La literatura se reencuentra con Dios

La fe retorna a la novela en reacción al ‘Código Da Vinci’

sanchez-adalid(Juan Carlos Rodríguez) La espiritualidad es intrínseca al hombre, así que su sed de Dios puede ser motivo de una novela. De muchas novelas. Durante los últimos años, la literatura parecía haber abandonado a Dios. Los lectores no mostraban preferencias por la narrativa que elegía a la religión como su eje argumental. Y esas obras, ciertamente, no abundaban; más bien parecía que, en todo caso, se ocultaban bajo una desacralización del hecho divino, que apenas servía como material polémico para componer una amplia retahíla de best sellers o intento de best sellers a la sombra de El Código Da Vinci. No importaba, por tanto, la fe, sino el acceso a la especulación, a aventurar teorías sobre la naturaleza divina o humana de Jesús, explorar los textos agnósticos hasta reinventarlos, apuntar a la Iglesia como una institución ocultista y cegadora.

william-p-youngUna contaminación de Judas y Marías Magdalenas, de sábanas santas y santos griales que, simplemente, han servido para construir a su costa intrigas y fortunas, pero que no nos servían para reflexionar sobre la religión hoy; no eran materiales válidos para, al modo del Graham Greene de Un caso acabado, repensar nuestra propia teología o nuestra relación con Dios. Ahora, sí: ahora Dios, el Dios padre todopoderoso y eterno, se ha convertido en el argumento de algunas novelas que han saltado a las listas de los más vendidos, décadas después de Graham Greene, Evelyn Waugh o G. K. Chesterton, que, paralelamente, están protagonizando una reedición prácticamente íntegra de todas sus novelas. El fenómeno, por tanto, no ha hecho más que comenzar.

El ejemplo más evidente es La cabaña (Espasa), del escritor canadiense William Paul Young, que llega a España después de dar la vuelta al mundo y vender más de seis millones de ejemplares. Una invitación al perdón y a deshacernos de la terrible carga que representa el rencor. En tiempos en los que la figura de Dios no goza de gran popularidad, Young (Grande Prairie, 1955), penetra por los caminos oscuros que atraviesa un hombre al perder su fe, a partir de un brutal suceso que marcará el devenir de su vida -el secuestro y asesinato de su hija-, y cómo se reconcilia con la vida y con la fe. “Nos hace creer que tener fe tiene sentido, que tener fe vale la pena y quienes tienen fe son los que cambian el mundo”, según define el propio autor a su protagonista, 

f-lenoirMackenzie Allen Phillips. De hecho, según Young, el mensaje es válido para distintas religiones y culturas. “A cada persona, el libro lo toca diferente, pero a cada persona el Espíritu Santo lo puede tocar de modo diferente. El texto es para todas aquellas personas que han perdido la fe, para los arrepentidos y para encontrar esa presencia ignorada de Dios”, destaca Young, afincado en Nueva York. No es el único que ha cautivado recientemente a los lectores españoles. Michael D. O Brien, otro norteamericano, autor de El librero de Varsovia (Letras Libres). Y ahí están, aunque con estilos y mensajes distintos, Jesús Sánchez Adalid, Miguel Aranguren, María Vallejo Nájera, Pablo Bujalance. Y, recientemente, el francés Frederic Lenoir.

