Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Los atascos de la vida


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Una de las prácticas más comunes cuando nos llega el calendario laboral es revisar cuándo caen los festivos y cuántos puentes adornan el año. Entre ellos la estrella es, sin duda, el puente de la Inmaculada. No es de extrañar que las carreteras se llenen de coches, especialmente después de tantos meses de movimientos limitados, de restricciones y de medidas de control, se tienen muchas ganas de recuperar pequeñas cuotas de normalidad, como la que implica permanecer en eternos atascos.



Yo entiendo perfectamente ese deseo de movimiento, porque a mí también me encanta viajar. A veces bromeo diciendo que entré en la Vida Consagrada precisamente para eso, aunque no debí leer la letra pequeña del contrato, donde indicaba la distancia, los medios de transporte y la velocidad con la que tendría que regresar a mi punto de origen. Quizá este gusto sea porque hay pocas imágenes que recojan tan bien lo que implica vivir. Estamos en constante movimiento, en un trayecto acompañado que no siempre trazamos nosotros. La ruta va variando sobre la marcha, llevándonos a rincones desconocidos, a vivencias inauditas y a encuentros inesperados con personas que se van cruzando en nuestro camino. Como si fuera una road movie, nuestra historia es un gran viaje ante el que podemos situarnos como nómadas o como peregrinos.

Los viajes en la Biblia

La Biblia también está atravesada por viajes, muchos de ellos paradigmáticos, como el que parte de Egipto a la tierra prometida o el que lleva a Jesús de Galilea a Jerusalén. A mí me resulta especialmente sugerente el itinerario que realiza Jacob en el libro del Génesis. Es verdad que lo que le lleva a iniciarlo no es el deseo de hacer turismo, porque huye de un hermano quiere acabar con él (Gn 27,42-44). Motivos no le faltaban después de que su mellizo le hubiera engañado a él y a su anciano padre, pero una situación nada deseable se convierte en el comienzo de un camino capaz de transformarlo interiormente. Su recorrido culminará en el lugar donde había comenzado, cuando regrese al hogar y se reconcilie con su mellizo, pero no regresará siendo el mismo que salió. Así lo muestra el nuevo nombre que recibe del mismo Dios: Israel (Gn 32,28-29).

Quizá tampoco nosotros hayamos elegido algunos de los movimientos que hemos tenido que emprender. Es probable que muchas de las sendas que atravesamos en nuestra existencia no hayan sido deseadas, pero seguro que son capaces de generar cambios en nosotros. Es probable que tengamos que sufrir algún “atasco” en este viaje de la vida, pero que eso no nos quite la certeza de que siempre vamos bien acompañados.