Universidades católicas: ¿las mejores?

(Jorge Juan Fernández Sangrador– Director de la Biblioteca de Autores Cristianos) La Universidad Jiao Tong de Shanghái ha dado a conocer, como suele hacer anualmente, la lista de universidades que, según esta institución académica, se cuentan entre las quinientas mejores del mundo, con arreglo a los siguientes criterios: alumnos y profesores que hayan sido distinguidos con premios Nobel, investigadores citados en los ámbitos de las ciencias de la vida, medicina, física, ingeniería y ciencias sociales; artículos firmados en las revistas Nature o Science; número total de artículos indexados en Science Citation Index-Expanded, Social Science Citation Index y Arts & Humanities Citation Index. 

De la lista de universidades católicas que aparecen en el Anuario Pontificio de 2008, se cuentan, entre las calificadas por la Universidad de Shanghái como las quinientas mejores del mundo, tan sólo siete: Leuven–Louvain La Neuve (Bélgica), Georgetown (Estados Unidos), Nijmegen (Holanda), Laval (Canadá), Pontificia Católica de Chile (Chile), Sacro Cuore (Italia) y Sherbrooke (Canadá). Junto a éstas, en el elenco, figuran también algunas de inspiración católica, como, por ejemplo, Notre Dame, Saint Louis y Boston College, en los Estados Unidos.

¿Por qué las universidades católicas están tan escasamente representadas en el catálogo de la de Shanghái? Entre otras, por estas tres razones: 

1) Las universidades católicas, por lo general, se han preocupado principalmente de la calidad de la docencia, en los profesores, y de la calidad de los resultados en los alumnos. De la conjunción de esfuerzos de ambas partes se suele esperar el éxito profesional de los estudiantes, que constituye, por un lado, el mejor título de gloria de la universidad –también publicitario– y, por otro, el cumplimiento de una vocación y un deber de mejorar las condiciones de vida de las personas, en conformidad con una de las tareas que se marca la Iglesia en su acción social.

2) Esta concepción de la universidad ha determinado la selección del profesorado, y es aquí en donde se halla el quid de la aproximación o alejamiento de los parámetros más exigentes de excelencia universitaria. El perfil del personal docente suele responder a estas características: antiguo alumno; estudioso, pero no investigador de oficio; divulgador, en las clases-conferencias y en los libros, de aportaciones científicas de otros; considera que no está todo lo bien pagado que debiera pero le conviene estar en la universidad por los beneficios colaterales que obtiene; aunque la universidad le proporciona el mínimo imprescindible para que realice su labor, le asegura también otros medios que son inalcanzables para un individuo que no pertenezca a una institución académica (revistas científicas, subvenciones con dinero público, relación con otras universidades).

3) El hecho, por otra parte, de que la fuente principal de financiación sea el alumnado condiciona definitivamente la política general en la gestión de la universidad, lo que no sucede, por ejemplo, en Leuven-Louvain, cuyo profesorado cobra del erario público.

A tenor de lo expuesto, ¿qué cabría hacer para que se sumen más universidades católicas a la lista de las top 500?

1) Determinar, en primer lugar, si desean o no estar en el ranking de las mejores. La excelencia exige selección y la Iglesia se ha propuesto ofrecer, sin exclusión, un nivel digno de formación universitaria a cuantos sectores de la población lo demanden. Ahora bien, si se mantiene este criterio, y a tenor de los planes de reforma universitaria que se prevén para un futuro inmediato, las instituciones católicas se exponen a perder el rango de universidades y a convertirse en academias de otro orden.

2) Establecer unos criterios de selección del profesorado con los que, por una parte, se erradique la endogamia y, por otra, se tienda a contar con un cuerpo docente que se ajuste a lo que se estila en las universidades importantes: relativa juventud, acreditada cualificación y reconocimiento por colegas de la especialidad en el ámbito internacional.

3) Para ello se precisa una determinada voluntad de financiar un proyecto que ha de cumplir un requisito que no es de menor importancia: el compromiso con la identidad católica de la institución y lo que ello comporta.

En conclusión, si persisten en no producir ciencia, las universidades católicas seguirán siendo, salvo algunas excepciones, meras transmisoras de cultura, conocimientos generales y técnicas aplicadas, y no figurarán, por tanto, en los registros internacionales de calidad.

En el nº 2.644 de Vida Nueva.

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