Tribuna

Rosemary Goldie, una “reliquia” gigante del Vaticano II

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Si alguien le hubiera dicho que era una gigante, Rosemary Goldie habría sonreído y tal vez habría hecho algún comentario mordaz al más puro estilo anglosajón. Sí, porque, aunque australiana, quería ser parte de la cultura de una ya lejana madre patria. Me hizo sonreír cuando se llamó a sí misma “súbdita” de Isabel II. Rosemary realmente no era una gigante, sino más bien pequeña y menuda, al menos en apariencia.



Por eso, el Papa Juan la llamaba “pequeñita”. Su tozudez sí que fue gigantesca. Tenía una clara conciencia de sí misma y de su misión y ambas las manejó con sabia firmeza. Ella misma narró su historia en un libro editado en Italia con el evocador título de From a Roman Window (Desde una ventana romana). La portada la muestra frente a la ventana de lo que ella llamó “su oficina”. La versión en inglés el texto es más larga, porque quería que sus compatriotas conocieran datos y eventos del catolicismo que no les eran tan familiares como a los italianos.

Para empezar, lo que era un Concilio. Durante mucho tiempo ella misma fue considerada como “una reliquia del Concilio” por ser una de las 23 mujeres que tuvo el privilegio de participar como auditora laica. Como superviviente de aquella experiencia y de aquellos tiempos también acudió al Sínodo extraordinario de 1985 que celebró el vigésimo aniversario del Concilio.

De Sidney a Roma

Rosemary, nacida en Manly cerca de Sydney, el 2 de febrero de 1916, fue la última de los cuatro hijos de la periodista neozelandesa Dulcie Deamer y de Albert Goldie, director de publicidad de la J.C. Williamson Theatre Company. La relación entre sus padres fue mal y ella terminó criándose con su abuela materna, Mabel Deamer, quien la inició en la fe. Las hermanas del colegio de Nuestra Señora de la Misericordia en Parramatta también contribuyeron a su formación. La relación con su madre, una personalidad bohemia en el Sydney de los años veinte, no fue fácil, más bien tortuosa porque había estado prácticamente ausente de la vida de su hija.

Después de completar sus estudios en Literatura inglesa y francesa en la Universidad de Sydney, Rosemary obtuvo una beca que la condujo hasta Europa en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. En París, en la Sorbona, fue alumna de Jacques Maritain. En Francia entró en contacto con Grial, una asociación de mujeres laicas católicas, y con Pax Christi Romana, una asociación internacional de estudiantes y licenciados católicos.

Al regresar a Australia durante la guerra, impulsó el nacimiento de ambas asociaciones a nivel local y al mismo tiempo obtuvo un Máster en Artes que le permitió tener una breve experiencia docente. De nuevo, y gracias a otra beca, pudo volver a París para obtener un doctorado en literatura francesa, estudios que nunca completó. Después se marchó a Friburgo y trabajó para Pax Christi durante seis años.

Recaló en Roma en octubre de 1952 invitada por Vittorino Veronese, presidente de Acción Católica y entonces director general de la Unesco, para colaborar con el Secretariado de Copcial (Comité Permanente de los Congresos Internacionales para el Apostolado de los Laicos). Participó en el primer congreso el año anterior y trabajó en la preparación del segundo, una especie de asamblea general de la intelectualidad laica que se anticipaba así al Vaticano II.

El congreso de 1957 fue una clara señal de esa conciencia laical que tendría su carta magna en Apostolicam Actuositatem y que fue un preludio de esa readquisición de la categoría teológica de pueblo de Dios que la Lumen Gentium reconoció como previa de todos los bautizados, independientemente de las distinciones posteriores. Además de con Vittorino Veronese, en ese tiempo conoció al futuro cardenal Joseph Cardjin y a Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI.

Teóloga pese a todo

Durante el Concilio Vaticano II, cuando se abrió la asistencia a los auditores laicos y cuando se consultó a la secretaría del Copcial, Rosemary Goldie participó en su elección y de este modo abrió la posibilidad de que las mujeres fueran incluidas entre los auditores. Me contaba cómo, vestidas de negro y con velo, las auditoras laicas estaban en un área reservada para ellas. No tenían ni voz ni voto y, ni siquiera podían encontrarse con los demás padres o auditores en los descansos. Para las mujeres había un bar separado, solo para ellas.

Aunque a los auditores no les permitían hablar durante las sesiones públicas, no era así en el caso de los círculos de estudio. Rosemary Goldie participó activamente en el llamado “Grupo Ariccia”, aquel que llevó a buen término el esquema XIII, nuestra Gaudium et Spes. Le pregunté varias veces por qué dentro de ella y más en general en los textos del Concilio no había más espacio para la condena del sexismo o por qué no se había expresado más claramente sobre la igual dignidad de hombres y mujeres en la sociedad y en el Iglesia.

