Isidoro Macías Martín:”Ahora hay más hambre en la calle”

‘Padre Patera’

(Juan Ramón Barbero– Fotos: Luis Medina) Cuando llaman a la puerta de este religioso, él siempre da “un poquito de algo”. Obviamente, el Padre Patera no lo puede solucionar todo, pero sí que sabe ofrecer su mano a quienes le buscan, ya sea en demanda de ayuda material o de un consuelo. “Dios me los manda, y aquí estoy yo para darles una palabra de aliento, que es lo que muchas veces quieren”, asegura. Con el tiempo, el padre Isidoro Macías Martín, fraile de la Orden de la Cruz Blanca, superior de la Casa Familiar Virgen de la Palma de Algeciras, ha aprendido a ayudar mejor, y, por supuesto, siempre lo hace “con una sonrisa por delante”. 

Su biografía, desde luego, avala su compromiso. Hace ya 40 años que está al servicio de los más pobres. Él cuenta que también lo fue: “Yo toda la vida fui pobre, me crié en la cuenca minera de Huelva, llevando cántaros de agua, en las minas de San Telmo”. Confiesa, además, que ha pasado mucha hambre, porque “éramos seis hermanos y había que repartir un huevo. Eran los tiempos después de la guerra”.

Dice el fraile Isidoro Macías que él sigue siendo el mismo hombre que cuando saltó a las primeras planas de los periódicos nacionales en el año 2000 por abanderar la asistencia y acogida de los inmigrantes que arrivaban día tras día a las costas del Estrecho a bordo de una patera. 

Aún recuerda los inicios del llamado fenómeno Padre Patera. Se había cerrado el albergue de Algeciras, y los inmigrantes que llegaban en patera no tenían otro lugar en el que ser asistidos que las dependencias de la Guardia Civil y de las Fuerzas de Seguridad de Estado. “Una de las morenas se puso de parto, y tuvimos que llevarla al hospital Punta Europa. Luego me pidió un euro para llamar a su marido, que vivía en Marruecos, para decirle que había sido padre”, relata. “Sigo siendo el mismo,  bueno, un poco más viejo, con más experiencia, y lo que trato es ser cada día más santo, dando testimonio, entregándome a Dios sin hablar de Dios”, dice humildemente.

Para el Padre Patera, la crisis económica que actualmente vivimos tiene un rostro humano: “Hemos vuelto a lo de antes, cada vez hay más gente pobre. Hace un año todo iba bien, pero la cosa ha cambiado de la noche a la mañana. Hay más hambre en la calle, como antiguamente. Ya no sólo vienen los que siempre han sido pobres, están llamando a nuestra puerta familias de clase media, familias para las que es vergonzante tener que venir a pedir, a veces hasta se ponen de rodillas. Familias que lo están pasando muy mal, que no tienen ni siquiera para dar de comer a sus hijos”.

Muy querido

Isidoro Macías es, sin embargo, un optimista radical que confía ciegamente en la Providencia y en los corazones generosos, que los hay, advierte, y entregan sus donativos y su confianza a un hombre del que se fían absolutamente. El Padre Patera es una persona muy querida, popular, que sabe cómo conquistar los corazones de los que más recursos tienen para después servir a los que menos tienen.

La ayuda llega”, dice, “la fe mueve montañas y los medios de comunicación mueven y conmueven, por ejemplo, con los programas Vidas anónimas y Callejeros, en los que he participado últimamente y que tienen gran repercusión”. A lo que añade: “Incluso los periodistas actúan como una familia cuando ven a un niño con necesidades”.

Finalmente, reivindica el papel secular de los curas. Señala un hecho, a su juicio, bastante llamativo, como es el que hoy en día la gente suela acudir más al psicólogo que a la iglesia. “Los curas siguen en los confesionarios, pero la gente no viene, no sé que es lo que ha cambiado”, se pregunta.  

En esencia

Una película: Jesús de Nazaret.

Un libro: la Biblia.

Una canción: Himno a la alegría.

Un deporte: el fútbol.

Un rincón: una isla donde poder escuchar el sonido de las olas en paz.

Un deseo frustrado: ahora no se me ocurre ninguno.

Un recuerdo de infancia: el rezo del rosario de la aurora a las seis de la mañana.

Una aspiración: terminar de construir el centro de emergencia social San Vicente de Paúl.

Una persona: mis padres y el hermano Isidoro.

La última alegría: el último donativo gordo que hemos recibido.

La mayor tristeza: pienso que la tristeza se la busca uno.

Un sueño: que no haya guerras.

Un regalo: una sonrisa.

Un valor: la sinceridad.

Que me recuerden como: una persona que intentó hacer el bien.

En el nº 2.645 de Vida Nueva.

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