Todo es relación. La realidad es un tejido sin costuras

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LI-MIZAR

La encíclica “franciscana” del papa Francisco, que enseguida creó fervorosos aplausos y ácidas críticas, va –afortunadamente– más allá de la denuncia del atentado ecológico de nuestro tiempo y dar algunas propuestas de solución; con ser esto muy importante y por lo que ha resultado particularmente molesta en los espacios más feroces del capitalismo liberal y la sociedad tecnoeconómica que genera desigualdad, pobreza, y muerte para los más pobres. Ese “más allá” es la apuesta por una cosmovisión nueva; una “ecología integral” que se manifiesta con una de las expresiones felizmente más repetidas a largo del texto (más de 200 veces): “todo está conectado/ relacionado/ entrelazado”; o, como dice en otros lugares: “estamos interpenetrados” (138), toda la realidad forma un “tejido sin costuras” (9), todos formamos parte de una “comunión universal” (89).

Esto me parece una clara llamada a asumir el paradigma holístico y la superación de los dualismos, que han oscurecido el mensaje cristiano a lo largo de los siglos. Un mensaje que en su origen evangélico/jesuánico no era dual, pero que pronto fue teñido de dualismo al asumir el pensamiento griego dominante. Es la llamada a una ecosofía, que decía sabiamente Raimon Panikkar; ir más allá de una simple ecología (ciencia de la tierra) para llegar a una sabiduría-espiritualidad de la tierra, en la que interactúen en un diálogo intenso ciencia, filosofía, religión y espiritualidad. Una llamada a superar el antropocentrismo prepotente de la sociedad moderna, industrial, contemporánea, y llegar hasta el amor que une toda la Realidad, no sólo la humana. Se trata de buscar un nuevo equilibrio, una armonía no sólo entre los humanos y con la tierra, sino entre materia, espíritu y Dios. Porque somos relación, todo es relación y Dios mismo es relación.

El Espíritu no está sólo en los humanos, sino en todo lo que existe. Como afirma Francisco: “Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión” (89). La encíclica es una llamada a vivir en armonía con toda la Realidad. La misma armonía que vivieron Jesús de Nazaret y su más fiel seguidor, Francisco de Asís: “Deus meus et omnia”. Una llamada a una “espiritualidad ecológica”, integral, con la que termina la encíclica.

Así he titulado mi último libro: Espiritualidad ecológica. Una nueva manera de concebir a Dios y nuestra relación con él y con el mundo (Credo Eds., Saarbrücken, 2014). Me gusta repetir desde hace años que el cristiano y la cristiana del siglo XXI o es un/a ecologista y ecopacifista apasionado por la justicia, o busca una ecoespiritualidad… o no podrá ser un buen cristiano/a, discípulo/a de Jesús de Nazaret. Más aún, o busca la armonía con sus hermanos y hermanas, pero también con la naturaleza y el cosmos; o busca denodadamente una sabiduría-mística de la tierra, reconociendo la interdependencia de todo con todo, o no tendrá futuro. Porque la vida y el cosmos todo vive y muere con nosotros: somos uno con todo, somos relación; al margen no somos nada. Somos la conciencia del universo, pero sin él no somos. El ser humano, hombre-mujer, se salva con el mundo; como proclama Pablo, en un conocido texto que debemos leer atentamente: “La creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8,20-22).

Victorino Pérez Prieto, filósofo y teólogo

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