Tribuna

El hombre y el horizonte

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Hay un poema de Stephen Crane, poeta norteamericano, que me cautivó desde el mismo instante en que lo leí. El poema se llama Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte. Dice así: “Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte; corrían y corrían dando vueltas. Yo me quedé pasmado. Lo increpé al hombre. «Es inútil», le dije, «nunca podrás». «Mentira», gritó, y siguió corriendo”. Qué maravilla de poema. Tanto en tan pocas líneas. Cierro los ojos para imaginarme aquello que Crane me obsequia en este poema.



¿Qué persigue este hombre cuando persigue al horizonte? ¿Qué cosa es el horizonte? ¿Qué representa? ¿Qué importancia tiene como para que un hombre, no solo lo persiga, sino que se enfrente al escrutinio del otro que no comprende su acción? Estos versos desnudan esencialmente la dignidad del ser humano que, aunque parezca incapaz de hacer frente a ciertos retos, no se da por vencido, lo sigue intentando. En la perseverancia de todo ser humano se puede evidenciar algunas veces que el don de la Salvación es eterno y por este motivo los creyentes deben de persistir en su compromiso de fe, existan las circunstancias que existan.

El horizonte, el enigma

La tendencia hacia lo sobrenatural, reflexiona Walter Otto, se debe al defecto mayor del hombre, que es su rechazo a dejarse guiar por la naturaleza, por el misterio. Se revela ante la posibilidad de dejarse sorprender por Cristo. La racionalidad moderna sembró en el hombre una desconfianza absurda ante lo mistagógico, ante lo sobrenatural. Le enseñó que todo ello estaba lejos de su alcance y que, por lo tanto, toda búsqueda en este sentido resulta inútil e inconcebible. Estamos convencidos de que la verdad solo se desgrana a través del conocimiento certero de la ciencia y que nada tiene que ver con las cosas mismas y en las posibilidades en que se manifiesta.

Ludwig Schajowicz, profesor y pensador austríaco, resalta atinadamente que a los hombres parece costarnos aceptar que el universo es un enigma y, más aún, que en definitiva tanto él como las cosas que le rodean también lo sean. El poeta Rafael Cadenas señala al respecto que el hombre, en especial el moderno, está acostumbrado al conocimiento, cuya jurisdicción es reducida, apenas puede atinar a explicarse cómo funciona la parte de la naturaleza que ha logrado conocer. La razón, por más que intente, por más que busque, no puede con la totalidad. Por ello, ante cualquier expresión que contraríe sus limitaciones, grita: “es inútil, nunca podrás”.

El horizonte, la plenitud

“Horizonte lejano: no puedo tocarte”, escribe Alfonsina Storni. ¿Será efectivamente así? Jesucristo es el horizonte de todo hombre. Idea que, sin duda, tendría que estimularnos a pensar en ir más allá de una cristiandad (una civilización) y hasta de un cristianismo (una religión) consecuencia de la primera. Esto lo señalaba, en cierta forma, Benedicto XVI, cuando sostuvo que la Iglesia del siglo XXI sería salvada por la participación de pequeñas comunidades cristianas, comunidades muy vivas que están renovando el anuncio de manera creativa con la finalidad de mantener viva la llama. Pequeñas comunidades que emprendían la tarea de ir en búsqueda del horizonte como plenitud de la vida en Cristo.

Este horizonte lo definía Raimon Panikkar como cristianía que era descrita como el resultado del encuentro con Cristo como centro de uno mismo, de la comunidad humana y de la realidad. Hombres y mujeres que se lanzaban a la aventura maravillosa que dejarse sorprender por Cristo, asumiendo tal sorpresa como una manifestación de Cristo a la conciencia humana, incluyendo una experiencia del Cristo y una reflexión crítica sobre la misma.

Un horizonte trazado por la experiencia de una original búsqueda teológico-bíblica sobre la vivencia personal de Jesús como mística, que no es espacial, señala el pensador español, o como ya lo había señalado San Pablo al afirmar que ya no era él, sino Cristo quien vivía en él (Gal 2,20). Y esto no nos habla de un horizonte lejano, sino de uno muy cercano, tan cercano que tan solo se alcanza con valentía, fortaleza y amor. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela