Tribuna

“¿La inteligencia humana será suplida por la IA?”

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Al término del mes de enero, la Santa Sede oficializó y difundió la Nota denominada Antiqua et Nova acerca del vínculo existente entre la inteligencia artificial versus la inteligencia humana: ¿quién superará a quién? Es un documento redactado entre el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el de la Cultura y la Educación, y está dirigido principalmente a quienes son llamados a educar y transmitir la fe, pero también a quienes comparten la necesidad de un desarrollo científico y tecnológico “al servicio de la persona y del bien común”. Consta de 117 parágrafos y pone en cuestión los retos y las oportunidades del desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) en los ámbitos de la educación, la economía, el trabajo, la salud, las relaciones humanas y la guerra.



Hace rato que la posibilidad de que el mundo de la tecnología y de la IA tomen el control de todo lo que hacemos es una realidad que constatamos a diario, hasta el punto de que comienza a afectarnos y seriamente. Para muestra un botón, cada vez es más común encontrar trabajos hechos por IA o programas de computación que proporcionan, por ejemplo, el balance o el inventario de una empresa o negocio. También acontece en el mundo automotriz, prácticamente toda su producción ha sido robotizada y en cantidades industriales.

Lo mismo ocurre en los Supermercados o Aeropuertos donde la intervención humana es casi nula. Los cajeros automáticos facilitan la atención y rapidez en el pago de una compra, o bien, el trámite digital en la salida o entrada a un Aeropuerto se hace de manera digital y personal. Basta saber cómo ingresar los datos y procedimientos que pide el trámite en migración para salir o entrar de un país. Actualmente, quiénes tenían esta responsabilidad han sido reemplazados por máquinas que lo hacen todo y a la perfección. Es decir, cada vez la intervención de personas para atender en un servicio es menor. Esta realidad nos lleva a tomar recaudos y a reflexionar las incidencias que tiene la aplicación de la IA en todos los ámbitos de la vida. Sin ser alarmistas, esto puede restringir la libertad de las personas o beneficiar a unos pocos a costa de los menos instruidos en tecnología.

Cuidado y alerta

Ahora bien, es cierto que no podemos demonizar al mundo tecnológico, porque tiene sus aciertos y nos facilita la vida cotidiana, basta pensar en todo lo que hacemos con un celular. No obstante, también debemos ser conscientes de que existe una línea de cuidado y alerta, puesto que la IA pone en jaque la propia “creatividad humana y su autonomía”. En efecto, ya se sabe que en el área de la edición hay correctores inteligentes que revisan mejor que un “corrector” profesional, lo mismo ocurre en el área de los “diseñadores”. Por esta razón, la Santa Sede alerta de este peligro y otros como el potencial de la IA para la fabricación de armas “mucho más allá del alcance del control humano”, que puede caer en “una carrera armamentística desestabilizadora con consecuencias devastadoras para los derechos humanos”: lo vimos en los ataques de Israel a Palestina, a través de drones con proyectiles teledirigidos, que, sin desmerecer su precisión y poderío, sin reparos acabaron con la vida de inocentes.

También, la Nota señala que la IA puede conducir a un “aislamiento perjudicial”, es decir, la irrupción de esta hasta para escoger una buena canción o profundizar en un dato histórico, plantea problemas para el crecimiento de los niños. Por eso, ponderar a la IA como una “persona” es un insulto a la dignidad humana como también una violación ética, si se utiliza con fines fraudulentos. Del mismo modo que utilizarla para suplantar identidades, por medio de la vos, fotos, videos, es “poco ético y requiere una cuidadosa vigilancia”. En efecto, hoy la IA es capaz de involucrar a las personas en cualquier delito sin haber dicho, hecho o firmado algo. Por ejemplo, basta que alguien se le grave su voz al decir un “aló” para que inmediatamente sea utilizada en un fraude o la liberación para una clave de acceso a cualquier cuenta de banco, email o casa comercial.

Por esta razón, los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y la Cultura nos recuerdan ante todo que la IA es un instrumento que puede realizar varias tareas, pero no piensa. Por tanto, es engañoso e inverosímil atribuirle características humanas, porque es una máquina que permanece confinada a la esfera lógico-matemática. Es decir, no posee una comprensión semántica de la realidad, ni una capacidad genuinamente intuitiva y creativa. Solo cuenta con algoritmos para “razonar”. Por ejemplo, no puede realizar un discernimiento moral o la apertura desinteresada a lo que es verdadero, bueno y bello, más allá de cualquier utilidad particular. En resumen, carece de todo lo que es verdadera y profundamente humano.

