Tribuna

La Vida Religiosa que se abre paso

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Nuestros votos son como un sello de la presencia del Señor. Una presencia que llena las aspiraciones humanas más radicales, las que con más claridad hablan de la sed y el deseo por el que vive y aspira el ser humano. Compartimos en comunidad esa experiencia del Señor y la participación en su misión.



Las congregaciones acogemos la riqueza de nuestra historia, lo recibido de las generaciones anteriores. Ahí está lo vivido por los fundadores y las primeras hermanas, la fuerza del carisma. Impresiona los riesgos que corrieron, las primeras obras como respuesta de evangelio a necesidades de su tiempo y entorno, las primeras expansiones misioneras… Eso queda plasmado en las constituciones, en el nombre que cada congregación llevamos… Aquellas subrayan algunos aspectos del evangelio:  el encuentro vivido con la persona de Jesús, un rasgo suyo, un modo de participar en su misión, un estilo de comunidad… Luego, las congregaciones se enriquecieron con más vocaciones, más obras, más expansión misionera. Vino la renovación del Concilio, el redescubrir las constituciones, el diálogo con la cultura, la progresiva apertura a la mujer…

Actualmente, vivimos tiempos inciertos y de mucho dolor, tras la pandemia y las guerras que destruyen pueblos y tantas vidas. Vuelve a aparecer una lucha de potencias que nos parecía superada. A eso añadamos: calentamiento global, movimientos migratorios, trata, corrupción… Si en algún momento pudimos ser optimistas respecto de nuestra humanidad, ahora se nos caen los esquemas. Por otro lado, la ciencia y la tecnología nos abren tantas posibilidades… ¡Es todo tan complejo!

La Iglesia continúa perseguida desde fuera y se ahoga en sus propias miserias de corrupción y abusos. Esto no la hace creíble y provoca un daño indescriptible y doloroso. Y Dios se abre paso también en esta “noche oscura”, seguimos aprendiendo a ser Iglesia, como nos hace intuir el Sínodo de la Sinodalidad. Al mismo tiempo, profundizamos existencialmente en que “solo Dios es bueno” y ninguno de nosotros está exento de cizaña.

En este contexto, ¿qué puede aportar la Vida Religiosa? Miremos quiénes somos, cómo somos, cómo estamos, qué futuro nos cabe esperar como instituciones de nuestro mundo, o desde la perspectiva de lo que hemos vivido… Aunque la realidad es diversa en los diferentes continentes. Quizá el panorama parezca poco alentador.

Pero lo que vemos y presenta una “posible” salida y da paso a un “quizá”, deja abiertas otras puertas. Lo expresa bien este tuit: “Necesito ser de los que creen que es posible el cambio. No dar nada por zanjado ni puerta por cerrada” (Luis A. Gonzalo Díez, CMF).

El evangelio, Jesús, es lo más humano y plenificante que he encontrado jamás. Anclada ahí, la Vida Religiosa que se abre paso es de profundo sentido…

–Si nos urge el amor de Cristo; si se expresa en nosotros y a través de nosotros, en mí y como comunidad, en un continuo redescubrirle, recomenzar y dejarnos alcanzar por su misericordia y volver a perdonar…

–Si nuestros votos son expresión del amor de Cristo, que recibimos cada día y nos configura, en un ejercitarnos cotidiano y hasta el final de la vida; si atravesamos juntos una nueva comprensión, más humana y evangélica, de las mediaciones; si somos capaces de vivir integradamente -en torno a la alegría del evangelio-: los aprendizajes sobre la dignidad  humana, la antropología que subyace a los derechos de toda persona; lo experimentado sobre inculturación, psicología, los procesos personales marcados por identidades y ritmos únicos…  si la felicidad personal no se convierte en un absoluto porque el absoluto y lo que nos integra es el Señor y la búsqueda de vida para cada uno de sus hijos e hijas…

Tiempo y circunstancias

El Señor se nos da también en nuestro tiempo y circunstancias y tiene sentido la dinámica de “buscarlo y hallarlo en todas las cosas” y no nos pide nada que esté por encima de las fuerzas que de Él recibimos, como decía S. Ignacio: “Toda nuestra suficiencia ha de venir del que para esta obra os llama y os ha de dar lo que para su servicio os es necesario”. Y, por lo tanto, hoy no nos necesita ni nos quiere en grandes obras o proyectos, aunque tuvieran origen en nuestros mismos fundadores o queridas hermanas posteriores.

Leo su Palabra, me encuentro con la historia de Abraham; el pueblo oprimido y perseguido que sale al desierto en busca de una tierra; los que vuelven del destierro; la pequeña primitiva Iglesia que, perseguida, sale al mundo a compartir su encuentro con el Señor y su esperanza… Nuestra comunidad puede continuar esa historia.

Por eso, encuentro esperanza y fuerzas cuando veo en alguna comunidad concreta señales de una Vida Religiosa diferente que, “en sus circunstancias de tiempo, lugar y personas”, aporta vida y sentido y comunión, siendo pobre, pequeña, envejecida, entre no creyentes, que se siente necesitada y recibe tanto apoyo y da tanto al mismo tiempo, de la congregación y de su entorno. O el caso de esas hermanas de diversas comunidades que se hacen presentes y apoyan a laicos que llevan día a día un proyecto indispensable para la vida. Solo en el silencio contemplativo y contracultural adquiere sentido lo de la levadura, la semilla de mostaza, la moneda perdida…


* Esta reflexión nace del compartir con las hermanas que me acompañan en la misión de gobierno, de quienes he tenido ayuda y colaboración.

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