Respondió con franqueza: “Pensamos que la cuestión había quedado superada, que estaba de más hablar de ello”. […] Se engañaban a sí mismas, ¡y cómo! Sin embargo, Rosemary habría respondido a Yves Congar que quería incluir una referencia a las mujeres en Apostolicam Actuositatem comparándolas con la delicadeza de las flores y los rayos del sol: “Padre, deje a las flores. Lo que las mujeres quieren de la Iglesia es que se les reconozca como personas plenamente humanas”. […]

Purga a las mujeres

Tras la celebración del III Congreso de la Copcial, tomó forma la idea de dar vida a un organismo en la Curia romana. Así fue como en 1967 se instituyó ad experimentum el Pontificio “Consilium de laicis” y Rosemary fue una de sus subsecretarias, un cargo en la Curia hasta ahora desempeñado solo por eclesiásticos. Ejerció esta tarea con dedicación y competencia hasta 1976 cuando el motu proprio Apostolatus peragendi puso fin al experimentum.

Entonces el organismo fue devuelto a los estándares de la Curia con un eclesiástico como subsecretario. La tarde anterior a la promulgación, Rosemary fue informada por el Secretario de Estado de su nombramiento como profesora titular en el Instituto Pastoral de la Pontificia Universidad Lateranense. Comenzó a impartir un curso sobre el apostolado de los laicos. Rosemary, aunque lo cuenta de forma dulcificada, protestó enérgicamente a Pablo VI.

Entre otras cosas, el “Consilium” también cambió su nombre. Ya no era “de laicis”, sino “pro laicis”, es decir, estábamos ante un resurgimiento del paternalismo. De nuevo, se había purgado a las mujeres. En Desde una ventana romana, Rosemary señala cómo en su puesto, en el año 2000, todavía no había ninguna mujer. Solo con la llegada del Papa Francisco fueron nombradas varias en distintas congregaciones. En realidad, los años setenta estuvieron marcados por posturas de Pablo VI que resultaron algo dolorosas, lo digo en sentido subjetivo y objetivo.

Prejuicio clerical

Una de las cuestiones espinosas, sumida en la nada del prejuicio clerical, se refería a la mujer y su lugar en la Iglesia. Entre 1974 y 1975 Rosemary fue secretaria de la Comisión de Estudio sobre “La Mujer en la Iglesia y en la Sociedad” instituida por el Papa Pablo VI con la tarea de estudiar la función específica de la mujer en la sociedad, las relaciones hombre-mujer, la auténtica promoción de la mujer y la posición de la mujer en la Iglesia. Además, la Comisión participó en la preparación de actividades relacionadas con el Año Internacional de la Mujer en 1975. Rosemary hablaba de esta Comisión sin entrar en detalles, pero quedaba claro que la iniciativa había fracasado.

Es bien conocido cómo la Comisión no se puso de acuerdo y cómo al final se publicó un documento minoritario que no abordaba ni solucionaba ninguno de los problemas que se vislumbraban en el horizonte. Rosemary se hizo popular por enseñar teología a los laicos en el Instituto de Teología Pastoral, del que también era vicedirectora. La primera profesora fija en una universidad eclesiástica romana se encontró enseñando una materia para la que no se había preparado profesionalmente, en un idioma que no era el suyo y que ni siquiera había estudiado con regularidad.

Dejó oficialmente este cargo por edad en 1986, aunque continuó durante muchos años dirigiendo las tesis de los estudiantes de habla inglesa. Durante estos mismos años fue consultora del Pontificio Consejo para los Laicos y del Secretariado para la Unión de los Cristianos. También fue miembro de la delegación de la Santa Sede para las asambleas del Consejo Ecuménico de Iglesias en Uppsala (1968) y en Canberra (1991), y para la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer en Ciudad de México (1975).

Posiciones feministas

Con paciencia completó la ordenación de su archivo en una oficina cada vez más estrecha, valiosísimo en la parte relativa al Concilio Vaticano II. Murió el 27 de febrero de 2010 en Randwick, en la casa de las Hermanitas de los Pobres que había elegido como residencia en 2002, la misma donde había muerto su madre treinta años antes. Admiraba mucho a las religiosas que la cuidaban.

Me dijo: “¡Son capaces de hacernos bailar en la silla de ruedas!”. Benedicto XVI la visitó allí en 2008. Cabe señalar un último detalle. Rosemary Goldie no era feminista, diría que hasta el final siguió siendo una “mujer de la Curia”. Cuando se le preguntó a principios de la década de los 90 sobre la cuestión del ministerio, expresó personalmente su opinión favorable sobre el diaconado femenino a Juan Pablo II. Una opinión que no fue bienvenida.

De hecho, a partir de ese momento ya no se la consultó como antes. Creo poder decir respecto a ella, teóloga a pesar de sí misma, que el sentido común y la vida van haciendo madurar en honestidad intelectual y en posiciones “feministas”. Para ella, como para otras pioneras, la discriminación nunca curada que las mujeres seguían afrontando en la Iglesia era intolerable. […]

Una gran lealtad a la Iglesia

Las figuras gigantes también deben ser evaluadas por lo que nos han dejado. Las huellas de Rosemary –me refiero obviamente a la escritura– no son muchas. Tenemos el citado De una ventana romana y un ensayo sobre el heroísmo integral en la línea de Péguy. […] Es Pietro Doria en Tantum aurora est quien destaca cómo ella fue la más activa y prolífica entre los auditores del Vaticano II.

