Mañana

Congreso sobre las Conferencias Episcopales en la Universidad Pontificia de Salamanca. Echo un vistazo a los matriculados. Echo de menos a mi quinta. A esos sacerdotes que mañana estarán llamados a ser obispos. Lo serán sin memoria. Y de nuevo se repetirán errores del pasado. Al caer la tarde escucho al historiador Juan María Laboa. Cita al cardenal Larraona para visibilizar la oposición de parte del episcopado español a Pablo VI. “Nosotros para ser fieles al papado, nos oponemos al Papa actual”. Y añade Juan Mari: “Este argumento muchos lo están utilizando hoy contra Francisco”.

Me preocupa que se cuestione al Papa. No tanto por él. Le avala el Espíritu, su oración y esa santa astucia que le hace ir por delante de cualquiera que intente hacerle la pascua. Sea dentro o fuera de los muros vaticanos. Él se defiende solo, como lo ha hecho siempre, ante el corralito, frente a los corruptos, contra los narcos.

Me irrita por aquellos que intentan tirar por tierra la autoridad de este pontífice. Son los que siempre han presumido de una fidelidad a Roma sin límites. Pero, claro, ahora el discurso ha cambiado. Toca abajarse, aquello que hizo el Hijo de Dios al hacerse hombre. Se embarró. Para ser uno más entre los pecadores. Cristo se bajó del coche oficial para coger el colectivo. Cristo fue exiliado y refugiado; sentó a su mesa a aquellos que no cumplían la doctrina y que difícilmente podrían llegar a entenderla nunca. Francisco no hace otra cosa que imitarle. Y de ahí nace la resistencia. De querer ser otro Cristo. No en vano y, le pese a quien le pese, Francisco hoy es Pedro. Y mañana, también. 

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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