La música sacra precisa renovarse

Declive de las composiciones religiosas

orquesta-tocando(Juan Carlos Rodríguez- Fotos: Arzobispado de Tarragona) La música sacra se convierte, un año más, en hilo musical de la Semana Santa. ¿Pero qué música sacra? La secularización de los últimos tiempos ha tenido su consecuencia en el declive del esplendor de la música religiosa. Su historia no permanece ajena a la historia misma de la humanidad. Pero también hay otros fenómenos coadyuvantes, como la pérdida de su eco litúrgico. Sin embargo, no se puede olvidar que la tradición religiosa fundamenta la evolución de nuestra música desde el gregoriano hasta ahora. Voces de pasión. Solemnidad, recogimiento, fe. Más allá de la cita imprescindible de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, la geografía de la representación de la música sacra en Cuaresma y Semana Santa vive un boom. Está presente, como cita cultural, en Cardona, Madrid, Sagunto, Pamplona, Valladolid, Bilbao, Canarias, Zaragoza… Sin embargo, los programas son, casi siempre, idénticos, comenzando con La Pasión según San Mateo de Bach, la Pasión de Haendel y Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz de Haydn.

La música antigua desplaza a la contemporánea, lo cual en sí mismo es una paradoja. Por un lado, certifica que la calidad de las composiciones actuales es menor, a excepción de algunos creadores como, por citar algunos, Messiaen, Penderecki y pocos más. Por otro, que no es tan evidente que el oyente, o el feligrés, le dé la espalda. María Nagore Ferrer, profesora titular de Historia y Ciencias de la Música en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, plantea el dilema que, en cierto modo, relata el devenir de la música sacra a partir del último tercio del siglo XX: “Es curioso cómo las iglesias se utilizan cada vez más como salas de concierto y, sin embargo, no se favorece que esa música suene en el marco de la liturgia”. El resultado es, en principio, que apenas se crean obras religiosas que, cuanto menos, sean perdurables en la fe y en la calidad musical.

El tobogán hacia la nada tiene, por una parte, una explicación lógica a partir del motu proprio de San Pío X y del Concilio Vaticano II. Monseñor Valentí Miserachs-Grau es el hombre más influyente de la vida musical vaticana, desde su atalaya académica del Instituto Pontificio de Música Sacra, organismo dependiente de la Santa Sede. Su análisis es puntiagudo. “En ninguno de los ámbitos tocados por el Concilio -y son prácticamente todos-, se han producido mayores desviaciones que en el de la música sacra. Jamás he perdido ocasión de denunciar una situación de degradación evidente en el campo de la música litúrgica, en Italia, pero no sólo. ¡Qué lejos estamos del verdadero espíritu de la música sacra, esto es, de la verdadera música litúrgica!”. Y su planteamiento sigue vigente. 

Impulso de la Iglesia

Todo es cuestión de crear una música adecuada a la liturgia y utilizar aquélla que pueda ser válida. “El impulso debe venir desde arriba. La Iglesia debe atender dos líneas: conservar el patrimonio y promover cosas nuevas que valgan la pena. Quizá se ha caído en la aceptación de lo nuevo sólo por nuevo, pero no podemos olvidarnos de que debe estar enraizado en la tradición”, según Miserachs-Grau, quien estrenó recientemente el Oratori de Pau i Fructuós, entre una larga trayectoria como compositor. El Stabat Mater de Penderecki es moderno y a la vez neomedieval. Es un ejemplo del camino correcto. Pero el maestro polaco es un oasis en un panorama contemporáneo prácticamente desértico. Miserachs defiende que “la Santa Sede tiene que reconducir la música sacra. Quizá la creación de escuelas de música especializadas pueda ser un camino y favorecerlo”, a la vez que lamenta la ausencia de formación musical en el clero de hoy. “No es una cuestión estética, toca de pleno la vida de la Iglesia: Lex orandi, lex credendi (Lo que rezas es lo que crees)”, afirma Miserachs.

