El amor no es simplemente una emoción, también es una manera de relacionarnos, al menos así lo afirma Martha Nussbaum quien, partiendo de la ética aristotélica, está convencida de que el amor nos permite siempre un conocimiento profundo de nosotros mismos y del otro y, obviamente, si permitimos que sea el amor quien aromatice nuestras acciones es posible que, poco a poco, esa utopía de una civilización del amor vaya desnudándose en pleno corazón de la realidad.
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Creo que fue Marcel Proust quien, entre muchos otros, apuesta por intentar promover un conocimiento a partir del corazón, pues, hay un espacio interior al cual la ciencia del conocimiento no tiene acceso.
Nussbaum señala que el conocimiento del corazón debe provenir del mismo corazón, debe irse tejiendo progresivamente a través de las penas y anhelos, de nuestras propias respuestas emocionales: un conocimiento del corazón por medio del escrutinio del intelecto, o como apuesta la Iglesia cuando propone un conocimiento del hombre y del mundo a partir del abrazo amoroso entre fe y razón.
El mundo en el que nos vamos tejiendo y destejiendo se nos antoja una construcción, frágil gracias a Dios, que insurge a partir de la vergüenza y la repugnancia. Si lo que mueve a los hombres son las emociones, entonces es fácil comprender cómo es que las relaciones con los otros parecen estar modeladas por el asco, aunque se pueda creer que vienen acariciadas por las venas siempre novedosas del amor.
El hombre es una contradicción
El hombre es una contradicción, ser de luz y sombras, lo hemos dicho, pero, al mismo tiempo, también es un ser místico por naturaleza, pero ha preferido ser, más bien, un ser sin contenido, sin sentido, anodino, oído presto siempre al canto de las sirenas.
Cuando el amor pierde contenido, pierde sentido, la persona y sus acciones también, se desvían de su cauce natural que es la búsqueda concreta del bien. El amor es el camino que quiebra la contradicción. S
in embargo, el camino hacia ese amor debe transitarse en silencio, ya que, las propias contradicciones y temores del hombre tejen en su corazón ilusiones que pueden desviar del cauce.
Todo acto humano, así lo expone Ernesto Cardenal, aun el pecado, es una búsqueda del amor, es decir, es de Dios. El deseo insaciable que tienen los hombres de poder, de dinero y de propiedades, es el amor a Dios. Si la estructura de Dios, de lo último, es el amor, entonces este es el amor que ama, o amor del amor, amor-en-sí-mismo: es como un ‘ojo’ que se ve a sí mismo, una ‘voluntad’ que se ama a sí misma, un ‘ente’ que se vuelca fuera como ‘Ser’, una ‘fuente’ que se reproduce totalmente en una imagen idéntica y que después emerge en el Ser como aquello que acoge a la fuente.
Vivir desde el corazón
Vivir desde el corazón significa buscar el camino para quebrar nuestras contradicciones que han transformado a este mundo en un mundo socios. Un mundo que erosionó la palabra prójimo para erigir la palabra socio. Por ello, desde el corazón, podemos volverla a llenar de sentido para ubicarla en el corazón de nuestras acciones. Retomar el camino de la apertura, de la voluntad de acoger a otros, ya que, señala el Papa Francisco en Fratelli Tutti: «el amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal».
Esto nos lleva a redescubrir al otro y al mundo desde el corazón. Para ello, resulta fundamental, volver a la Palabra de Dios. Su Palabra que nos muestra que la mejor respuesta a su amor es el amor a los hermanos.
La globalización y las tecnologías nos han acercado, pero no nos han hecho más hermanos. Todo lo contrario. Vivir desde el corazón implica, además, superar el desarraigo, la desconfianza, llenar nuevamente nuestra conciencia histórica y ciudadana y, desde allí, constituirnos en un nosotros que comprenda al mundo como una casa común.
Desarmar, por su supuesto, el lenguaje. «Una lengua suave quiebra hasta un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación, allí donde el odio y la enemistad causan estragos, ha señalado el Papa Francisco. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela