendido de la gente con la que convive, víctima de las minas antipersonas y la miseria?

Me ayudan a ser padre, a ejercer mi sacerdocio, porque me tratan como un padre que les guía, les quiere y busca que logren lo mejor para ellos. Uno aprende muchas cosas, por ejemplo el agradecimiento. Te enseñan a ser agradecidos porque dan las gracias y establecen una relación muy limpia. No he visto en España que un niño agradezca a un profesor la clase que ha recibido; allí sí. Otro aspecto es que la discapacidad está en el cuerpo, no en el corazón. Cuando ahondas en el misterio y tratas con la persona, ves que las ganas de vivir eliminan lo que por fuera es una discapacidad.

También se habrá fortalecido su coraje y su capacidad de superación.

Aprendes a saber sufrir. Muchas veces me encuentro con tragedias que no tienen solución y, aún así, debes seguir trabajando. No te queda más remedio que aguantar, llorar, y seguir adelante. Pero es una lección que por el momento tengo suspendida.

¿Qué es lo que le pide a un voluntario que desea colaborar en la Casa de la Paloma o en el Centro Arrupe, que fundó en Phnom Penh y Battambang, respectivamente?

Cuatro virtudes. La primera es que se aferre a lo positivo y no a lo negativo; la segunda, que sea flexible para cambiar de horario y programa. Que tenga alegría siempre y, finalmente, que propicie una comunicación fluida, no es bueno guardarse las cosas hasta explotar. A veces soy el primero en incumplir estos cuatro aspectos.

Con tantos retos, ¿cómo lograr no desanimarse?

Por eso es importante que sepan que lo crucial son las personas y no los programas. Tenemos muchos proyectos y a veces no salen, por lo que hay que ver que lo importante es el cariño, amar a quienes pretendemos ayudar. Si detrás de los programas no hay amor, no es un proyecto de la Iglesia, igual que si no hay alegría. Tengo muchas más alegrías que tristezas, las cosas suceden de una manera en que ves la providencia de Dios por todas partes, pero vivimos en medio de muchas tragedias.

Camboya lleva más de diez años de paz, pero las minas antipersonas son una cruel herencia que todavía continúa sembrando dolor. ¿Cuál es la situación actual?

FigaredoMucho mejor que antes, cuando teníamos de ocho a diez accidentes al día. Ya nadie las utiliza y la estadística de este año hasta abril cifra en 117 el número de accidentes, uno al día. Los libros de texto tratan este tema, el problema es que no todos los niños van a la escuela. Se está desminando mucho, pero sólo aquella tierra que está bajo un proyecto de desarrollo y así se evita la especulación del suelo. Tenemos pequeños proyectos de 10 ó 30 hectáreas que repartimos entre gente que no tiene propiedades, una vez que los aprueba el Gobierno; las autoridades desminan la parcela. A un particular esto le resulta más difícil, tendría que hacerlo por lo privado. Pese a que todavía queda por hacer, se puede decir que las minas ya no son el problema de Camboya, pero sí de otros países, como Colombia o Angola.

También cuenta con una campaña para denunciar la utilización de las bombas de racimo.

Tienen el mismo comportamiento. Intentamos contar nuestra experiencia y hablar a gobiernos y organizaciones para que ni se comercien, fabriquen y utilicen en las guerras, pero es algo muy difícil.

¿Entran en juego muchos intereses?

Sí, económicos, estratégicos, etc. Queramos o no, el armamento es un negocio redondo. También muchos países necesitan armas, pero se vende de una manera muy indiscriminada, hay muy poca transparencia. Es horrible, igual que tenemos una campaña contra las minas y las bombas de racimo habría que tener otra para que las armas ligeras tuvieran un control mucho más grande, ya que son las que verdaderamente alimentan las guerras.

Otro modelo de solidaridad

¿Qué papel está desempeñando en esto España?

Por la información que tengo, muy malo. El Gobierno actual habla del entendimiento entre culturas y de todas esas cosas maravillosas, pero el comercio de armas está dando muchos ingresos al Estado. Aunque se han creado comisiones y hay diálogo con varias ONG y misioneros, los pasos dados son muy pequeños. No son buenas noticias lo que tenemos en España, no podemos precisamente presumir de tener un Gobierno que favorece la paz si está vendiendo armas.

La crisis se ha convertido en la principal protagonista de este tiempo. ¿Cómo les está afectando?

En Camboya también hablamos de crisis, pero estamos en crisis desde siempre. Está muy claro que dependemos de la ayuda del exterior, por lo que si ésta disminuye, aquí lo notamos de forma muy fuerte. Pero la solidaridad no sólo se puede medir de forma monetaria. Al no encontrar trabajo en Occidente, mucha gente se plantea ser solidario. Lo que provoca la situación actual es que tengamos que cambiar el modelo de solidaridad. También nos ocurre a nosotros: como nuestras cuentas se están vaciando, hemos tenido que parar la construcción de algunos edificios para destinar todo el dinero a ayudas básicas para sobrevivir.

Lleva en el país desde 1985, ¿qué ha experimentado en este tiempo?

Detalle-cristo-mutiladoLlevo la mitad de mi vida allí, cuando llegué no había cumplido los 25 años. Iba con mucha ilusión y ganas de aprender, y la primera lección que tuve fue que la humanidad es toda una. Estaba asustado porque llegaba a un campo de refugiados pero me encontré con una gran cantidad de niños, mucha alegría y capacidad de acogida. Al final no sabes quién ayuda a quién y te encuentras que en cada persona se manifiesta el camino de Dios. Lo que siento y aprendo es la ternura de Dios en la gente a la que estoy ayudando. Es como una labor de vida, todos los días aprendo algo nuevo. Fui sin esquemas preconcebidos y un poco asustado y el “cachete” que me recibió fue la humanidad de Dios en la gente. Si tuviera que expresarlo de otro modo diría que el Cristo total se manifiesta cada vez de forma más evidente.

¿Por eso lleva colgado del cuello un Cristo mutilado?

Es nuestro símbolo. No se manifestará entero hasta que tengamos solidaridad, cariño, amor… También muestra que nuestros sufrimientos son suyos y le falta un trozo de pierna por nuestra falta de entendimiento. No obstante, por la posición en que tiene los brazos parece que viene a nosotros para acogernos.

En el nº 2.673 de Vida Nueva.

Compartir