Consagrarse para escuchar y acompañar

Servidores Misioneros del Evangelio de la Misericordia de Dios al servicio de la familia

 

NICOLÁS MIRABET

Durante este año en Vida Nueva hemos dado cuenta de muchos carismas de distintas congregaciones, órdenes e institutos de vida secular como forma de reconocimiento en el año que el papa Francisco ha decidido dedicar a la Vida Consagrada. Escuelas, centros vocacionales, oración, silencio, compromiso con la vida que clama son algunas de las características que hemos resaltado. Sin embargo, hoy traemos otro modelo de Vida Consagrada, en donde no sólo hay varones y mujeres que se consagran a Dios, sino que también hay familias que se suman a esta forma de vivir y trabajar por los otros. Se trata de los Servidores Misioneros del Evangelio de la Misericordia de Dios. “No nos concebimos como hermanos sino como familia, donde hay laicos, sacerdotes, misioneras consagradas, niños, jóvenes, padres de familia. En las actividades nos juntamos todos y luego cada uno vuelve a sus espacios. Nacimos como familia y cada uno, desde su vocación, anuncia cómo Jesús lo ha ayudando a vivir la llamada que le hizo”, explica José Manuel González, un sacerdote español que lleva adelante su ministerio en la diócesis de Merlo-Moreno, Buenos Aires.

vivo-inundados copiaPresentes hoy en América Latina (Argentina, Colombia y Perú), en África (Togo) en Europa (Portugal, España, Francia, Bélgica, Alemania, Polonia, Ucrania e Italia) y en Asia (Israel, Japón, Corea y Filipinas), su carisma específico es la evangelización, la visita y el acompañamiento de las familias. Y en esta misión, muchas veces tienen que acompañar a las esposas de los diáconos permanentes. “El ministerio diaconal es una vocación que Dios hace a la familia. El diácono es un trabajador durante la semana como cualquier otro, y los sábados y domingos presta servicios en capillas, bautizando, dando la comunión, predicando la palabra, realizando casamientos”, explica la consagrada española Lucía Ordoñez. Y sostiene su afirmación con un ejemplo concreto: “En nuestra diócesis el diácono tiene un trabajo muy importante porque hay pocos sacerdotes. Además de administrar sacramentos y animar la catequesis, es el encargado de darle vida a toda su comunidad eclesial. Sus esposas necesitan apoyo y contención para entender la vocación de sus esposos y para que puedan acompañarlos en esa misión que Dios les encomendó”.

Pero para los Servidores Misioneros del Evangelio, acompañar a las familias es una misión mucho más amplia: “Significa crear vínculos para que nos puedan encontrar como amigos; si en las familias no podemos ayudar a resolver los problemas, tratamos de escucharlos, de ayudarlos a abrir el corazón para darles un sentido a ese problema”, ejemplifica otra consagrada española, Marisol Sánchez.

“En este trabajo de evangelización –sostiene la hermana Ordoñez–, dentro de nuestra familia misionera tenemos un método llamado Itinerario de fe, con el que trabajamos todo el año. Aquí participan muchos nuestros laicos, cada uno en su parroquia, como catequistas o como agentes de Cáritas, según la misión que tengan, van ofreciendo su servicio. Con charlas a las familias, con retiros, con convivencias intentamos integrar la fe con la vida”.

Parece extraño, pero en la familia es en donde muchas veces se necesita vivir más la fe: “La experiencia de fe y de misericordia ha salvado a muchos matrimonios. Porque por más que haya hijos y que ya haya más de veinte años de convivencia, esa relación de dos personas tiene que seguir siendo de a dos, tiene que tener su espacio para renovarse en el amor y para consolidarse en la relación. Para nosotros, como consagrados, los matrimonios son un testimonio muy grande de amor y de sacrificio”, asevera la hermana Ordoñez.

 

Fe y vida

Una sencilla cruz de madera que cuelga de su cuellos –que habitualmente talla una de las familias de los Servidores Misioneros del Evangelio– los identifica. Los consagrados no usan hábitos y para ellos esta forma cotidiana de andar “quita misterio porque nos presentamos iguales a los demás”, opina Virginie Brigant, una joven consagrada de origen francés.

vivo-capilla copiaSin embargo, más allá del hábito, del clériman o de la cruz en el cuello, la misión de los Servidores Misioneros del Evangelio se fundamenta en la fe, porque “para ser feliz, es decir para poder vivir una felicidad que me construya como persona, se necesita la fe”, sostiene la consagrada francesa. Y detalla. “Una situación dolorosa como la muerte se puede vivir como la desesperación total o como una esperanza en la vida eterna”.

