Crisis y obispos

Carlos AmigoPCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La raíz más honda de la crisis está en haber dilapidado el primer capital a salvar y valorar, que es el hombre, con el reconocimiento de su dignidad como persona, los valores morales y la dimensión trascendente de su vida”.

¡Este mundo no tiene arreglo! No acabamos de disfrutar de un poco de bienestar social y económico, y se presenta una crisis económica de dimensiones insospechadas…

Pablo VI, uno de los grandes maestros de nuestro mundo contemporáneo, nos dejó unas palabras, tan clarividentes como actuales, al escribir en la encíclica Populorum progressio que lo que no se hace con Dios, se hace en contra del hombre. El beato Juan Pablo II, dirigiéndose a los obispos franceses, les decía que la gran tentación del hombre contemporáneo es la de considerar a Dios poco memos que como un estorbo.

Estos pensamientos pontificios están en la base de las oportunas declaraciones que han salido en distintas cartas pastorales de los obispos españoles. Con prudencia y acierto, no han caído los obispos en la tentación de un pragmatismo técnico, de hacer análisis y proponer soluciones que están en otro campo distinto al de su cometido pastoral. Hablan como pastores del pueblo que se les ha confiado, dispuestos a servir, con las orientaciones de su magisterio, a cuantos les puedan ayudar.

Los más afectados por la crisis, como es lógico, son los más débiles. Y, aunque repercuta en toda la sociedad, incide de manera particular en las familias numerosas y en los jóvenes. A unas, porque el salario no acaba de entrar en casa. A los jóvenes, porque ven cerradas las puertas a un empleo. También afecta, y cómo, a los pequeños empresarios, que contemplan aterrados el derrumbe de su pequeño negocio; a los agricultores y ganaderos, siempre unidos a los vaivenes del campo; a los inmigrantes, que quedan abandonados a su suerte.

En la intención de los obispos está el contribuir y ayudar a la reflexión acerca de las causas que han motivado la crisis, al mismo tiempo que realizan un juicio moral. El origen de la crisis, piensa nuestro episcopado, está en la ausencia de valores morales y en la carencia de control en las estructuras financieras, así como también en la falta de honradez y en la abundancia de codicia. A todo ello hay que añadir la política antinatalista y el envejecimiento de la población, que genera incertidumbre acerca de la posibilidad de que se pueda mantener el equilibrio entre contribuciones y percepción de prestaciones sociales.

Entre las causas de la crisis, también apuntan los obispos el empeño en haber querido vivir por encima del nivel de nuestras posibilidades. Pero la raíz más honda de la crisis está en haber dilapidado el primer capital a salvar y valorar, que es el hombre, con el reconocimiento de su dignidad como persona, los valores morales y la dimensión trascendente de su vida. En un desarrollo completo, no puede faltar una verdadera consideración a la protección de la vida en todas sus fases de existencia.

Decía el papa Benedicto XVI que “Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de ‘ser más’” (Caritas in veritate, 29).

En el nº 2.755 de Vida Nueva

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