Misericordia quiero y no sacrificios

El profeta Oseas nos ofrece un veredicto de parte de Yavé que ha venido a mi pensamiento en el momento que me dispuse a pensar sobre qué decir en esta reflexión sobre lo que pasó a lo largo del 2015 y lo que podemos vislumbrar para el 2016 en orden a la misericordia: “Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Oseas 6,6). Vislumbrarlo en un país acosado por la palabrería y la dilación de las soluciones de justicia, a la vista de todos, necesarias y urgentes. De allí que podemos hacer eco del decir del profeta señalando que necesitamos acciones y no tantas intenciones y promesas que no se cumplen, reales decisiones y no discusiones a las que se les ponen límites pero al mismo tiempo nos sumergen en la incertidumbre.

Jesús en los evangelios hace referencia a esta expresión de Oseas señalando su búsqueda del pecador para que se convierta y viva (“Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”). Una urgente conversión de la palabra sin correlatos a las acciones necesitamos con urgencia en el país. El tránsito de tanto discurso sin soportes hacia hechos de justicia y reparación de las víctimas, hacia las prácticas que vayan generando esperanza porque los diálogos y las conversaciones se van acompañando de gestos evidentes de una voluntad decidida de finalizar con tantos años de ignominia.

Se han dado acciones que han encendido la luz de la esperanza como el cese unilateral del fuego, unas elecciones en serena paz como hacía muchos años no habíamos tenido, el desminado de algunas zonas que han dejado tantos y tantas mutilados y mutiladas, entre los que se cuentan dolorosamente muchos niños. Y estas acciones son las que señalan hechos positivos de cara al porvenir a la luz del presente. Consolidarlas, darles consistencia de manera que ellas se mantengan fortalecidas en el tiempo, es un desafío ineludible que habla de la capacidad de compasión que los dueños de la guerra en el país pueden desarrollar más allá de los discursos, reuniones y ceremoniales vistosos.

Las grandes acciones que esperamos son que los diálogos de paz de La Habana y las conversaciones con el resto de la insurgencia pasen de las palabras a los hechos.

Para muchos colombianos y colombianas esto resulta demasiado prolongado. Y es verdad que si tenemos compasión para con tanta sangre que ha corrido por los campos y sectores populares de Colombia es hora que se vaya llegando al inicio de la salida a tanta crueldad acompañada de palabras que sacrifican y tiñen de sangre porque niegan la posibilidad de conversión del pecador y el triunfo de la misericordia para con tantas víctimas inocentes injustamente condenadas, asesinadas y masacradas.

La esperanza la mantenemos a partir de una misericordia que señale hacia la real decisión de construir un país más equitativo, solidario y justo.

Ignacio Madera Vargas, SDS

Teólogo

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