¿Cómo combatir la ‘crisis’ del hambre?

(Vida Nueva) Los ricos son cada vez más ricos, mientras millones de pobres siguen pasando hambre. ¿Qué pueden y deben hacer nuestros políticos? El Profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, Pedro José Gómez Serrano y el secretario de organización del Partido Por un mundo Más Justo (PUM+J), Rafael Manuel Fernández Alonso, nos ofrecen algunas posibles respuestas a estas preguntas.

Con las cosas de comer no se juega

(Pedro José Gómez Serrano– Profesor de la Universidad Complutense y del Instituto Superior de Pastoral de Madrid) Malthus, uno de los primeros economistas modernos, ha pasado a la historia por alertar del peligro de que el aumento de la población humana fuera superior a la capacidad de producir los alimentos que ésta precisaba. Más de dos siglos después, el problema del hambre tiene dimensión planetaria, aunque no por los motivos que él indicaba. La población ha crecido mucho, pero la producción agrícola no le ha ido a la zaga. Más aún, se dice que el planeta podría alimentar al doble de seres humanos de los que hoy lo habitamos.

¿Por qué, entonces, esa Reunión de Alto Nivel Sobre Seguridad en Madrid los días 26 y 27 de enero, patrocinada por la ONU, para hablar del aumento del hambre en el mundo? El motivo es claro: en el último año y medio, el número de personas que la padecen ha crecido en más de cien millones (de casi 825 en 2006 a unos 963 a finales de 2008). Clama al cielo que, habiendo comida suficiente, uno de cada siete seres humanos no vea cubierta esta necesidad básica. Como ha estudiado el Nobel de Economía Amartya Sen, el hambre no se debe a la falta de comida, sino de derechos efectivos por parte de millones de personas para acceder a ella. Causa mayor indignación saber que el primer Objetivo del Milenio aprobado por la ONU es, precisamente, reducir a la mitad para 2015 el porcentaje de personas que padecen hambre. Un objetivo que vuelve a alejarse dramáticamente.

¿A qué se debe esta situación? Confluyen varios factores. Por una parte, el deterioro ambiental y el cambio climático alteran el volumen de las cosechas y el incremento de la erosión de las tierras fértiles. Por otra parte, la demanda de energía fósil ha reorientado la producción agrícola hacia la obtención de biocombustibles. Además, la inadecuada normativa del comercio internacional en este sector ha incidido negativamente en la viabilidad de las explotaciones campesinas pobres y, en otros casos, ha conducido a precios internacionales prohibitivos para los países que dependen de las importaciones. Añadamos el efecto perturbador de los mercados de futuros -otro campo propicio para las inversiones especulativas- y la falta de poder político de los países y grupos sociales más pobres para hacer valer sus necesidades, y tendremos un panorama sencillamente desolador.

Cuando los partidarios de la globalización subrayan sus potenciales efectos positivos, sería necesario recordar que lo primero que habría que globalizar es el derecho a una vida decente. La ONU incluye bajo tal concepto cinco derechos: a la alimentación, a disponer de agua saneada, a un alojamiento mínimamente digno, a la educación primaria y a la salud básica. Estas cinco necesidades deberían catalogarse como derechos humanos básicos, exigibles como parte del reconocimiento de la dignidad humana universal. Hacer depender del mercado esos derechos supone que una parte importante de la humanidad no pueda satisfacerlos.

En éste y otros campos falta adecuación de las instituciones internacionales para enfrentarse a los problemas globales: ni son democráticas, ni poseen suficiente autonomía y autoridad, ni tienen competencias adecuadas, ni disponen de recursos financieros suficientes. Ni soy ingenuo respecto al capitalismo ni partidario del radicalismo verbal, pero, en terrenos que afectan a la supervivencia de la persona, la lógica económica debe subordinarse a las exigencias de la justicia social ejercida por la política.

También aquí la tecnología juega un papel ambiguo. Si bien los avances de la genética abren horizontes prometedores en la lucha contra el hambre, muchas veces amenazan la salud del planeta y tienden a concentrar el poder económico en pocas manos. La ambivalencia de los biocombustibles pone de manifiesto que las empresas y las tecnologías se ponen antes al servicio de quienes tienen poder adquisitivo que de quienes sufren carencias básicas. La seguridad alimentaria es un bien público global que -como el agua o el aire- no puede quedar bajo control y dominio de ningún grupo privado y sus intereses particulares. 

Se acerca el ‘día del ayuno voluntario’, y algunos miembros de las sociedades ricas sonríen ante un gesto considerado piadoso y caduco. Nada más lejos de la realidad. De hecho, nuestros conciudadanos “ayunan” sin rubor para mantener la línea. El significado cuaresmal del ayuno no es ritual y menos aún ostentoso (recordemos la invitación de Jesús a “practicarlo en secreto” y “tener buena cara”), pero tampoco masoquista (recordemos nuevamente a Jesús diciendo que cuando está el esposo hay que hacer banquete y poco ayuno). Pero, para quienes nos hemos convertido en especialistas en vinos y tapeos, pasar un día hambre puede ser la ocasión de caer en la cuenta “por sintonía física” de que casi mil millones de hermanos sienten eso a diario. Se refrescará así nuestra memoria al recordar que el criterio de verificación de la vida cristiana es “tuve hambre y me disteis de comer”, así como que, como el Epulón, no permitimos que Lázaro acceda a las migajas de nuestro frívolo convite. El único compromiso económico nuevo surgido de la reunión de Madrid ha sido el de España (dedicar 200 millones de euros al año en el próximo quinquenio). Más de dos billones de dólares se han comprometido frente a la crisis financiera. Sin comentarios.

Por un mundo más justo

(Rafael Manuel Fdez. Alonso– Secretario de Organización del Partido Por Un Mundo Más Justo) Cada día son más las personas en el mundo que se suman al “exclusivo” club de la pobreza, lo que lo convierte en el problema más grande que en la actualidad tiene la humanidad. Nunca se ha tenido tanta riqueza a nivel mundial, pero nunca ha existido tanta hambre: el 18% de la población mundial goza del 70% de la riqueza. Frías estadísticas que tienen rostro, el rostro de los empobrecidos.

Empobrecidos, apartados de sus derechos y víctimas de un sistema que olvida a la persona en aras de un falso progreso económico que está reservado para una clase privilegiada. Vivimos en un mundo globalizado, pero -siendo sinceros- sólo se han globalizado la pobreza y las diferencias entre ricos y pobres. Los derechos, la igualdad de oportunidades, están sólo en manos de unos pocos: una pobreza extrema que lleva a millares de personas diariamente a la muerte, en los países empobrecidos, y una pobreza de subsistencia que lleva a que en nuestros pueblos y ciudades cada vez sean más los que pasan a engrosar la fila de los empobrecidos.

Cada vez somos más los ciudadanos que nos sentimos responsables de la suerte de los millones de personas que no tienen derecho a los servicios más básicos; crece el número de asociaciones y ONG que tratan de paliar las consecuencias de la pobreza. Pero no es más que vendar una herida sin curarla previamente. Debemos actuar sobre las causas, y no sólo sobre las consecuencias; debemos cambiar esta estructura de injusticia que hace que, en un mundo avanzado, no se erradiquen el hambre y la pobreza de la Tierra.

El fin de la pobreza es hoy posible. Gobiernos y ONG están de acuerdo en lo que hay que hacer para conseguirlo, y fruto de ello han sido los Objetivos del Milenio, o el Pacto de Estado contra la Pobreza en nuestro país. No es una utopía lejana; no es cuestión de encontrar fórmulas mágicas, sino de voluntad política, de que nuestros gobernantes asuman que la pobreza debe estar en la primera hoja de su agenda. Es por eso que, hace cinco años, un grupo de ciudadanos comprometidos en dejar en herencia a sus hijos UN MUNDO MÁS JUSTO decidió llevar a la arena política (donde se toman diariamente decisiones que afectan a la vida de tantos y tantos empobrecidos) la lucha por erradicar la pobreza. Así, nació el Partido Por Un Mundo Más Justo, con un solo objetivo: luchar por un mundo sin pobreza.

Estamos en crisis; pero hace ya bastante tiempo que muchas personas viven en una crisis permanente. Se viene reclamando que el 0,7% del PIB se dedique a la cooperación con los países menos desarrollados, pero las prioridades de los gobiernos no son ésas, siempre ponen excusas a fin de no aumentar esas aportaciones. Lo más vergonzoso es que, sin embargo, hay dinero para reflotar empresas transnacionales y grandes bancos, causantes en gran medida de las injusticias que se denuncian. Estamos en crisis, no hay dinero para los empobrecidos, mientras el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se encargan de dar sus grandes recetas económicas, y a los productores del Sur se les ponen trabas para competir en igualdad en el llamado Libre Mercado. La Deuda Externa, inmoral, desangra las economías del Sur y les impide dedicar sus escasos recursos en sanidad, educación, o paliar la hambruna que recorre el paisaje de muchos de esos países. La Ayuda Oficial al Desarrollo es utilizada por nuestros políticos como moneda de cambio ante los países a los que se pretende ayudar, a cambio de acuerdos económicos ventajosos sólo para el Norte, y no va a los países más empobrecidos, sino a aquéllos que resultan rentables. Todas estas decisiones tomadas por nuestros gobernantes afectan a los más desfavorecidos.

No tenemos la pretensión de vivir de la política, pero urge hacer ver que la mitad de la población mundial sufre pobreza severa. Pretendemos denunciar la actual situación de injusticia y exigir a quienes gobiernen que tengan en cuenta aquello que reclaman los que nos respaldan con sus votos: el fin de la pobreza, que es una decisión política y alcanzable.

No podemos quedarnos con los brazos cruzados mientras en el mundo muchas personas no tienen cubiertas las necesidades básicas para subsistir; esto nos haría ser cómplices de su situación. Las causas de la pobreza y las desigualdades cada vez más grandes entre los seres humanos están en decisiones políticas, donde el beneficio de unos pocos prevalece sobre el bienestar de muchos. Es hora de que en el ámbito de la política se dé voz a los que hasta ahora estaban silenciados, los empobrecidos. Es hora de ponerse en marcha y conseguir con el esfuerzo de todos UN MUNDO MÁS JUSTO.

En el número 2.647 de Vida Nueva.

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