Dan Brown ha hecho daño, porque presenta como novela histórica un texto que está lleno de errores, con datos imaginados por el autor pero presentados como reales, y eso ha creado mucha confusión”, explica Lenoir (Madagascar, 1964), filósofo y novelista, autor de Las metamorfosis de Dios. La Nueva espiritualidad occidental (Alianza), pero que ahora presenta en España su novela El oráculo de la luna (Grijalbo), una historia ambientada en la Europa del siglo XVI, en la que combina filosofía, amor, aventura, religión, suspense y espiritualidad. “Dios no ha muerto: contra todos los pronósticos que auguraban la secularización completa de las sociedades desarrolladas, Occidente vive una nueva evolución de la espiritualidad”, añade Lenoir. Y la novela, afortunadamente, nos sirve de testigo. Dan Brown, cuya sombra volverá a dejarse sentir ante el inminente estreno del pandemónium de Ángeles y demonios en los cines, viene al cuento porque gran parte de esta nueva literatura católica renace como una reacción al autor de El código Da Vinci, como Lenoir o Aranguren, que, en el fondo, lo que buscan es demostrar que se puede hacer novela de intriga, suspense o policíaca, usando materiales religiosos sin caer en la caricatura, en falsedades épicas o flagrante “religión-ficción”. Y, además, buscando cierta trascendencia. Lenoir, que también ha publicado novelas como La promesa del ángel, dice: “Me parece una lástima que se escriban libros de filosofía y novelas de playa sin ninguna trascendencia, y creo que en la vida no es así, se pueden mezclar los dos propósitos”. Jesús Sánchez Adalid (Don Benito, Badajoz, 1962), por ejemplo, ya venía trabajando en esta línea con novelas históricas coherentes, plenas de espiritualidad y búsqueda del sentido de la vida, como El caballero de Alcántara (Ediciones B). Lo ha dicho alguna vez, él que complementa con su devoción de párroco en Alange, un pequeño pueblo de la diócesis de Mérida-Badajoz: “Una cosa es una novela nacida de la pura imaginación de un señor, y otra la novela histórica, la de Mika Waltari, Mary Renault o Robert Graves, que construían con la historia su propio relato. En esa tradición estoy yo. Cuando escribo que el Sagrado Mantel fue traído desde Jerusalén y está en la Catedral de Coria, es que es una reliquia que está allí. No engaño”. De ahí su éxito. Miguel Aranguren (Madrid, 1970) también lo ha hecho con cierto eco en La sangre del pelícano (Letras Libres). “En esta novela se recupera un género narrativo, el misterio espiritual. En ella coloco a un personaje frente a una dificultad espiritual, el mundo de la fe, donde aparece la iglesia. Además, está presente el bien y el mal”, según el autor, que ha publicado recientemente La hija del ministro (La Esfera de los Libros). Más que novela histórica, Aranguren ha ensayado un género policíaco en el que “tanto la fe como su ausencia ocupan el centro de la novela”. No es exactamente una contestación a Dan Brown, aunque Aranguren afirma que “busca contrarrestar los daños que hayan podido hacer El Código Da Vinci o cualquier obra que utilice el misterio espiritual a través de la calumnia. Yo intento dar al misterio espiritual el papel que se merece”.

Entre la gracia y el pecado

miguel-arangurenPor novela católica hay que entender, ya desde Graham Greene, aquella que narra el combate entre la gracia y el pecado en el seno de uno o varios personajes. A partir de aquí, como afirman, por ejemplo, católicos como Juan Manuel de Prada o José Jiménez Lozano, hay que tener en cuenta que “decir que un escritor es católico o cristiano es un equívoco. Mauriac decía divertidamente: “No hay escritores católicos, ¡si lo sabré yo que soy uno de ellos!”, y, aun así, no faltó, en su caso como en el de Graham Greene, quien les negase la condición de católicos perfectamente ortodoxos, y no la de escritores, desde luego”, según el Premio Cervantes 2002. Sin embargo, Flannery O´Connor, por ejemplo, no admitía separación entre su oficio de escritora y su fe. De ella es una definición que le gusta citar a Prada: “El escritor católico tiene que mostrar la intervención de la Gracia en un territorio que es propio del diablo”. Una definición que firmaba el mismo Bernanos, quien tenía una cierta conciencia de vocación y misión cristianas como algo inseparable. Por cierto, que su escalofriante relato de la represión franquista durante las primeras horas de la Guerra Civil, Los grandes cementerios bajo la luna (Lumen), es un síntoma más de que, como afirma Joseph Pearce, estamos en medio de un “renacimiento católico”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.654 de Vida Nueva.

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