Tribuna

El arte de acompañar

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“Pa’ que bailen los muchachos via’ tocarte, bandoneón. ¡La vida es una milonga!
Bailen todos, compañeros, porque el baile es un abrazo:
Bailen todos, compañeros, que este tango lleva el paso.”
(Aníbal Troilo, Enrique Cadícamo)

Invitación a bailar

Es curioso cómo el lenguaje corporal a través del baile ha estado presente siempre en la historia de la humanidad. Existen registros de más de 10.000 años en pinturas rupestres, donde se ve al ser humano primitivo que utiliza el baile como forma de comunicación y expresión. La danza era el elemento principal para dar ánimo a los guerreros, para el cortejo amoroso, así como para el desarrollo de rituales y creencias religiosas, los chamanes las ofrecían para relacionarse con las divinidades y lo sobrenatural, para pedir protección… Egipcios, griegos, romanos… han tenido danzas de fecundidad, guerreras, sacras…[1]



La danza recorrió toda la historia del ser humano, y sigue presente en los eventos importantes de la vida, por ejemplo hoy podemos ver cómo los deportistas inventan sus propias danzas para festejar un gol. De ahí que, la palabra baile y vida se incorporan también al lenguaje popular, con frases como: “la vida es un baile, bailala con elegancia”, “la vida hay que bailarla”, “el cuerpo es un vestido que hay que lucir en el baile de la vida”, “no podemos elegir la música que la vida nos pone, pero podemos elegir cómo la bailamos”, “la vida es un tango”…

Antes que nada, es conveniente aclarar que bailar y danzar son términos similares para indicar el arte que se expresa mediante movimientos corporales, usualmente al compás de la música, aunque no es requisito indispensable esto último. La danza tiene una coreografía más estricta mientras que el baile se lo considera más libre, pero hoy la danza moderna pide improvisación y hay bailes populares que tienen cierta coreografía. Por lo tanto, se asume el criterio de utilizar los términos indiferentemente.

Troilo afirma en su tango que el baile es un abrazo y que la vida es una milonga. Podemos deducir que en el baile del tango existe una condición muy interesante, ya que se lo considera el baile del abrazo. ¿Por qué? Al bailar tango el bailarín abre los brazos, no para asfixiar al compañero/a, sino para darle el espacio que necesita. El que abraza recibe totalmente el cuerpo del otro y así pueden desplazarse por el salón. Siguiendo la metáfora de la vida como una milonga, los bailarines pueden desplazarse por la vida, porque es un espacio creado por ambos.[2] Al primer abrazo en el tango se comprende cómo es conocer al otro sin hablar, porque al poner la mano atrás del corazón uno va con el corazón hacia el otro… de corazón a corazón.

Acompañamiento pastoral

Este concepto tanguero es inspirador para realizar una analogía entre la danza y el acompañamiento pastoral. ¿Por qué? En este último tiempo hemos estado hablando que la realidad en nuestra amada Iglesia es poliédrica, sinodal y ministerial. Estas cualidades exigirían al agente pastoral adaptarse, como en el baile, a los movimientos del compañero/a.

Ministerialidad y sinodalidad son modos de ser en esta realidad “poliédrica”, para una mejor comprensión, recordamos que Francisco describe al poliedro como el espacio donde cada persona “procura recoger lo mejor de cada uno” (Francisco, 2013, exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’, 236). Al ser la danza una actividad eminentemente social que no solamente permite conectarse con uno mismo, sino también con los demás, esta manera de comunicarse nos habilita a realizar la comparación con la formación de los agentes de pastoral en el arte de acompañar. Si consideramos la estructura poliédrica, sinodal y ministerial de la Iglesia, como la pista de baile, bailar exigiría a los discípulos misioneros adaptarse al cuerpo y a los movimientos del compañero o compañera, incrementando así la empatía y la sociabilidad. Hacemos referencia al acompañamiento considerando la vida como el gran baile.

