En la iglesia interior de S. Gildard, Casa Madre de las Hermanas de la Caridad y de Instrucción Cristiana de Nevers, habitada por estas desde aproximadamente 1855 como regalo recibido de la diócesis de Nevers, una de las naves laterales nos dirige al lugar llamado capilla de Sta. Bernadette hoy en día.
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Sobre la columna izquierda, un discreto celudón sugiere a los visitantes: “A Bernadette no le gustaba que se le hicieran fotografías. Por favor, no hagas fotos”. Habitualmente no se cumple ese deseo, a veces acompañado de un cierto sarcasmo que parece transmitir una pregunta mordaz: “¿Quién hizo la primera fotografía de la Santa en la urna de cristal?”.
Allí descansan sus restos mortales desde su beatificación en 1925, visitados a diario por peregrinos con similar discreción a como el espíritu de Bernadette se manifestaba en esta vida.
Bernadette Soubirous o la hermana Marie Bernard, nombre por el que se identificó a la postulante de Lourdes, se unió a las Hermanas de Nevers en julio de 1866. “He venido aquí para esconderme del mundo”, declaró explícitamente Bernadette a su llegada. Así sucedió… en la medida de lo posible.
Encuentro en Lourdes
Su vida en Nevers transcurrió de forma ordinaria. Una entre muchas hermanas. Una religiosa humilde, sin frases grandilocuentes o sensacionalistas reflejadas en volúmenes de alto contenido teológico. Sencilla en todo y para todos, sin milagros, sin éxtasis o visiones, pero acompañada por las tres ces que destacaban en su vida terrenal: carácter, compromiso y una exquisita coherencia natural.
Esta era la joven que las Hermanas de Nevers habían acogido en la Casa para formarla como religiosa y que un día, sin que Bernadette fuera consciente de ello, llegaría a recibir los más elevados honores que otorga la Iglesia católica a los elegidos del cielo. Pero la misión de la religiosa Marie Bernard ya le había sido susurrada por su Protectora.
Creativa e ingeniosa en los diversos trabajos que se le asignaron, su frágil salud pronto se lo impediría. “No le prometo la felicidad en este mundo”, le había predicho María en sus encuentros en Lourdes. Comenzaba el viacrucis de la hermana Marie Bernard, aceptado y comprendido en una íntima reflexión al servicio de Jesús: “El empleo de enferma”.

Santa Bernadette de Lourdes
Durante los dos últimos años de su existencia terrenal fue acosada por diversas enfermedades que finalmente la dirigieron, del tránsito en abril de 1879, a la felicidad eterna que su amiga María le había prometido aquel lejano 1858.
Había que decidir dónde dar sepultura a sus restos. Tradicionalmente, las Hermanas de Nevers entierran a sus hermanas en el cementerio municipal de la ciudad de Nevers. Sin embargo, inquietas como se sentían las superioras por una curiosidad mundana excesiva, eligieron -previo consentimiento de la diócesis- la capilla de S. José en los jardines de la Casa.
Beata desde el 14 de junio de 1925
Treinta años y cinco meses después, los restos de Bernadette fueron exhumados por primera vez para la causa de venerable. Dos exhumaciones más le seguirían, antes de ser proclamada beata el 14 de junio de 1925.
Se dice que no tenemos presente ni futuro. Solo un pasado que se repite una y otra vez. ¡Ojalá el presente y el futuro próximo se asemejaran a un pasado que tristemente ya es historia! Porque aquel masivo número de nuevas postulantes en la Casa Madre no perdura en estos momentos.
Las Hermanas de Nevers, como tantas otras órdenes religiosas, sufren para mantener un número digno de hermanas que les permita conservar residencias habitadas por todo el mundo, incluida la emblemática de Lourdes. Lo aprendí en una de mis visitas periódicas, cuando me comunicaron que únicamente residen cuatro hermanas, algunas de avanzada edad, en la Casa Madre con capacidad para aproximadamente doscientas religiosas.
En condiciones tan angustiosas, la orden acordó con una empresa francesa laica la gestión de S. Gildard hace algún tiempo. Con un vasto programa en progreso para convertir convenientemente la Casa en un centro cómodo y concurrido, la acción civil no parece armonizar con la espiritualidad de las Hermanas de Nevers, orientada siempre de forma infatigable hacia la enseñanza cristiana, los enfermos y el amor a los pobres. Pero los gestores no engañan. Saben cuál es su principal misión laical en Nevers: el balance de resultados al que las Hermanas de Nevers, como cualquier peregrino, deben contribuir económicamente para alojarse en su propia Casa.

Santa Bernadette de Lourdes
Precisamente el debate acerca de la casa más apropiada para la vidente de Massabielle en el futuro, ya se está planteando por parte de las autoridades civiles, principalmente de Lourdes, para explorar la posibilidad de trasladar los restos de Bernadette a la ciudad mariana. Alegan que sería el destino natural una vez que la falta de hermanas en Nevers impida a estas custodiar a su hermana más ilustre.
Es sorprendente como parecen olvidar las palabras de la bendita de Francia. Y es que, sus propuestas están basadas en vacuos razonamientos o intereses económicos, ignorando el respeto que debiera merecer aquel deseo de la hermana Marie Bernard a su llegada a S. Gildard, su Casa.
“Ama el silencio”
Desbordadas, a veces, por los incidentes de algún obstreperoso visitante ocasional, así como una línea de tiempo extensa que desgasta y va debilitando, las hermanas en la Casa Madre se refugian en una mudez deliberada y persistente. Silencio que parece evocar unas palabras del fundador benedictino de las Hermanas de Nevers, Jean-Baptiste Delaveyne, cuando indicó a sus primeras discípulas: “Ama el silencio, y pon en práctica el consejo de S. Gregorio para no romper nunca el silencio excepto con palabras que valgan más que el silencio”.
Después de un relato tan inquietante, uno puede preguntarse si no hay algo luminoso que compense tanta incoherencia dolorosa en el año del centenario. Sí, los hay y en abundancia para lo que podemos servirnos de un detalle, entre muchos, que explica quién y qué era Bernadette.
Ocurrió en la casa de Dotour, procurador imperial y máxima autoridad civil de Lourdes durante la secuencia de las apariciones. Bernadette había sido llamada para un nuevo interrogatorio que tanto atormentaban a la niña. El fiscal, por medio de trampas y artimañas, pidió a la niña que prometiera no hacer más visitas a la gruta, y se la dejaría en paz. Bernadette contestó, con esa naturalidad tan de ella, cómo “podía prometer algo que ya había prometido”. No dudó ni se asustó, a pesar de los ladridos y amenazas del fiscal. La niña se mantuvo firme, actitud que me recuerda otro proceder en la víspera de la crucifixión de Jesús. Ya nos narra la historia aquellos lamentables momentos: uno lo traicionó, otro lo negó y los restantes salieron corriendo como niños acobardados. Doce hombres adultos que habían convivido con su amigo, el Maestro. La futura hermana de Nevers, sin embargo, una niña acompañada únicamente por su madre, pero sin defensa posible porque solo ella había visto y escuchado, no dio un paso atrás; sabía lo que defendía y a quién protegía: su amiga María, demostración de entereza y coherencia que me recuerda las palabras sabias del papa Pío XI para la beatificación de Bernadette: “Fue fiel en su misión, humilde en la glorificación y valiente para enfrentarse a las dificultades”. Amén