“Los jóvenes –prosigue– pueden vivir la adolescencia sin fe, en donde todo da lo mismo. Pero cuando los chicos conocen a Jesús, ellos empiezan a encontrar su identidad, se dan cuenta que Dios los pensó para que sean felices. Porque si uno tiene fe le da otro sentido a la vida”.

“Para nosotros la vida en comunidad es fundamental. Poder saber que tengo un hermano, con quien puedo contar, a quien puedo abrirle mi corazón, es muy necesario. Si no tuviéramos este espacio de comunión, de ayuda fraterna, no seríamos capaces de llevar adelante nuestra vocación personal de consagrado, porque somos personas frágiles como cualquiera y necesitamos ser misionados y pastoreados por otros y lo hacemos entre nosotros”, confiesa el padre González.

“Obediencia, pobreza y castidad… y amor fraterno, porque para nosotros también es un compromiso muy serio la felicidad de mi hermano”, interviene Pablo Soley, un joven argentino que está haciendo su formación como religioso.

 

Trabajo en los barrios

Como en todos los barrios más pobres de los principales centros urbanos, no solos en Argentina, sino también en muchos otros países latinoamericanos, la droga está al asecho de las nuevas generaciones. “Está donde se juntan los jóvenes, en cada esquina, haciendo estragos. Por eso, tenemos que contener y acompañar a esas madres que sufren por la adicción de sus hijos, para que sigan luchando, para que sigan buscando a sus hijos de esquina en esquina, para que puedan encontrar instituciones donde puedan formarse y tener contención”, explica Danny Mendoza, oriunda de Venezuela.

Para estos Servidores Misioneros del Evangelio que realizan su tarea en lugares de suma vulnerabilidad social, económica y afectiva, el desafío más grande “es llegar a tiempo y despertar otra realidad en esos contextos de desesperación”.

vivo-recaudacion copiaLa hermana Mendoza cuenta una experiencia: “En algunos barrios, en la época de las inundaciones, cuando vemos a los niños mojados y sin zapatillas, nos ponemos a pensar. Y lo mejor es ir a ver a esos padres, para despertarles la conciencia y la reflexión sobre sus hijos, los peligros que corren, cómo ayudarlos. En la realidad, cuando uno va a esos barrios, humanamente ve que no hay esperanza: hay droga, hay alcohol, hay inseguridad, las calles están sin asfalto, la basura abunda por todos lados, pero la fe le da sentido a todo eso. Porque desde la fe, frente a realidades muy duras, la gente quiere salir adelante, quieren cuidar a sus hijos y fomentarle valores”.

“En Merlo –la ciudad en donde los Servidores Misioneros del Evangelio tienen una casa de ejercicios espirituales que el obispo del lugar les encomendó para el mantenimiento– se hace una vez por año una misión diocesana con jóvenes. Allí, en barrios muy humildes se hacen juegos para los niños, se visita a las familias con la imagen de la Virgen María y se realizan otros pequeños gestos que pueden cambiar la realidad”, describe Marisol Sánchez. Y dispara: “son realidades difíciles donde los vínculos familiares son complejos y hay diversidad de situaciones complicadas, pero la gente se da cuenta que puedan dar, aunque sea poco, y recibir mucho más”.

“Mi vida es al servicio de tres capillas desde hace 10 años –cuenta Ordoñez–. Cuando recién llegamos había apatía y poca participación. Poco a poco se fue cambiando el ambiente y hoy observamos que, por ejemplo, después de la misa la gente no se va, se quedan hablando con los misioneros o entre ellos. Hace poco hicimos un almuerzo a la canasta [todos los comensales llevan su comida y la ponen en la mesa para compartir con los demás], simplemente porque nos dimos cuenta que la gente necesitaba un espacio para hablar, para conocerse. Y esa actividad la disfrutamos mucho porque, fruto de la convivencia, la comunidad se va regenerando y se van promoviendo lazos fraternos nuevos, en donde se fomente el ambiente de familia”.

Con este relato no quedan dudas de que esas capillas irradian vida a los barrios y de que la vida pastoral de los Servidores Misioneros del Evangelio de la Misericordia de Dios se sostiene sobre dos pilares vitales: escuchar y acompañar.

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