Durante el Pontificado de Francisco, hemos venido trabajando pastoralmente la conversión a una “Iglesia en salida” y una “Iglesia sinodal”. En función de este proceso de cambio, ¿qué cualidades estamos soñando para ser discípulos misioneros?; ¿qué proyecto tiene Dios para que su Iglesia sea en salida y sinodal? ¿Cómo es el Dios en quien creemos y nos invita a ser en salida y sinodales? Sin lugar a dudas, es el  mismo Dios que se dio a conocer a Moisés como YHVH (Yahvé), es decir, “el que estaba, está y estará”[3], y lo manifestó acompañando a su Pueblo en el desierto, acompañando en toda la historia de salvación. En este acompañar, ante su deseo amoroso de estar cada vez más cerca de su Pueblo, se manifestó el envío del Hijo, muy amado, quien despojándose de sí mismo se abajó (Flp 2,7) y “puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14), haciéndose carne para caminar junto al ser humano. Pero Dios Padre, nunca se desentendió y estuvo desde siempre junto a su Hijo, con la fuerza del Espíritu lo acompañó, sosteniéndolo hasta en el sufrimiento de la Cruz. De ahí, que Iglesia en salida es una Iglesia que se abaja y que siendo sinodal camina junto, es decir, que acompaña la vida en todas sus circunstancias. Entonces, como Iglesia debemos repensar nuestro modo “de saber estar con” en clave de acompañamiento, discípulos misioneros, que respetan y sostienen los procesos personales —como el Padre, por la fuerza del Espíritu, sostuvo al Hijo en la Cruz—.

En el año 2013, Francisco nos proporcionó pautas acerca de la urgencia de iniciar en el arte de acompañar en la exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’ 169: “En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez, obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario.[4] En este mundo, los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos (sacerdotes, religiosos y laicos) en este ‘arte del acompañamiento’, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que, al mismo tiempo, sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana”.

Entonces, tenemos que comprender que este acompañar se basa en el clamor que todo ser humano siente el deseo de contar con compañía en los momentos más cruciales de la vida.[5] En esta misma línea, los obispos en el documento del Sínodo de los jóvenes, 2018, punto 91b describen al acompañamiento como una función maternal del ser Iglesia: “Acompañar para tomar decisiones válidas, estables y bien fundadas es, pues, un servicio del que la gran mayoría siente la necesidad. Estar presente, sostener y acompañar el itinerario para hacer elecciones auténticas es un modo que tiene la Iglesia de ejercer su función materna, generando la libertad de los hijos de Dios. Este servicio no es otro que la continuación del actuar del Dios de Jesucristo con su pueblo: mediante una presencia constante y cordial, una proximidad entregada y amorosa, y una ternura sin límites”.

Por consiguiente, el acto de acompañar no es una estrategia sino que es acción evangélica por excelencia.

¿La Trinidad una danza de amor?

Jesús, el Hijo Encarnado, lo comprende desde lo más íntimo de Dios, en lo que los Padres Capadocios llamaron La Danza Trinitaria. La Trinidad se manifiesta, no sólo como diálogo, sino comunicación total y comunión, donde cada persona divina es, en la medida que avanza hacia la otra, ocupando su lugar y habitando en ella.[6]

Este concepto nos invita a pensar la Trinidad como una comunidad de amor danzante, donde cada persona divina se expresa a través de su total donación, volviéndose una con las otras. Esta Danza del amor Trinitario no permanece en sí misma sino que por desborde de amor participa a la humanidad de su danzar. Ser creados para dar Gloria a Dios es, en definitiva, participar de esta danza circular que nos enlaza y entreteje, a todos y a cada uno, elevándonos hacia Él.

Este es el baile de Dios, es decir, el baile de aquellos que giran y giran, con los frutos de la tierra para compartir, con los amores de la vida para disfrutar.

El Dios de la alegría compartida permite que todos puedan bailar… que todos empiecen a bailar y sigan bailando. Esta es la lógica del Evangelio, la lógica de la ternura que se comunica, que integra, que es pura donación.

