Ignacio Tellechea, sabio y amigo

Fallece a los 79 años el brillante historiador de la Iglesia

(Juan María Laboa) Hace veinte años, desahuciado por los médicos, su obispo y compañero de estudios, Setién, redactó la homilía de su funeral. Sobrevivió, sorprendentemente, y escribió su libro más delicioso, Tapices para la memoria, confesión de su vida, relato deslumbrante de su larga enfermedad y conmemoración de sus amigos, tropel de personas de toda condición. La música, el arte, la amistad y, en todo momento, sus conocimientos se desparraman en sus escritos, de todo género, siempre medidos por su ciencia y temperamento humanista.

Ignacio Tellechea Idígoras fue un hombre cabal, honrado, creyente. En 60 años de trato, le oí siempre hablar con claridad y sin restricciones ni tapujos, pero con cercanía y comprensión por la condición humana. Fue un buen sacerdote, rector del seminario de San Sebastián en una de sus épocas más convulsas, y creador y colaborador de algunas instituciones formativas de prestigio tanto en San Sebastián como en Madrid. Rechazó tajantemente ser obispo de Bilbao, dejando en cuantos le conocíamos la sensación de una magnífica ocasión perdida.

Incansable y audaz

Pero fue, fundamentalmente, historiador de la Iglesia e investigador, incansable, brillante, audaz en sus intuiciones, maestro en sus interpretaciones. Los archivos del Vaticano, del Santo Oficio, de Simancas y del Histórico Nacional constituyeron su caladero, sus lugares de vacaciones, el gozo de sus conversaciones. Su descubrimiento del proceso de Carranza, en el inaccesible archivo de la Inquisición, su exhaustiva y pulcra edición y sus importantes libros de presentación e interpretación de cuantos en él estuvieron implicados constituyen una aportación excepcional al conocimiento de los reinados de Carlos V y de su hijo y a la mentalidad eclesiástica de su tiempo. Gregorio Marañón fue quien primero descubrió y admiró su capacidad, pero, a lo largo de medio siglo, fue en los congresos europeos más importantes a los que fue invitado y en los que presentó sus ponencias sobre la historia eclesiástica europea de los siglos XVI y XVII, donde adquirió prestigio y reconocimiento.

Un historiador no se limita a almacenar datos dispersos, sino que es capaz de integrarlos y relacionarlos. Ignacio Tellechea dominaba el castellano, era buen psicólogo, conocía los maestros de espiritualidad españoles y gozaba de enorme sentido común, de forma que sus perfiles biográficos son amenos, puntillosos y penetrantes. Su biografía de san Ignacio constituye un clásico, imprescindible para penetrar en las entrañas de este personaje, a menudo, inaccesible, pero que Tellechea ofrece con todo su sentimiento y grandeza. Igual se puede afirmar de sus Francisco Javier, Larramendi, Miguel Molinos y algunos personajes contemporáneos.

Su producción resulta desconcertante: más de cien libros y centenares de artículos, pero deja, todavía, el fruto de años de investigación, sobre lo que nos hablaba a menudo, pero que no pudo completar. Hablará de ello, ahora, con Juan XXIII, con quien viajó por España junto a su gran amigo José S. Laboa, con Carranza, su auténtico alter ego, y con Unamuno, a quien leyó y de quien escribió  mientras enseñaba en Salamanca.

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