Primera en la presencia y primera en proponer variantes verbalmente o por escrito tanto en relación con Apostolicam Actuositatem como en relación con Gaudium et Spes. Ella narra cómo de “auditora” pasó a ser “hablante” en el sentido de que se le pidió que hablara frente a los obispos, fuera del aula, por supuesto.

Y como esto suscitó estupor, como si se hubieran invertido los roles entre la jerarquía y los laicos, fue el futuro Juan Pablo I, Albino Luciani, entonces Patriarca de Venecia, quien tuvo que callar a los que intervinieron preocupados, –él era un asistente eclesiástico de Acción Católica–, con una carta que ella misma cita.

Me gustaría cerrar este escrito con la construcción del gigante que fue Rosemary refiriéndome a la palabra “Mujer” del Nuevo Diccionario de Liturgia. […] Rosemary no dio ningún giro “feminista” a pesar de que tenía muy claros los problemas de la liturgia. Unos años antes nos habríamos limitado a constatar cómo las mujeres constituyen gran parte de la asamblea litúrgica o destacado su importancia en la oración de la iglesia comenzando por María y las santas vírgenes y mártires y excepcionalmente por las que no son “ni vírgenes ni mártires”.

Pero el Vaticano II cambió la situación, subrayando cómo todos los miembros de la familia de Dios están llamados a una participación plena, fructífera y activa, incluidas las mujeres. Rápidamente se van cumpliendo las etapas del camino inclusivo a partir del Concilio. A esto le sigue un examen del papel litúrgico de la mujer en la Biblia y en la tradición. En lo que respecta al Nuevo Testamento, carece de las herramientas que poseemos hoy.

Da un amplio espacio a las diaconisas en la tradición oriental y plantea la cuestión de la ordenación sacerdotal de mujeres, aunque con interrogantes. Por un lado, surge la reivindicación de una mayor presencia y protagonismo de la mujer, de la que se hizo eco tanto el Sínodo de 1971 como la Comisión de Estudio encargada por Pablo VI dirigida por Monseñor Bartoletti.

Y, por otro lado, solo puede recoger la opinión de Inter Insigniores que rechaza la supuesta inferioridad e impureza de la mujer, pero vincula la representación in persona Christi Capitis a la masculinidad del ministro. Rosemary observa cómo este argumento deja a muchos la sospecha de una antropología que niega la dignidad de la mujer al atribuir la facultad de ser “jefe” solo al varón. Concluye considerando el problema teológico de la ordenación como un “problema abierto”. Sigue un largo examen de los espacios litúrgicos que la legislación vigente dejaba a la mujer, con excepción del papel de acólita.

Sumisión acrítica

Un párrafo ad hoc de este largo punto espera que el cambio de práctica implique también un cambio de mentalidad. Finalmente, presenta la doctrina y práctica de las demás comuniones cristianas. Y registra a este respecto lo positivo que surge de la relación mutua entre las iglesias más allá de la cuestión de la ordenación.

Los intercambios y las relaciones se han intensificado, así como “el crecimiento de una capacidad de expresión, de una creatividad no solo masculina, sino también femenina […] una creatividad que naturalmente debe permanecer dentro de los límites de la fe y de la disciplina de los católicos Iglesia”, escribe.

Estas últimas palabras demuestran su gran fidelidad a la Iglesia a la que ha servido hasta el final con abnegación y competencia, sin por ello rebajarse a una sumisión acrítica. Comparando la entrada en el diccionario con lo que ella escribe, del camino que ella misma ha hecho emerge en un enfoque cada vez más centrado en la condición de la mujer en la Iglesia. Quizá sin saberlo, gracias a su fidelidad, las mujeres han podido ser y sentirse Iglesia, ya sea adquiriendo formación y profesionalidad académico-teológica, o participando en la toma de decisiones.

Más consultoras

En la Curia romana no van más allá del papel de “subsecretaria” (el libro se publicó antes del nombramiento de sor Alessandra Smerilli como secretaria del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral el 23 de abril de 2022) porque la permanencia de la estructura clerical así lo exige. Se ha multiplicado la presencia de la mujer como “consultora” en las distintas congregaciones.

Varias están presentes en la Pontificia Comisión Bíblica y en la Comisión Teológica Internacional, así como en las “Academias Pontificias”. Una mujer ha sido nombrada subsecretaria del Sínodo de los Obispos y con derecho a voto. Seguro que el techo de cristal no se ha roto, pero no aguantará mucho más. La presencia cualificada de laicos y laicas no es una opción, sino una condición sine qua non para el presente y el futuro de la Iglesia.

*Artículo original publicado en el número de julio de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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