La armonía del Evangelio

La música del Evangelio, sube desde los pies y eleva a toda la creación en ronda danzando. Esta música que asciende, pone de relieve la importancia de acompañar pastoralmente desde dentro de la realidad humana y desde abajo.[7]

Entonces, no se acompaña desde un escritorio sino bailando la vida con los hermanos y hermanas, tal como lo manifiesta la pedagogía del Hijo Encarnado.

Francisco se subió a la pista del baile y solicita que no se deje de escuchar la música del Evangelio: “Si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados, enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer”. (‘Fratelli tutti’, 277)

En el ángelus del 14 de agosto de 2022, Francisco comunicaba que la fe no es una “canción de cuna” que adormece, sino que es fuego vivo y en el fuego las llamas están siempre en movimiento, tienen su propio baile. Así la fe nos invita a danzar y acompasarnos unos a otros. Hablar del arte de bailar y acompañar en la pastoral, implica la expresión sensible de lo bello, aquello que hace bella la vida. Es el fuego del amor de Dios, que se desea lanzar al mundo, para llevarlo a hombres y mujeres, para que cada uno descubra y experimente la ternura y la alegría de Cristo, que ensancha la pista de baile para que todos quepan.

Los obispos argentinos, en el documento ‘Criterios normativos e itinerario de formación para la institución de ministros laicos catequistas en la República Argentina’, en el apartado 63 expresan que “la Iglesia siente el deber de capacitar a sus catequistas en el arte del acompañamiento personal, ofreciéndoles esa misma experiencia, para crecer en el discipulado y enviándolos también a acompañar a sus hermanos”.

¿Qué se quiere expresar con capacitar ofreciendo la misma experiencia? Simple y sencillamente a bailar juntos la vida acompasada por la música del Evangelio. Es decir, “cum panis”— etimología de acompañar— compartir el pan: el pan de cada día que se invoca en el Padrenuestro, compartirlo con aquella persona que está a nuestro lado, es compartir el pan que genera vínculos y relaciones. Entonces, “hablar de acompañamiento es hablar de personas que comparten, de un proceso que se va nutriendo en forma permanente y recíproca, muy distante por lo tanto de relaciones y decisiones unilaterales”.[8]

Esto es acompañar de corazón a corazón, sin blindaje alguno, donde mujeres, hombres, niños y niñas, ancianos y ancianas, en armonía, escuchan la música del Evangelio y todos juntos se acompasan bailando el sentido de la vida unida por la fe. Todo esto no se puede comprender sino desde la vida misma, cuyo baile se va actualizando permanentemente de acuerdo al dinamismo de las circunstancias y el contexto.

En los últimos días venimos escuchando sobre la corresponsabilidad de laicos y laicas, este concepto nos propone una manera de bailar al son de la música del Evangelio desde diversas perspectivas y no únicamente desde la jerarquía clerical. Desde esta comunión se podrán abordar diversos modos de escucha, de discernimiento o de servicio… dotando a las comunidades eclesiales de creatividad, como realidad poliédrica donde cada lado implica una manera distinta de bailar. Así, todos y todas podemos bailar activamente para liderar los diversos proyectos evangelizadores, que serán llevados a cabo con las distintas inteligencias y habilidades personales.[9]

Unos pasos de baile para finalizar

A partir de todo lo expresado, es posible reflexionar sobre el acompañamiento pastoral visualizando esa magia que tiene el bailarín al danzar que “no es sólo movido, a diferencia del movimiento de una hoja mecida por el viento, sino que “se deja” mover y se mueve a sí mismo… En sus movimientos el bailarín es lanzado a un mundo al que no solo señala y da significado, sino al cual él mismo pertenece y de cuyas leyes no se puede librar fácilmente: por más alto que salte vuelve siempre a la tierra.”[10] El agente pastoral debe tender a ser como el bailarín, que se deja mover y se mueve a sí mismo, una persona cuya espiritualidad está encarnada en la realidad, capaz de percibirla desde la empatía y la comprensión, sin prejuzgar; una persona sabedora de que sus pies siempre tienen que volver a tocar la tierra sagrada del otro y descalzarse frente a ella.