Responsabilidad y discernimiento

Sabemos que la inteligencia humana es, en efecto, individual y al mismo tiempo social, racional y afectiva. Vive a través de relaciones continúas que están mediadas por la corporeidad insustituible de la persona. Por tanto, para la Iglesia la IA debería únicamente utilizarse como herramienta complementaria de la inteligencia humana, y no pretender sustituir en modo alguno su riqueza peculiar. De lo contrario, corremos el riesgo de ser “esclavos” de esta. Además, la IA, como máquina no tiene responsabilidad moral, ya que recae en quienes la diseñan y utilizan. Por eso, subraya la Nota, es importante que quienes toman decisiones basadas en la IA rindan cuentas de las opciones que hacen. Tanto los fines como los medios utilizados en las aplicaciones de la IA deben evaluarse para garantizar el respeto y la promoción de la dignidad humana y el bien común.

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Por otra parte, la Nota analiza a la IA en su capacidad para implementar la positividad de las relaciones del hombre con su entorno y con el medio natural. Y al mismo tiempo su capacidad para fomentar una interconexión constructiva de individuos y comunidades, y potenciar una responsabilidad compartida hacia el bien común. Para lograr estos objetivos, es necesario ir más allá de la mera acumulación de datos y conocimientos, esforzándose por alcanzar una verdadera “sabiduría del corazón”, como sugiere el papa Francisco, de modo que el uso de la IA ayude al ser humano a ser realmente mejor. En este sentido, la Nota advierte contra cualquier subalternidad ante la tecnología, invitando a utilizarla no para sustituir progresivamente el trabajo humano –lo que crearía nuevas formas de marginación y desigualdad social–, sino como herramienta para mejorar la atención y enriquecer los servicios y la calidad de las relaciones humanas. Y también como ayuda para comprender hechos complejos y guía en la búsqueda de la verdad. Por tanto, contrarrestar las falsificaciones alimentadas por la IA no es sólo tarea de expertos en la materia, sino que requiere el esfuerzo de todos.

En síntesis, ¿será posible que la IA llegue a tomar decisiones de forma autónoma? Sin duda, y esto nos plantea cuestionamientos sobre la responsabilidad ética y la seguridad, afectando a toda la sociedad. Porque, su aplicación en la guerra, en las relaciones interpersonales, o en la economía, puede llevar a consecuencias negativas si no se orienta hacia el Bien común. Por ello, la ética juega un papel primordial, ya que las personas son quienes diseñan los sistemas de la IA y determinan para qué se utilizan. Eso nos lleva a fomentar el discernimiento sobre este tema. Por eso, es necesario enumerar algunos aspectos por los cuales la IA no puede ponerse al mismo nivel de la inteligencia humana.

Inteligencia Humana, don del Creador

Sabemos que la Inteligencia humana se caracteriza por su “racionalidad”, es decir, su capacidad de abstracción y comprensión de la realidad se manifiesta a través de la razón, que es el proceso discursivo y analítico, y el intelecto, que es la intuición de la verdad. Otro aspecto interesante de la inteligencia humana es la “relacionalidad”, en efecto, esta se desarrolla en relación con los demás, a través del diálogo, la colaboración y la solidaridad, aspecto que la IA no lo tiene. En cambio, los seres humanos están ordenados a la comunión interpersonal, y aprenden de y con los demás. O más aún, esta no posee la capacidad para “dar o recibir amor”. Además, nuestra inteligencia tiene relación con la Verdad, que es Dios. Si la inteligencia humana es un don del Creador para conocer la Verdad, que va más allá de la mera experiencia sensorial o la utilidad, entonces cómo podemos pensar que la IA pueda superar nuestro nivel de reflexión o discernimiento si no está constituida como “persona”.

Y, por último, la inteligencia humana busca trascender, es decir, toda su vida es en referencia al Creador y cómo en vida nos configuramos a Él. Porque como personas y al estar constituidos de alma/mente, la persona humana trasciende el mundo material, participando de la luz de la inteligencia divina y absoluta, Dios. Así, nuestra inteligencia se orienta hacia lo Verdadero y lo Bueno, permitiendo a las personas abrirse a las cuestiones últimas de la vida y crecer en el conocimiento de los misterios del Creador. Aquella dimensión contemplativa esencial, es una apertura desinteresada a lo que es Verdadero, Bueno y Bello.

Sin lugar a duda, que la IA carece de este nivel de constitución entre el “cuerpo y el espíritu”, porque todo su conocimiento es suministrado por “otro” y aunque llegase a autoabastecerse de “conocimientos” no posee la facultad para decir que es “persona” ni tampoco que “ama” y es “alguien” en la medida que “es” para un “otro”. Así, nos lo describe el libro del Génesis, cuando a Adán no le bastó con el mundo de la naturaleza para sentirse completo, necesitaba algo más, alguien con quien compararse, referirse, y complementarse para sentirse integrado y pleno: “El hombre exclamó: ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre’”, (2, 23).