director-y-tenorSon muchas las voces que señalan al Concilio Vaticano II como culpable del descalabro. Pero no. José Vicente González Valle, canónigo y ex-director del Instituto de Musicología del CSIC, juzga, como Miserachs, que el problema proviene de su aplicación, fundamentalmente en la música coral y su adecuación a las lenguas vernáculas. Aunque ha habido asimilaciones y creaciones afortunadas, como la del padre Antoni Martorell, recientemente fallecido, al catalán. Pero no ha sido lo habitual. El crítico y melómano Luis G. Iberni afirma: “Sólo con asombro se puede asistir a una decadencia que, después de haber dado a la luz composiciones que forman parte del tronco más sólido de la tradición musical europea, ha permitido arribar a niveles tan ínfimos como los vividos en los últimos treinta años. De la Misa del Papa Marcello de Palestrina a Juntos como hermanos de Gabarain, la distancia aparece, como mínimo, preocupante”. Ignorancia, desprecio por elitista de la gran música clásica y coral, simplificación del cantoral sin apenas calidad, apuestas por abrir los templos a todo tipo de músicas. Nagore: “Con una buena intención que era la participación de los fieles en el acto litúrgico, se han compuesto músicas de andar por casa, adaptando, y no siempre bien, piezas populares. La Iglesia no le ha dado importancia a la música de calidad”. No todas las formas musicales pueden considerarse aptas para las celebraciones litúrgicas. 

Es cierto que ahora, más desde el punto de vista del feligrés que desde el músico, se está viviendo, como contrapartida, una restauración del gusto por la música sacra, ejemplificada en la reubicación en catedrales y templos de conciertos del amplísimo repertorio sacro que arraiga desde el siglo XII. El prestigioso director de orquesta británico Paul McCreesh, por ejemplo, emprende una gira por España dedicada a las composiciones dedicadas a la virgen María con obras de Palestrina a Górecki, pasando por Grieg y Stravinsky. Estará en Toledo, Jaén, Granada. “Odio dirigir música sacra en auditorios. Me gustan las catedrales por dos razones. La primera es técnica: las voces necesitan el eco que proporciona el sonido flotando por un espacio enorme. La segunda es por el público: los músicos solemos vivir en ambientes aislados y en las catedrales se puede ver cómo la música puede cambiar el comportamiento de la gente, cómo se contagian la espiritualidad y el silencio”.

Faltan encargos

El tenor Mark Padmore, que cantará la Pasión según san Mateo este año en Cuenca, observa cómo “la gran música nunca ha sido tan necesaria como ahora; contiene algunas de las verdades más profundas”. La música religiosa puede seguir siendo tan válida como en cualquier otra época. Si el siglo XVIII alcanza el vértice de la creación religiosa con J. S. Bach, a partir de ahí nada ha sido igual. El siglo XX ha visto apenas grandes compositores que apuesten por la religión como motor de su obra. Stravinski, Schoenberg, Olivier Messiaen -autor de obras extraordinarias como su ópera San Francisco de Asís– o Kryzsztof Penderecki, autor de La Pasión según San Lucas. Poco más. Iberni cita, por ejemplo, al estonio Arvü Part. Y amplía la lista, además, con Francis Poulenc, Leonard Bernstein, Benjamin Britten o Sofia Gubaidulina. En España destaca a Guinjoan y Turina. La joven compositora Raquel Rodríguez admite que, actualmente, se vive una escasa producción de música religiosa. Ella ha acabado de estrenar Oración, un oratorio para coro y orquesta, en el que incluye el Padre nuestro, y apunta, por ejemplo, a una evidente falta de encargos como una de las razones. Si en el siglo XVII o el XVIII era la Iglesia, en el caso católico, ahora son las orquestas, los festivales o las instituciones públicas. Pero no es suficiente.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.655 de Vida Nueva.

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