Desde los años 60 se presentó un tipo de danza conocida como contacto-improvisación que invita a los bailarines a no partir de un “determinado movimiento, sino más bien de la necesidad física que surge del cambio del centro de gravedad debido al contacto de un cuerpo con otro cuerpo”…Este tipo de danza considera fuera de lugar el individualismo y lo autorreferencial. Pues lo realmente creativo acontece en una experiencia compartida que produce algo nuevo y no plasma tan sólo las ideas y deseos de una sola persona. Esta creación conjunta que deja aparecer lo novedoso, más allá de los egos individuales, solo es posible cuando ninguno de los participantes trata de imponer su idea.[11]

Es necesario que estemos formados en saber cambiar nuestro centro de gravedad al estar en contacto con nuestros hermanos y hermanas. La analogía con el baile de la vida nos ayuda a soñarnos y pensarnos dentro de un marco eclesial de comunión, de experiencia compartida que siempre genera la novedad que no se basa en la idea o deseo de una sola persona. Formar en el arte de acompañar es crear las oportunidades para que la persona experimente la manifestación de lo novedoso, que logre escuchar la música del Evangelio, la baile y la transmita a otros sin imponerse, sino que por la belleza de su danzar llegue de un corazón a otro corazón. En este baile hay sitio para todos, porque todos bailan con todos, todos llevan el ritmo de la misma música que proviene de la armonía del Evangelio. Esta danza nos convoca a desaprender y dejarnos bautizar desde lo alto nuevamente, para romper con viejas estructuras mentales y abrirnos a lo nuevo.

Luego de todo lo expresado, se puede definir el “saber estar con”, como el arte de acompasar el baile de la vida y la fe. La analogía del baile es la clave para el acompañamiento pastoral, marcado por la ternura y la alegría del encuentro. La Palabra de Dios convoca y enamora, invita a bailar pegado a Ella porque acompasará toda nuestra vida. El discípulo misionero, por desborde de enamoramiento, está llamado a la acción como un bailarín que danza, con sus brazos extendidos y preparados para abrazar cuerpo a cuerpo. Pero, siempre dejando espacio al compañero/a, bailar contemplando el rostro de Cristo en él/ella, corazón con corazón, probando el arte de acompañar en el baile de la vida y participar de esta manera del Gran Baile Divino, del “nosotros-Nosotros.

 

[1] Cf. Gurumeta, J. U. (2017). Evolución de la danza y su lugar de representación a lo largo de la historia. Desde la prehistoria hasta las vanguardias de la modernidad. Axa una revista de arte y arquitectura. 2-21
[2] Cf. La vida como un tango (2009). Encontrarse. La vida en compañía. Recuperado de: https://www.encontrarse.com/n/26409-la-vida-como-un-tango
[3] Carensi, F. (2017). ¿Por qué Dios se presenta en la Biblia como “Yo soy aquel que soy”?
[4] La negrita es nuestra, esto es válido de aquí en adelante
[5] Cf. Ginel, A., Carvajal, JC. (2019). El acompañamiento en la catequesis. PPC, p3.
[6] Pikaza, X. (2016). Trinidad, camino y danza de Dios. La perijoresis. Recuperado de: https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Trinidad-camino-danza-Dios-perijoresis_7_1795690420.html
[7] Cf. Trigo, P. (2013). Relaciones humanizadoras. Un imaginario alternativo. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, p315.
[8] Oblatas, H. (2017).  Pero…al fin y al cabo ¿Qué es acompañar? Aproximación a una definición del término
[9] Martínez Cano, S. (2022). Las mujeres en una ministerialidad sinodal.Una aproximación feminista. Sinite. Revista de pedagogía religiosa. 235-255, p245.
[10] Alarcón Dávila, Mónica. (2015). La espacialidad del tiempo: temporalidad y corporalidad en danza. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 37(106), 113-147, p120.
[11] Ibíd., 123.