Tribuna

La belleza que salvará al mundo

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Después de la publicación de ‘Crimen y Castigo’, Fedor Dostoyevski, en forma serializada en la revista ‘El mensajero ruso’ entre 1868 y 1869, da a conocer su novela ‘El Idiota’. Conocida por su complejo protagonista, el príncipe Lev Myshkin, y por su exploración de temas como la inocencia, la belleza, la moralidad y la sociedad rusa del siglo XIX.



Personaje que, a su vez, nos recuerda al Nietzsche que soñó con el advenimiento del superhombre o al Kierkegaard que se desvivió por convertirse en un auténtico “caballero de la fe”. En las líneas de esta novela, Dostoyevski nos ofrece su respuesta a una preocupación: qué hacer con la existencia cuando esta ya no es un medio para alcanzar otra vida Verdadera, y cómo es posible vivir de manera virtuosa, a pesar de pertenecer a un mundo sin Dios y, por lo tanto, sin Verdad.

Como podemos notar, se trata de una novela muy actual. Cerca de la mitad de la novela, aparece en escena la confesión de Ippolit, joven de 17 años que está tísico y el médico le ha pronosticado menos de un mes de vida; joven que, además de enfermo, es nihilista, vehemente e imprudente.

De sus labios, y no con poco cinismo, en una reunión, se dirige al príncipe y le pregunta provocadoramente: “¿Es cierto, príncipe, que usted dijo en cierta ocasión que el mundo será salvado por la ´belleza`? ¡Señores —vociferó dirigiéndose a todos—, el príncipe asegura que la belleza salvará al mundo! Y yo por mi parte aseguro que si se le ocurren esas ideas peregrinas es porque está enamorado”.

Dios Y El Hombre

¿A qué belleza se refiere Dostoyevski?

Para iniciar una posible respuesta, vamos a una observación que hace el cardenal y teólogo Carlo Maria Martini. Señala que el príncipe no responde a la pregunta, “igual que un día el Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia a la pregunta ‘¿qué es la verdad?'”.

Con su silencio, el príncipe contempló con compasión a aquel joven condenado a muerte, una compasión tejida sutilmente por el amor que comparte el dolor. De ese amor justamente brota esa belleza que salvará al mundo. Una misma belleza que destilan las palabras de san Francisco de Asís cuando invoca a Dios exclamando “Tú eres la hermosura”. Una belleza que abre el corazón humano a la experiencia de dejarse tocar íntimamente hasta sentir el ardor que ayuda a captar el sentido profundo de la existencia.

En ‘Gloria. Una estética teológica’, Hans Urs von Balthasar señala que la belleza, esa que salvará al mundo, “es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien, y su indisociable unión”.

Simone Weil, por su parte, expone que la belleza que salvará al mundo es aquella que suscita en el hombre sentimientos puros y auténticos que relaciona con la presencia de Dios. Como vemos, parece quedar bastante claro que, la belleza que salvará al mundo es aquella proveniente del amor. De un corazón cargado de amor compasivo. Esa que nos impulsa a decir «Señor, ¡qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4)

Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Benedicto XVI describe estas palabras como originadas por una especie de combinación entre éxtasis, temor, pero también alegría por la proximidad de Dios. Lo cual me recuerda la insistencia de San Ignacio de Loyola de ponernos siempre ante la presencia del Señor.

¿Te imaginas estar verdaderamente en presencia de Él? ¿Cómo nos comportaríamos? ¿Qué sentiríamos? Las respuestas a estas preguntas tienen como fuente nuestra nostalgia, nuestro recuerdo de lo que sentimos ante el sobrecogimiento de la belleza. Sentiríamos, muy probablemente, una poderosa sensación de compasión hacia nosotros y hacia los demás. Esto me lleva a volver al inicio de estas palabras. Dostoyevski vincula la compasión con la belleza moral.

A través de la experiencia del sufrimiento, tanto propio como ajeno, los personajes de Dostoyevski alcanzan una mayor comprensión de la condición humana. La belleza que destila ese amor compasivo conduce al hombre a reconocer la verdadera belleza en el otro, y, en esa belleza, vio el príncipe Myshkin, en la capacidad de sufrir y perdonar, y en su compasión una respuesta a ella. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo, Venezuela