Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Tich Nath Hanh, un hermano de camino


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“He sido monje durante 65 años, y lo que he descubierto es que no hay ninguna religión, ninguna filosofía, ninguna ideología superior a la fraternidad. Ni siquiera el budismo” (Tích Nhất Hạnh).



Para muchos, un líder espiritual indiscutible (consejero de Oprah Winfrey, Madonna, Obama, Nicole Kidman o el mismísimo Clint Eastwood). Para otros, un oportunista haciendo negocio. En todo caso, uno de los hombres más influyentes del mundo que ha repartido por los cinco continentes el conocido mindfulness o atención plena.

Thich Nhat Hanh murió el pasado 22 de enero en Vietnam a los 95 años, en el mismo monasterio donde se había ordenado 80 años atrás. Había regresado en 2014, tras sufrir un ictus que le dejó sin habla y la mitad de su cuerpo paralizado. Las autoridades le permitieron pasar sus últimos años allí, pero siempre vigilado por policías apostados en el monasterio. ¿Qué hacía tan peligroso a este anciano enmudecido por la enfermedad y en silla de ruedas?, ¿qué había en él para que miles de personas de todos los continentes convirtieran su hogar en lugar de peregrinaje?

La primera pregunta se responde con su pasado. Este maestro zen vivió exiliado casi 40 años en Francia por oponerse a la guerra de Vietnam. Como suele pasar con aquellos que intentan ser honestos y no casarse con nadie, se ganó la enemistad de los dos bandos: su postura era una amenaza, tanto para el Norte comunista como por el Sur y los EEUU que estaban detrás. Más aún: al acabar la guerra tampoco pudo regresar porque el bando comunista que había vencido no aceptaba de ningún modo la defensa de la libertad religiosa.

La curiosidad

Somos curiosos los humanos, ¿no? Hay personas que nos ponen en guardia de tal manera que son capaces de generar alianzas entre enemigos. Las personas libres, las que se presentan como inmanejables, acaban siendo un problema para todos. Y en su contra despiertan alianzas imposibles que de otro modo hubieran sido posturas irreconciliables.

La segunda pregunta se responde viendo la cantidad de centros surgidos por todo el mundo, sin un plan estratégico de expansión o de posicionamiento. Un movimiento que, estemos de acuerdo o no con él, vincula a millones de personas de diferente edad, cultura y proyecto vital. Y me atrevo a decir que, algo así, no puede representar sólo a una panda de eclécticos “abraza-árboles” (así he escuchado llamar no pocas veces a los que practican mindfulnees y lo insertan en su práctica religiosa o en sus hábitos cotidianos). Algo más encontrarán millones de hombres y mujeres al hacer silencio, respirar, adentrarse en uno mismo, amar la naturaleza, comprometerse compasivamente consigo mismo y con los demás y sonreír. Sí, sonreír. Para mí, una clave diferenciadora en las meditaciones y propuestas de Nhat Hanh. No basta con meditar. No basta con respirar. No basta con ser compasivo. Hazlo con una sonrisa. Sobre todo cuando espontáneamente no sea eso lo que el corazón te pide.

No intento “beatificar” a Thich Nhat Hanh. No lo conozco lo suficiente como para tener una idea clara y fundada sobre él. Solo he leído alguno de sus libros y me he interesado por cómo ha vivido y por cómo ha muerto. Impresiona ver cuánta gente acompañó la ceremonia fúnebre, la sencillez y la belleza al mismo tiempo. La gente que siguió conmovida hasta el final a este hermano no se paró por su deterioro cognitivo, ni por sus limitaciones de movilidad, ni al ver mermada su autonomía diaria necesitado de los cuidados de otros. Al parecer, nada de eso nos configura como personas de referencia, como seres humanos más o menos valiosos. Todo apunta a que buscamos en un lugar equivocado. Podemos incluso peregrinar por estar cerca de alguien así de enfermo y así de débil, siempre que hayamos percibido algo suficientemente auténtico y valioso en su interior. Allí donde la fuerza no se ve. Allí donde somos, simplemente, muy humanos.

Thich Nhat Hanh

Vuelvo al inicio: sea cual sea tu religión o tu increencia, sea cual sea tu manera de estar en el mundo, sea cual sea tu historia, lo esencial de la vida nos lo jugamos en nuestra capacidad de ser humanos. En otras palabras:

  • Capacidad de mirarnos a nosotros mismos tal como estemos y así querernos, habitarnos con gusto.
  • Capacidad de generar lazos, fraternidad, compasión.
  • Capacidad de percibir el mundo y cada elemento como parte de nosotros mismos y nosotros de ese conjunto, de esa “casa común” como le gusta decir a Francisco.
  • Capacidad de no evadirnos de lo real, de no evitarnos tener que tomar postura ante tantas situaciones y conflictos, aunque eso nos conlleve exilios, rechazos y problemas.
  • Capacidad de “fregar los platos”, pues “hay dos maneras de fregarlos. La primera es hacerla para quitárselo de encima y poder dedicarse a otra cosa y la segunda por el propio hecho de hacerlo”.
  • Capacidad de anteponer lo espiritual, esa esencia divina que mueve el mundo y a cada ser humano, más allá de ideologías e instituciones.

Y no es poco que de vez en cuando, la vida nos regale a personas como Thich Nhat Hanh. Un hermano de camino. No lo desperdiciemos.