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    Coloquio internacional Haití.

    Prioridad para la región y agenda para su transición

    La Academia Internacional de Líderes Católicos, reúne en un coloquio internacional a personalidades que impulsan un Plan Integral de Desarrollo para la superación de la crisis en Haití

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La prohibición del burka, ¿oportuna o peligrosa?

(Vida Nueva) La determinación de varios municipios de prohibir el burka ha avivado una polémica que algunos creen innecesaria. Pero hay debate: ¿la prohibición ayuda a la integración, o potenciará el fundamentalismo? El periodista Ilya U. Topper y el islamólogo jesuita Jaume Flaquer, ofrecen sus puntos de vista sobre este tema.

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La secta del ‘burka’

(Ilya U. Topper– Periodista de www.mediterraneosur.es) Burka o niqab: dícese de la prenda que cubre a una mujer por completo, sin dejar más que una estrecha rendija, en el mejor de los casos, para los ojos. La decisión del Ayuntamiento de Lérida de prohibir su uso en las dependencias municipales –como en algunos municipios belgas– ha avivado la polémica.

La prohibición tendrá dos grandes enemigos: sus adversarios y sus defensores. Quienes se oponen a la norma suelen considerar que el niqab es un símbolo del Islam y, como tal, debe permitirse en nombre de la libertad religiosa. Hay quien reemplaza ‘libertad religiosa’ por ‘multiculturalidad’, un error, porque casi ninguna de las mujeres que llevan el burka en Europa es afgana ni saudí. Muchas son conversas (el 25% en Francia) o han nacido en Europa; ninguna ha visto a su madre llevar niqab. No es un fenómeno cultural, sino religioso. Pero, ¿a qué religión pertenece?

Al Islam no, desde luego. Los países –Arabia Saudí, Afganistán, Yemen, Golfo…– en los que el niqab es habitual (por ley o presión social) no llegan al 8% de la población musulmana del planeta. La inmensa mayoría de los teólogos musulmanes de todos los siglos considera que cubrirse la cara es innecesario.

Por supuesto, quienes insisten en llevar niqab dicen que lo hacen “por ser musulmanas”: todas las sectas tienen tendencia a usurpar el nombre de la religión de la que se han escindido. Y quien propone este código de vestimenta es únicamente la secta wahabí, fundada en Arabia Saudí en 1745, denostada entre los musulmanes hasta inicios del siglo XX y hoy todopoderosa gracias al petróleo. Sus telepredicadores hacen cada día más adeptos entre los musulmanes europeos, hijos de inmigrantes, ignorantes de la religión de sus padres. Y las voces de quienes protestan en Marruecos o Irak no se escuchan en Europa.

Casi peor son los argumentos del otro bando: considera el burka, también, un símbolo del Islam y pide prohibirlo para preservar los valores cristianos frente a la invasión de una religión extranjera. De poco sirve aclarar que Corán y Biblia apenas se distinguen en los valores que difunden: siempre hay alguien dispuesto a citar las frases más guerreras del Corán frente a las más pacíficas de la Biblia, jamás viceversa.

Hay quien sustituye ‘valores cristianos’ por ‘occidentales’. Es peor: denota la arraigada idea de que en “Occidente” defendemos la igualdad de mujeres y hombres, pero que “ellos”, “los musulmanes”, no necesitan estos valores porque la libertad, la igualdad y la democracia no forman parte de “su” cultura, y que está muy bien que una musulmana sea obligada a taparse, siempre que sea en Argelia, no en Cataluña. Que estos valores puedan ser universales –lo fueron antes de empezar la cruzada wahabí– es algo que se olvida.

Lo preocupante no es el burka, sino lo que simboliza: la ocultación de la mujer para ‘protegerla’, aislarla y evitar que se tambalee un orden social fundado en una estricta segregación sexual que prohíbe todo contacto físico. El niqab (y el hiyab, que expresa esencialmente la misma idea sin tapar la cara) no es más que la bandera de este movimiento político-ideológico. Lo preocupante es que Europa acepte estos códigos en aras de un “respeto” hacia “otras culturas”, ceda a la misión de una secta oscurantista y eleve a sus portavoces al rango de interlocutores oficiales del colectivo inmigrante: todos los Consejos Musulmanes europeos están dominados hoy por wahabíes.

¿Prohibir el burka es un paso en la dirección contraria? No, si se hace para “frenar la expansión islámica en la Europa cristiana”, porque entonces ofrece munición gratuita a los promotores del choque de civilizaciones e incide en la idea de que “ellos” y “nosotros” son colectivos distintos: precisamente lo que expresa el hiyab, el niqab, que señala a las ‘buenas musulmanas’ frente a las demás mujeres. Sí, si se hace desde un espíritu laico, se acompaña de medidas que integren a los inmigrantes en la sociedad y se recuerdan los valores universales de la igualdad de sexos, por los que tanto han luchado y siguen luchando los movimientos feministas del mundo árabe. Si se recaba el apoyo de éstos en lugar de ningunearlos. Y si se responde a una pregunta: ¿qué ha hecho Europa para que sus ciudadanos musulmanes se adhieran en masa a una secta que ni siquiera distinguen ya del Islam?

