De las armas a la reintegración: Una oportunidad para la niñez

AFONDO

 

En los últimos quince años más de cinco mil menores de edad vinculados al conflicto han dejado las armas. Con un eventual acuerdo en La Habana se espera que muchos más niños y adolescentes abandonen la guerra. ¿Está preparado el país para reintegrarlos? ¿Cuáles son los principales obstáculos que enfrentaría esta porción de la sociedad? ¿Cuáles son las aspiraciones de quienes van un paso adelante en la búsqueda de la reintegración?

Mi nombre es Maribel. Trabajo en una empresa de confección y estoy terminando las prácticas de operaria. Tengo 19 años y soy de Chinchiná (Caldas). Crecí en el departamento del Cauca, en un lugar que se llama Piendamó.

Piendamó es un pueblo muy pequeño. La gente es muy amable y servicial. Yo vivía muy feliz allá. Era muy tranquilo en ese tiempo, muy amañador. Me gustaba porque casi no había tanto conflicto. No se veía vicio ni nada de eso.

Tengo tres hermosas hermanas; una es mayor, tiene 26 años; y dos gemelas que están en proceso de crecimiento: tienen quince. Son todo lo contrario a mí. Yo fui la que di lora en mi casa. Ellas no. Quieren aprender por cabeza ajena. Vamos a ver. Ojalá.

Me gustaba ir al río, estar con mis amigos, salir con mis hermanitas, montar bicicleta, comer helado, pollo… Lo que fuera. Todo, menos estar en la casa. Le huía a mi casa.

Mi papá y mi mamá son divorciados. Tuvieron problemas entre ellos dos. Los hijos siempre terminamos metidos en el medio y no sabe uno qué hacer… desde ahí uno empieza a portarse mal, a querer llamar la atención de alguno. Al fin y al cabo, no le prestan atención a uno, por andar metidos en sus problemas.

Mi papá es mayor jubilado de la policía; mi mamá, ama de casa. Después de que se divorciaron mi mamá se puso a trabajar: tiene un puesto en la galería, vendiendo productos de aseo. Yo era rebelde por llamar la atención. Inconscientemente, me portaba mal. Nunca me porté mal en el colegio, pero cuando salía del colegio me iba a caminar por ahí, me iba para el río y no decía nada, como si no tuviera mamá ni papá, como si nadie me pudiera mandar. Hacía lo que yo quería, así me pegaran. Y cuando me pegaban era como si me sobaran. Me reía. No les ponía cuidado.

chilemerece_wordpress_comUn 28 de noviembre tuve un problema con mi mamá. Mi papá tiene un problema mental y mi mamá dijo que estaba loco. A mí me dio mucha rabia porque yo a él lo quiero mucho, así sea todo indiferente y nunca llame ni aparezca. Él sigue siendo mi papá aunque esté lejos. Entonces tuvimos un problema por eso y yo le dije a ella que no la quería, que no era mi mamá. Me echó de la casa y, pues, el orgullo puede: yo tenía como 14 años y me fui.

Yo andaba con un muchacho como de 22; mi novio, supuestamente. Lo llamé y me dijo que sí, que no había ningún problema. Me invitó a conocer El Tambo y como a los tres días resulté en el grupo. Me llevó al pueblo, mientras él hacía la inteligencia al lugar. Aprovechó mi presencia e hizo un atentado. En el hospedaje había policías en todas las habitaciones. Esos días que yo estuve ahí, los policías hablaban conmigo, recochaban y todo eso… Él me pidió el favor de que fuera a recoger un mandado que estaba en una farmacia. Yo fui y lo recogí; normal, pues uno es todo inocente. Sacamos eso y me acordé de los Looney Toons. ¿Qué iba a pensar en otra cosa? Yo estaba muy chiquita todavía. En los Looney Toons muestran ese tipo de bombas. Él me explicó que eran barras de pentonita.

–¿Me puedo ir? –fue lo primero que dije.

–No, después de estar aquí ya no podemos salir ninguno de los dos –me contestó–. Y si la policía nos llega a tumbar la puerta, aquí nos morimos.

