Marciano Vidal: “La esperanza cristiana no está reñida con los proyectos de auténtico progreso humano”

(Vida Nueva) La esperanza es el tema central de la última encíclica -la segunda de su pontificado- de Benedicto XVI. Varios especialistas han valorado para Vida Nueva el contenido y el momento concreto en el que llega este documento, Spe salvi. Para Marciano Vidal, profesor del Instituto Superior de Ciencias Morales de Madrid, se trata de una “buena encíclica”, pues tiene como cualidades que “elige un tema medular del mensaje cristiano y lo refiere a una necesidad profunda de la persona y de la historia”. No obstante, sospecha que muchos no creyentes e incluso algunos creyentes “se sentirán incómodos con algunos tonos del texto”.

Y es que Vidal piensa que éstos hubieran preferido que el documento hubiera resaltado más otras implicaciones de la esperanza cristiana (el “grito de los pobres”, por ejemplo) y no sólo la dimensión personal. Por otra parte, le parece certero “el juicio que se hace a la comprensión y a las praxis de las esperanzas basadas en la ciencia, en el progreso y en otros factores de la capacidad humana”, pero recalca que la esperanza cristiana “no está reñida con los proyectos de auténtico progreso humano”.

“Es una inyección de optimismo”, afirma Francisco Varo, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, al hablar de Spe salvi, una encíclica que considera muy necesaria en los tiempos que vivimos. “El siglo XX ha sido testigo de cómo las ideologías que buscan introducir por la fuerza un paraíso aquí en la tierra no dejan sino destrucción y desolación”.

El documento, en opinión de Varo, ofrece respuestas a esta realidad a partir de una lectura de la Biblia, pues los primeros cristianos se movían en un ambiente que “generaba en la gente tantas aflicciones como el actual”. Lo que aportaron ellos fue, según el teólogo, “la certeza de que con Dios hay un futuro, de que la vida no termina en el vacío”. Lo que vendría a redescubrir la encíclica es que “esa seguridad no es una evasión de las propias responsabilidades, sino un incentivo para la construcción de un mundo mejor”.

El sacerdote marianista José María Arnaiz, desde Chile, se plantea muchas preguntas al hilo de la encíclica papal, que considera que podía haber sido escrita por otro Pontífice en el siglo XIV o el XIX. Las respuestas a dichas cuestiones, como “¿Por qué esta encíclica ahora? (…) ¿Porque es necesario afirmar que no es lo mismo vivir con esperanza que sin esperanza? (…) ¿Qué podemos esperar?” justifican, en su opinión, que aparezca esta carta. “El Papa concluye que nuestra esperanza es Dios. Ésa es la esperanza grande. A lo largo de nuestra vida tenemos muchas esperanzas. Algún día tiene que aparecer en nuestro horizonte Dios y convertirse en nuestra esperanza”, añade.

Para Eloy Bueno, de la Facultad de Teología del Norte (Burgos), la encíclica tiene una limitación “destacable”, que consiste en que “la preocupación por el pensamiento europeo occidental dificulta la percepción de la experiencia de la esperanza en otros contextos y ámbitos eclesiales y culturales”. Sin embargo, considera que el escrito ofrece a los lectores un contenido con una doble observación desde el punto de vista teológico: por un lado que “el quehacer de la teología debe ser existencial (…) y estar abierto al comportamiento”. Por otra parte, “hay que destacar el núcleo central más allá de adherencias de escuela”. Spe salvi pone también de manifiesto, según Bueno, la relevancia del cristianismo “en un tipo de pensamiento que pretende marginarlo desde una opción inmanentista”.

Más información en el nº 2.592 de Vida Nueva (A fondo, páginas 8-11).

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