La oración es una manera de contemplar a Cristo. Mirar a Cristo me recuerda un testimonio de Chiara Lubich que gira en torno a mirar todas las flores, en especial por lo que la mirada representa. ¿Qué hay en la mirada que mira todas las flores? Hay, de entrada, una experiencia sensible que nos convoca a otras posibilidades de afrontar la existencia. Dato en la experiencia que testimonia la existencia del otro que, al mismo tiempo, nos mira.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
El otro nos es presente manifiestamente en la experiencia de la mirada, que es la experiencia fundamental en la comunicación. Cuando alguien nos mira, estamos ante otra subjetividad, ante otra conciencia, no ante un mero objeto.
La mirada es el primer paso para el encuentro feliz o infeliz de dos libertades o, al menos, de dos seres que se presumen libres. Es el ámbito primero que abre la puerta a la comunicación. La mirada se impone con el requerimiento de una dimensión originaria de la corporalidad –aunque, en este caso, “más allá” del cuerpo–. Mirada que en la Madre Félix representó una entrega para siempre, un deseo inaudito de arder en el amor de Cristo que la mira mientras ella lo mira, y en ese amor de miradas libres, vivir plenamente su deseo de estar en la cruz de sus miserias, esperando despertar a la suprema libertad del amor.
Un silencio que escucha
La oración también es un camino de silencio. Un silencio que escucha. Un silencio donde arde la verdad que nos revela y se revela, puesto que en él está la verdad solo en tanto en que participa de la verdad. Una verdad que es Cristo, ya que solo Él puede llenar plenamente la verdad de sentido y de palabra. Una que, justamente, por ser Cristo, abre el horizonte del ser humano para poderse reconocer como lo que es, para lo que fue hecho y está aquí. Por esto, la Madre se entregaba como párvula al Señor, en sus brazos a través de la oración.
La oración abraza con ternura y misericordia todo lo que somos, lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz, su identidad verdadera frente a Aquel que lo ha creado: “tan solo soy lo que soy ante Dios”, dirá San Francisco de Asís. Ese corazón que, por medio de la oración, condujo a la Madre Félix a reconocerse como un breve temblor que produce la contemplación del Rostro de Dios, un dulce estremecimiento al sentirse amada, una caricia de luz que amablemente inflama su alma.
Algo de poético
Orar es un caminar confiado hacia una fuente que transforma la sombra que pasa de un santo amor en palabra blanca que se eleva al altar, como cantó Antonio Machado, poeta que tanto estimó la Madre Félix. Porque, me arriesgo a afirmar, la oración tiene en su esencia algo de poético, al menos, como antiguamente se concebía la poesía, pues, en gran medida, orar es caminar, entre lluvias y manantiales, hacia la belleza. Una belleza que no es otra cosa que la organización debida a los impulsos del corazón destilados por una amistad con Cristo.
Esa sublime belleza que ubica al propio corazón humano frente a un abismo secreto donde recostar el rostro sobre el Amado, a buen decir de San Juan de la Cruz, y que a la Madre Félix le sirvió de ruta para comprenderse gota mísera frente al infinito océano de la misericordia de Jesús.
No podemos, por supuesto, culminar sin tocar la poderosa influencia que sobre el ejercicio de la oración de la Madre tuvo San Ignacio de Loyola. Un hombre que tuvo una conciencia y comprensión tan íntima, tan personal, tan apasionada, pero tan ordenadamente racional, de la oración, es una fuente inagotable.
Una fuente que comprende la oración como una búsqueda, pero también como un hallazgo de Dios. Buscar y hallar a Dios en el pensar, en el hablar, en el callar, en el hacer, en el trabajar, en el descansar, en la celebración de los sacramentos, en orar, en el vivir. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela