Juan Carlos Bravo: “El pueblo venezolano debe ser valorado, respetado y escuchado”

Juan Carlos Bravo, primer obispo de Petare (Venezuela)

Hace poco más de un mes, el papa Francisco erigía en Venezuela la nueva diócesis de Petare y ponía a su frente a Juan Carlos Bravo Salazar, hasta entonces obispo de Acarigua-Araure. El próximo 10 de enero, con 57 años recién cumplidos, tomará posesión como pastor de esta jurisdicción eclesiástica desmembrada de la Arquidiócesis de Caracas y que, con unos 760.000 habitantes, es el barrio más grande de América Latina. Llega dispuesto a ser “una Iglesia en medio de la gente”, sin ánimo de “competir con el Estado”, y con el deseo compartido de que su país sea “un pueblo libre, basado en principios democráticos de justicia social y de igualdad”.



PREGUNTA.- Seis años después de que el papa Francisco le nombrara obispo de Acarigua-Araure, ahora le encomienda el pastoreo de una diócesis recién erigida. ¿Es una muestra de confianza en su labor pastoral?

RESPUESTA.- Siempre hago las cosas con la mejor entrega y dedicación, nunca buscando otra cosa que la gloria de Dios y el bien de todos. Si el Papa ha decidido darme otro destino, lo asumo con el mismo amor y la misma entrega que he tenido hasta ahora. Con nuestra confianza siempre puesta en el Señor y no en nuestras meras capacidades humanas.

P.- ¿Cómo se pone en marcha una diócesis nueva?

R.- Dar inicio a una nueva diócesis es un gran reto para todo el Pueblo de Dios. Por eso creo que es importante asumir el llamamiento del Papa a construir la diócesis desde la sinodalidad. Es ponernos todos en “modo sinodal”, el deseo de trabajar juntos en la construcción de la Iglesia Cuerpo de Cristo. Es tomar conciencia, desde el principio, de que lo que pase o deje de pasar es responsabilidad de todos. Es convocar a todos a participar, desde el inicio, para darle alma a las estructuras que hay que crear; y así poder crear un dinamismo de comunión y participación, para que no sean estructuras vacías o meramente burocráticas, sino estructuras que respondan a los grandes retos que nos plantea la realidad.

P.- “Dios y la Iglesia me envían a un mundo desconocido”, decía en su mensaje tras conocerse el nombramiento. Lo desconocido genera inquietud, despierta expectativas… ¿Cómo afronta este desafío?

Aventura fascinante

R.- Lo desconocido es una aventura fascinante, si la vivimos desde la fe. La convicción de que el Resucitado nos precede nos da tranquilidad para descubrir los signos de la presencia de Dios en medio de esta realidad y de este pueblo. Hemos de dejarnos sorprender por Dios cada día para poder experimentar el Reino incoado por el mismo Dios en esta tierra. Nuestra tarea es secundar la acción que ya Dios ha comenzado y colaborar para que Él mismo la lleve a término. (…)

P.- Solo en este siglo se han erigido hasta siete nuevas diócesis en Venezuela. ¿Trata la Iglesia de llegar allí donde no lo hace el Estado?

R.- La Iglesia quiere ser un vivo reflejo de Jesús, por eso trata de llegar a todos; con la creación de nuevas diócesis, la Iglesia quiere ser una Madre amorosa, cercana. Una Madre que quiere estar cerca de sus hijos más vulnerables e indefensos. La Iglesia quiere ser una Madre que asume sus responsabilidades maternales, no una que compite con el Estado. Bien lo ha dicho el papa Francisco: “María es lo que Dios quiere que sea su Iglesia: Madre tierna, humilde, pobre de cosas y rica en amor”.

Personas de diálogo

P.- ¿En qué momento están las relaciones del Episcopado con el Gobierno de Nicolás Maduro?

R.- El Papa siempre nos ha llamado a ser agentes que tienden puentes, no muros, a ser personas de diálogo; por eso, la Iglesia siempre estará abierta a iluminar y defender los principios del Evangelio y dar luces, desde la Doctrina Social de la Iglesia, para el bien común.

P.- ¿Hacia dónde camina Venezuela?

R.- Caminar por los senderos de la verdad y de la justicia es el gran deseo de todos. Ser un pueblo libre, basado en principios democráticos de justicia social y de igualdad. Un pueblo que sea valorado, respetado y escuchado. Una Iglesia como la ha descrito el Concilio Vaticano II; un pueblo que tiene como condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios.

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