Fue poco antes del cónclave. El día 3 de mayo. Ese día Albacete vivía su particular celebración. La ordenación de su nuevo obispo: Ángel Román. Uno de los últimos nombramientos que hizo el papa Francisco. Hasta entonces, el padre Ángel era capellán de la cárcel de Estremera, en Madrid. También era párroco de Nuestra Sra. del Rosario en Torrejón de Ardoz y vicario de la diócesis Madrid-Alcalá.
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Los presos y presas lo conocen bien, y por eso lo quieren tanto. Los nombró en su alocución en la catedral (tanto a los que pudieron asistir sorprendidos, a la grandiosa celebración de mitrados, como a los que se quedaron viéndolo en la televisión del módulo). Porque el nuevo obispo de Albacete los quería a todos. Sin distinción.
Como el Zapatero de Alejandría. A veces las homilías de ordenación se hacen largas, se convierten en panegíricos casi excesivos. Pero el arzobispo de Toledo, Francisco Cerro Chaves, nos regaló un cuento. En sus palabras de acogida, para expresar las verdaderas cualidades de un pastor, el arzobispo relató la breve anécdota que San Atanasio cuenta sobre la vida del anacoreta San Antonio.
Cuentan que San Antonio fue a visitar a un zapatero de Alejandría, del que se decía había llegado a un grado de santidad muy superior al del monje.
Picado por aquel desafío de virtudes, Antonio viajó hasta el pequeño taller del artesano.
– Me han asegurado que eres más santo que yo. ¿Qué haces para llegar a tal nivel de santidad?
– Dedico un tercio de mi tiempo a la oración, un tercio al trabajo y un tercio al descanso.
– Eso también lo hago yo.
– No me intereso por ganar dinero. De lo que gano, la mitad doy a los necesitados.
-Yo me he desprendido de todo … ¿cuál es tu virtud especial?
Amar aún más
Mientras hablaban, el zapatero seguía atendiendo a los clientes. Miró a Antón. Volvió a mirar a la gente que se agolpaba ante su mostrador. Los amo -dijo-, no me importaría bajar al infierno si puedo salvar a uno cualquiera de estos mis semejantes-. Antonio afirmó levemente con la cabeza y, despacio, se dirigió de nuevo a su gruta de oración, cierto de que le quedaba amar aún más. Exactamente lo que, dos semanas más tarde, León XIV, en la homilía de su consagración, proponía como autoridad de la Iglesia: Amar aún más.
En el tiempo que compartí con él en Pastoral Penitenciaria, visitando a los presos y presas, o en las Eucaristías de los jueves, Ángel, el capellán de la cárcel de Estremera, hacía palabra viva esa proclamación del nuevo Papa, ese empeño constante en “Amar aún más” que, ya sea en Roma, en Albacete o en Estremera, identifica al Pastor, y por extensión, a toda la Comunidad creyente.