–¿Cómo así que nos vamos a morir? –me pregunté horrorizada. Pero pensaba en lo que me había dicho mi mamá y eso me daba muchas ganas de seguir ahí–. No voy a volver a mi casa –me dije–. A lo hecho pecho.

Fue aterrador. Tener uno mismo que entrar una bomba sin saber qué era. Para que ellos se murieran. Todos los días que me acuesto pienso en eso y le pido a Dios que me perdone. Así haya sido sin querer o sin querer queriendo. Es complicado.

A media noche salimos corriendo de donde estábamos. Y ya después de estar allá, amparada en el grupo, ¿yo qué más hacía? A mí el orgullo me puede.

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Niños en la guerra

La mitad de los que integran los cuerpos armados ilegales entró cuando eran niños. La mayoría, forzados. Desde 2003 se han desmovilizado 57.000 personas. La ACR (Agencia Colombiana de Reintegración) ha atendido a 24.000. Terminaron su proceso de reintegración 9.200.

Pelear por la vida

Otro tipo de orgullo llevó a que Jhon Freddy se vinculara a las Farc: el orgullo de cargar un arma y de echar bala. Tenía poco más de quince años. Hoy supera los 18 y, como Maribel, forma parte de los más de cinco mil menores de edad que en los últimos 15 años se han desvinculado en su momento del conflicto armado y han recibido atención especializada por parte del Bienestar Familiar en un programa para la reintegración social. Con un eventual acuerdo en La Habana se espera que muchos más niños y adolescentes abandonen la guerra. Sin embargo, ¿está preparado el país para reintegrarlos?

“Yo por mi parte no quería salir”. Según explica Jhon Freddy, fue el propio comandante del grupo al que pertenecía quien le dijo: “¿Sabe qué? Yo no lo quiero tener por acá, porque usted es un buen muchacho y quiero que salga adelante”. Lo conocía de niño, pensaba que tendría más oportunidades lejos de la violencia y lo entregó.

–¿Por qué no quería desmovilizarse?

–Cuando uno es pequeñito es muy enviciado a las armas. Que uno ya quisiera cargar un arma y que una persona no le puede decir nada porque usted ya le va dando de piso. Uno con un fusil o con un arma se siente grande.

Durante año y cuatro meses, Jhon Freddy se había movido mucho, en especial por el municipio de El Castillo, Meta, donde su contingente mantenía frecuentes enfrentamientos con grupos paramilitares. “Plomo pa’ arriba, plomo pa’ abajo”: día y noche, bajo el sol o el agua, aliviado o enfermo.

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Con el tiempo ha comenzado a decirse a sí mismo que la pelea del grupo no era tanto por la paz sino por la propia vida. Vio morir compañeros, cargó heridos y cadáveres. Conoció el desgaste. El mismo que llevó a que Maribel dejase de reconocerse en el espejo al comprobar sobre el cristal la imagen de una cara demacrada que solo desaparecería con el tiempo y los cuidados. Había ido de visita a su casa. Los bombardeos contra la columna Jacobo Arenas, de cuya segunda compañía formaba parte, se multiplicaban en el Cauca. Altos mandos habían sido abatidos por esos días y Maribel, con ayuda de su familia, se incorporó al programa del ICBF para la reintegración.

Como Jhon Freddy, es egresada del Centro de Atención Especializada Construyendo Sueños, que atienden los salesianos en la comuna noroccidental en Medellín. Hace unas semanas regresó a la institución en que vivió durante varios meses, con la excusa de saludar a una amiga por motivo de su cumpleaños. Jhon Freddy se preparaba para partir: el jueves siguiente viajaría a Granada, Meta, para reencontrarse con los suyos.

–Después del tiempo esto se convierte en la familia de uno –dice Maribel–. Aquí estuve un año y en el hogar transitorio como nueve meses. Casi todos venimos desde el transitorio juntos. Entonces los demás se convierten en eso… no en compañeros solamente, sino en el hermano, la amiga, la parcera, la que uno quiere, la que llora con uno (…) Uno se acostumbra. Cuando sale de aquí ya es complicado.

