Tribuna

Las violencias nuestras de cada día

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Habitualmente, decimos que vivir la fe es testimoniar con nuestra vida, a imitación de Cristo.



En el momento actual, hoy como nunca, se nos hace imprescindible elegir ser testimonio de nuestra vida de fe. El Evangelio es un todo de ejemplos y modelos que nos llevan de la mano para serlo y no podemos dejar de preguntarnos con san Alberto Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

Estamos quienes podemos exponer desde nuestra condición de comunicadores y nos manifestamos a través de la escritura. Están los pastores que nos guían y nos hablan desde la Palabra. Todas palabras que se hacen hechos porque significan y dan sentido.

Estamos quienes nos expresamos manifestándonos como parte del pueblo caminante, uniéndonos y acompañando las necesidades sociales. Hechos que se hacen palabras y hablan desde diversos lugares porque significan y dan sentido.

Cada quién elegirá cómo expresarse según sus posibilidades y sabrá cómo puede testimoniar su vida de fe. Con hechos que se hagan palabras y/o con palabras que construyan hechos.

Todos y todas caminantes de esta Iglesia peregrina que ausculta la realidad, la acepta, la discierne y trabaja sobre ella según las necesidades de los más pobres, los menos amados, los más violentados.

Violencias

Hoy seguimos asistiendo a hechos de violencia que nos atraviesan de manera concreta, consciente y constante. Crecen día a día. Los miramos por la tele en vivo. Nos horrorizamos, nos sentimos impotentes, nos llamamos a rezar.

No estamos fuera de esa realidad aunque no nos haya tocado en carne propia o cercana. Somos parte de lo que sucede. Somos esos cuerpos asesinados y la familia que se desgarra. Somos cada mujer muerta. Somos Lucas y Roberto y más. Somos esos otros que están en el límite de sus fuerzas. Somos la carne de todas las violencias posibles.

Y nuestra realidad nos vuelve a preguntar: ¿qué haría Jesús en mi lugar, en nuestro lugar? Como mínimo nos invita a estar presentes, a escuchar atentamente, a ser parte en lo poco que podamos.

Profetas de este tiempo

Desde lo personal, podemos ver hasta dónde nos asumimos como profetas. El camino no es fácil ni seguro ni está cubierto de pétalos de rosas. Pero sabemos que nuestra historia está construida sobre las heridas y cicatrices que hablan de ella. ¿A quién temeré?

Ser profetas es no achicarse, es no tener miedo. Es anunciar y denunciar, pero también ‘renunciar’ muchas veces al respeto y al amor de muchas personas –creyentes y no creyentes–por decir lo que hay que decir y hacer lo que hay que hacer.

Es hacernos cargo de este tiempo que nos toca vivir a la manera de los profetas que anunciaron y denunciaron sin medida, siendo la voz de Dios, renunciando a todo y sacando fuerzas a pura obediencia, para proponer lo que Dios quería para su pueblo. Hacernos cargo con la misma conciencia de las primeras comunidades cristianas que tuvieron que parir ese tiempo a base de cruces concretas, de madera y patas para arriba.

Y también es tener propuestas precisas a cambio de lo que se denuncia. Mostrar qué camino es posible. No vacilar en construir los espacios necesarios que respondan a esta realidad. Para que el ‘ver, juzgar y actuar’ sea una realidad y la ‘sinodalidad’ sea una certeza que empieza en el corazón de cada persona y no un mundo de palabras que queda lindo decir.

En todos y cada uno de los casos de esta realidad dura y compleja, desordenada y violenta que nos interpela: arremangarnos para amar, a la manera de Jesús.