Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

La alegría de llegar a ver


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Si alguien puede mantener la alegría cuando se acerca algo objetivamente doloroso o conflictivo es porque alcanza a ver algo que los demás no vemos.



En Adviento es más comprensible que la Iglesia proponga el “Domingo Gaudete”, un domingo dedicado a la alegría porque ya se acerca el nacimiento del Salvador. Pero que en Cuaresma se nos proponga también un “Domingo Laetare” (el cuarto, concretamente), un domingo para alegrarnos porque la Pasión está cerca, es mucho más cuestionante. ¿Podemos alegrarnos porque se acerca la Pascua de Jesús?

Hay otra alegría desconcertante y más hiriente para abrir la semana de Pasión: los hosannas del Domingo de Ramos con sus cantos, nuestros vestidos de fiesta y nuestras palmas en alto. ¿’Hosanna’ porque llega Jesús para luego dejarlo solo y acusarle hasta la muerte?

Francisco dijo hace un par de semanas (en el Domingo Laetare) que “la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte”. Y me recordó esa capacidad profética tan envidiable de quienes son capaces de ver más allá de lo que todos vemos de entrada. Unos padres que ven en un hijo perdido y desubicado al más querible hijo que podrían tener, a la mejor persona que puede llegar a ser. Un buen líder que ve en un fracaso una oportunidad para crecer y fortalecernos como equipo y atrevernos a dar nuevos pasos. Un buen amigo que ve futuro en ti solo porque es tu amigo y se fía de ti y se queda a tu lado, aunque no entienda lo que estés haciendo.

Entre creer y saber

La tradición bíblica está repleta de hombres y mujeres que ven lo que otros no ven porque previamente Dios vio en ellos algo inesperado y le creyeron. Donde todos veían un muchacho sin experiencia ni conocimientos Dios vio al rey David. Donde todos veían una prostituta a la que apedrear, Jesús ve una mujer capaz de levantarse y abrirse paso dejando atrás su propia vida. Jeremías vio la primavera en una rama de almendro e Isaías un nuevo comienzo donde solo había un torno de alfarero.

Algo así querría para iniciar la Pascua, para celebrar un año más la Pasión de Jesús, el exceso de injusticia sobre un inocente. Una cosa es “creer” que, después de morir, hay resurrección. Otra cosa es “verlo”, “saberlo” por dentro.

También en los domingos-de-ramos que nos tocan venir. Los aplausos, las alabanzas, las palmas. No dudo que muchos de los que salieron por las calles de Jerusalén lo sentían de verdad. No todos eran unos mentirosos. Seguro. ¡Pero nuestra fidelidad tiene raíces tan cortas tantas veces!

Nosotros, que ya sabemos lo que siguió a esa fiesta de Hosannas, corremos el peligro de no darle importancia. El peligro de dar por hecho que vendrá la Resurrección que nos han contado y que, con nuestros límites, hemos creído. El peligro de no estremecernos con la violencia, la mentira y la pusilanimidad que llena todo de lunes a viernes. El peligro de no buscar sin descanso a Jesús -aunque sea de lejos-, en medio de la maraña de unos y otros, ya sea en silencios ya sea en el ruido de la muchedumbre (¡crucifícalo!, ¡crucifícalo!). El peligro de no vivir con Él nuestra propia pasión, cada cual la suya. ¿Estás de Domingo de Ramos?, ¿o atraviesas un martes santo en Betania?, ¿estás de despedida de Jueves?, ¿vives en dolor de Viernes?, ¿estás en el vacío del Sábado? Por la Resurrección no pregunto. Es tan permanente como escurridiza; se nos va de las manos en cuanto pensamos haber alcanzado la Vida plena. Y volvemos a recomenzar de Su Mano.

Estemos donde estemos, en unos días volveremos todos a Galilea. Y allí será la gran prueba: lo que seamos capaces de ver donde otros no ven casi nada. Y con eso que atisbamos a ver, vivir de otra manera.

Nos vemos, nos leemos a la vuelta. En Galilea. Y si Dios quiere, cerquita del Resucitado. Porque, aunque también hay momentos que sólo nos queda acompañar a quien queremos desde lejos, tiene que ser por un poco de tiempo. El amor, como la alegría, pide cercanía. Esa que nos regala otra mirada y otra escucha. Resucitados para vivir y, cuando sea posible, dar algo de esa vida a otros. Feliz Pascua.