Obstáculos y desafíos

En Ciudad Don Bosco los adolescentes en proceso de reintegración reciben formación técnica en algún oficio que les ayude a ganarse la vida: ebanistería, artes gráficas, mecánica, belleza… En el Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación retoman sus estudios.

stjc-ntSegún explica uno de los educadores del programa ejecutado por los salesianos, “muchos de los chicos entre 16 y 17 años que llegan al CAE llegan con un nivel de escolaridad muy bajo. De alguna u otra manera eso les generará inconvenientes en un futuro para conseguir un empleo. Si bien Ciudad Don Bosco los vincula a los talleres formativos y al sistema escolar, el tiempo de ellos de estar en el CAE es muy corto. Algunos están trabajando; algunos están estudiando y otros ya son bachilleres… pero la gran mayoría no tiene ese nivel de estudio o ni siquiera ese nivel de compromiso, porque son pelaos de zonas rurales que no tienen nada que ver con el campo. Son chicos a quienes les da miedo enfrentarse a una ciudad, pagar un arriendo y servicios, o, sencillamente, moverse en una ciudad tan competitiva y tan grande como Medellín, porque vienen de tirar machete, de coger café, de trabajar en minería… y de que en su ambiente lo único que los rodea es un estilo de violencia, de machismo… Hay muchas cosas que los atropellan y les limitan las posibilidades en una ciudad como esta”.

También Maribel señala el choque que ha supuesto asentarse en Medellín, en donde muchos deben permanecer al terminar su formación, bien sea debido a que por cuestiones de seguridad ya no pueden volver a sus regiones o porque perdieron todo tipo de contacto con sus familias: “Yo estoy de acuerdo con el proceso de paz. Pero, ¿traernos a la ciudad? Muchos de los que están aquí son poli-consumidores… Salir de un lugar donde casi no hay nada y llegar a uno donde hay mucho choca inmediatamente. Las personas empiezan a consumir. A mí me duele mucho, porque he visto a muchos de mis compañeros que llegaron aquí bien, con las expectativas arriba, tirados afuera, consumiendo”.

Hay, por tanto, un conjunto de obstáculos a superar en el proceso de reintegración. Entre ellos se destaca la falta de oportunidades, frente a la cual pretende reaccionar la formación suministrada por los salesianos.

La pobreza sigue siendo una ocasión para la re-vinculación al conflicto, una amenaza latente que se mantiene en los municipios de origen de los jóvenes e, incluso, se ha venido fortaleciendo en áreas urbanas por la acción de bandas sicariales que reclutan a antiguos combatientes. Por ejemplo, en Tumaco, de donde provienen algunos de los adolescentes que participan de los procesos en el CAE, el futuro dependerá para ellos de las posibilidades laborales y económicas que se les puedan abrir. El Secretario de Planeación de la gobernación de Nariño manifestaba en una visita al puerto: “Si en Tumaco se crearan mil puestos de trabajo para la juventud, la violencia se acabaría en un 90%”. Sin embargo, es complejo el panorama en un municipio con el 70% de desempleo.

“Si no empezamos a tener alternativas de trabajo y de estudio, ese proceso aquí va a fracasar”, decía a Vida Nueva hace unos meses una líder social de la zona refiriéndose a la reintegración. “Si veo aquí la situación de los campesinos, de los agricultores, de los pescadores, nadie sobrevive de eso. El conflicto armado y el narcotráfico se han convertido en una estrategia de sobrevivencia para muchos. Si no se les ofrece alguna alternativa va a ser muy difícil que algunas personas vuelvan a una vida familiar, pacífica y desarmada. Y yo todavía no veo que el Estado colombiano invierta suficientemente en esta región, y no solamente en Tumaco, en toda la Costa Pacífica. La causa de ese conflicto sigue siendo la misma de hace 60 años”.

naty-torresY hay un obstáculo más, enraizado en la conciencia, evidente en lo cotidiano: el rechazo con el que se encuentran quienes dejan las armas. Una de tantas dificultades en un país que se muestra incapaz para superar la guerra, extirpando sus prejuicios:

–¿Nuestra sociedad es capaz de acoger a quienes han participado del conflicto armado?