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El ‘burka’, contra el Islam

(Jaume Flaquer- Jesuita, islamólogo y miembro de Migra-Studium) El tema del burka en España es un problema menor, pero que, debido a su gran carga simbólica, ha desencadenado un gran debate social y político. El éxito de la iniciativa belga y francesa para su prohibición en el ámbito público ha animado a ciertos partidos a plantear también el debate en España. Yo no era partidario de abrir el debate político aquí, puesto que los casos de mujeres con niqab son, en realidad, muy pocos. Pero, una vez planteado, todos los partidos políticos están obligados a definirse.

No hay consenso sobre si debe prohibirse, pero sí existe un rechazo generalizado a esta prenda, bien sea por cuestiones de seguridad y desconfianza ante alguien que no muestra el rostro, bien porque vulnera los derechos de la mujer, o bien por rechazo explícito a los símbolos musulmanes.

La comunidad musulmana haría bien en intentar comprender que la sociedad española no transigirá en este tema, pues entran en juego principios básicos que fundamentan la cultura y la convivencia del país. Las primeras declaraciones de las comunidades musulmanas se limitaron a expresar su oposición a la prohibición sin ver que el velo integral puede convertirse en su propio enemigo. Los primeros interesados en que no prolifere esta prenda deberían de ser los propios musulmanes, puesto que cada mujer que cubre su rostro en público gana ese día para la extrema derecha el voto de algún ciudadano.

Yo reconozco que, al final de mi larga estancia en Egipto, me acostumbré a ver esta prenda y descubrí el poder comunicador de los ojos. Pero, aun así, recuerdo que cuando un joven musulmán que deseaba el niqab para su futura mujer me dijo que una mujer sin velo atraía excesivamente las miradas, yo le respondí: “Pues a mí me llama más la atención una mujer con niqab que sin él”. Comprendo, pues, que muchos musulmanes hayan recibido con extrañeza el debate generado, pero estoy convencido de que hay peligro de que marque un punto de inflexión en el trabajo de acogida y convivencia que hemos hecho durante una década.

¿Qué hacer, entonces? El debate ha empezado en los municipios de Cataluña (Lleida, El Vendrell, Cunit…) y pronto llegará al Parlament catalán y a las Cortes. El mayor beneficiado será, sin duda, la extrema derecha. Hay que evitar que los debates en los ayuntamientos se vayan extendiendo como una gota de aceite y que haga que estemos todo el año con titulares sobre las adhesiones de tal o tal municipio a la prohibición. Cada titular exacerbará las posturas extremas. Por eso, es necesario tomar una decisión definitiva a nivel nacional. Ya que el debate ha comenzado, debemos abrir una reflexión pausada y en diálogo con la comunidad musulmana.

Deberíamos poder llegar a un gran pacto, aunque sea de manera tácita, en el que se prohibiese el acceso a lugares públicos cerrados (edificios, medios de transporte, etc.) con vestimentas que oculten la identidad y, a la vez, se reconociese definitivamente el velo como símbolo de identidad religiosa fundamental. Gran parte de este país ha apostado por la integración pública (y no sólo privada) de las obligaciones religiosas de los musulmanes, a la vez que rechaza aquellas corrientes extremistas que no tienen cabida en una sociedad de igualdad de derechos. También la Iglesia se ha posicionado a favor de esta postura de laicidad positiva. Es en estos términos donde debe moverse el diálogo.

Es cierto que una prohibición del velo integral en espacios públicos cerrados sólo resuelve el problema de la seguridad y que la libertad de pasear con él seguirá dando alas a la islamofobia. Por eso, habrá que convencer a la comunidad musulmana de que es la primera interesada en desaconsejarla. La prohibición en la calle es de difícil fundamentación jurídica: por una parte, los motoristas y las bufandas contra el frío también tapan la cara; y, por otra, a menudo es la misma mujer la que opta por el velo integral, y no su marido.

Éste no es en sí mismo un gran problema, pero puede ser la punta del iceberg de un proyecto incompatible de sociedad. Ciertamente, la inmensa mayoría de musulmanes vive con normalidad su proceso de integración en nuestro país y no exigen más que el reconocimiento de los derechos que les corresponden por los acuerdos de la Comisión Islámica de España con el Estado español de 1992. Por ellos, y con ellos, debemos evitar lo que nos lleve por sendas de la conflictividad social.

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

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