–La verdad no sabría decir –responde Maribel. A la persona con la que yo vivo, que es una amiga, nunca le he dicho que soy desvinculada. Y por la manera como ella se expresa cuando ve las noticias y eso… me da pánico decirle: “yo estuve en un grupo”. Porque las personas piensan que solamente por haber estado en un grupo uno es una persona mala. Y no: también tenemos sentimientos, lloramos igual que ellos y también hemos cometido errores; más grandes, incluso, que los de ellos… pero todos hemos cometido errores y para poder aprender hay que cometerlos.

Una luz de esperanza

Rubén se desempeña como educador en el Centro de Atención Especializada de Medellín. Llegó cuando tenía 14 años. Y aunque muchas veces empacó maleta para abandonar el proceso, lanzarse a la calle o volver a la guerrilla, albergó el sueño de proyectarse en una familia. Ello lo motivó para permanecer en un sitio donde se le escuchó y se le ayudó a construir un proyecto de vida. Con 21 años, hoy tiene un hijo, se prepara en administración y atesora el deseo de estudiar sicología.

–¿Qué significa ser educador luego de haber estado vinculado al conflicto?

–Es una manera de retribuir a la sociedad, mostrando como estilo de vida que sí se puede cambiar.

Elegir otras opciones: es a lo que le apunta por estos días Jhon Freddy, quien ya estará en Granada para dar cumplimiento a su sueño: “Tener un buen trabajo, terminar mis estudios y ser feliz con mi propia familia”. Fue lo que hizo su hermano mayor, quien también pasó por la guerrilla y hoy maneja un camión como el que él mismo aspira a manejar en un futuro. ¿Las razones? Lo considera un trabajo digno, le gusta la velocidad y quiere disfrutar de la vida conociendo lugares diferentes.

“A mí que no me den plata, que me den estudio y con eso se ganan el cielo”

¿Y con qué sueña Maribel?

–Mi aspiración es entrar a la universidad, así tenga que sufrirla todos los días y aguantar hambre. No me importa. Quiero llegarle a mi papá y a mi mamá diciéndoles: “¿Saben qué? Soy doctora. Y me voy a especializar en neurología y voy a ser grande y los voy a ayudar a ustedes y a mucha gente”. Quiero estudiar neurología porque mi papá sufre de problemas cerebrales y está ahí… como muerto en vida. Me gustaría hacerlo porque hay mucha gente que lo necesita; no con el fin de ganarme esa plata: la plata sin felicidad no sirve para nada.

“Si no empezamos a tener alternativas de trabajo y de estudio el proceso de reintegración va a fracasar”

“Si no empezamos a tener alternativas de trabajo y de estudio el proceso de reintegración va a fracasar”

Que haya paz en Colombia dependerá en buena medida de abrirle un espacio en la sociedad a quienes han estado vinculados al conflicto armado, en especial a niños y jóvenes con una cuota de responsabilidad en la violencia y, paradójicamente, víctimas de ella, a su vez. Como dice, Beatriz Linares, abogada experta en derechos de infancia, “las personas menores de 18 años que han pasado por el conflicto armado como víctimas-protagonistas son el presente y no el futuro del país; ellas y ellos no tendrán futuro mientras no les aseguremos que hoy, durante su presente, la sociedad y el Estado les cercioremos todos y cada uno de los derechos que la guerra les robó o a los que nunca tuvieron acceso antes de su vinculación con los grupos armados”. Si Maribel, Jhon Freddy y Rubén están poniendo de su parte para buscar nuevas oportunidades, ¿qué podemos hacer los demás para que logren alcanzarlas? (Los nombres de los protagonistas de este reportaje fueron cambiados para proteger su seguridad).

Miguel Estupiñán

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