Mons. Darío de Jesús Monsalve. Arzobispo de Cali

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“Uno no puede matar al interlocutor de la paz”

Monseñor Darío de Jesús Monsalve coordina una comisión de obispos cuyo objetivo es facilitar el diálogo entre el Gobierno y el ELN. En conversación con Vida Nueva, el arzobispo de Cali expone cuáles son las principales dificultades que enfrenta dicho proceso. Su comprensión de la paz y su visión de los desafíos que tiene por delante la Iglesia Católica en este momento del país estimulan la pregunta por las acciones pastorales que resultarían prioritarias en un eventual escenario de post-acuerdo.

¿Cómo concibe la paz?

La paz tiene un nombre concreto en Colombia y es participación. Pero participación exige Estado, sistema legal, justicia; que la gente ingrese en una economía honrada, que pueda producir sus recursos para sostenerse fuera de fenómenos degradantes. Es la alternativa que tiene Colombia desde hace muchos años. O es una sociedad mafiosa, desde quien está cultivando droga, vendiéndola en las plazas del microtráfico o traficando con todo lo que significa ese grupo económico en la sociedad, en la industria, en el comercio, en las finanzas, pasando por los sectores sociales, políticos; hasta llegar a los sectores institucionales; buscando corromper y destruir el sistema de justicia; haciéndola inoperativa.

El tema de Colombia es: o somos una sociedad mafiosa, un país mafioso, una economía mafiosa, o realmente vamos a dar el paso a ser una sociedad legalizada y una sociedad donde la producción es libre de sangre; de degradación humana y ambiental.

¿Cómo se expresan la ilegalidad y la criminalidad en Cali?

horizontefemenino.blogspot.comEs muy grave el tema de las pocas o nulas oportunidades de trabajo para la sustentación legal; la mayor parte de la gente tiene que recurrir a la ilegalidad de las plazas de vicio; a los préstamos del gota a gota; a la extorsión; al negocio sexual; a tantas cosas dañinas y peligrosas que muestran que no hay mecanismos de sustentación, entre otras cosas, por una aglomeración poblacional que todavía no ha sido asimilada. Junto a esto es muy grave también la desatención de los enfermos en salud, que se ha ido agudizando; peor que en tiempos de guerra. Los hospitales están muy golpeados por el desvío de los recursos, la corrupción y el desgreño administrativo. Pero lo más grave, indudablemente, son los asesinatos; preocupante, el aumento de asesinatos de mujeres.

Frente a lo anterior, ¿cuál es el principal desafío pastoral de la arquidiócesis?

No somos indiferentes a estos y otros problemas del día a día. El gran desafío que tenemos es vincular a la comunidad eclesial todas las situaciones que hay con la familia, con los esposos. Indudablemente, la pastoral del matrimonio, de la familia, está resentida; no sólo porque los tiempos han cambiado radicalmente, sino también porque a la Iglesia le ha faltado actualizarse, avanzar, unificar mucho más la vida de los creyentes en sus comunidades.

¿Qué respuesta dan a esta realidad?

Estamos buscando los mecanismos para pasar de la comunidad eclesial al tejido social. Está prevista una misión territorial, para ambientar la vida de familia, de vecindad y la vinculación con las comunidades parroquiales. Eso lo hemos venido trabajando; dándole una transformación a la parroquia. En nuestro plan pastoral, la parroquia se renueva haciendo que todo el mundo en la comunidad católica tenga el ideal de conformarse como un servidor. El párroco debe reunir a todos los que son servidores en distintos campos de la evangelización. Entonces, lo primero es esa voluntad de identificar a los servidores y ponerlos en asamblea de agentes pastorales. La segunda cosa es que esas asambleas produzcan una escuela donde se formen los servidores. Producto de lo anterior es la pequeña comunidad; algunas personas entran allí para comprometerse en la tarea misionera permanentemente. Finalmente, lo que se busca es tener un impacto. Es decir: todos estos tejidos sociales tan reventados que tenemos por la violencia, por la droga, por la degradación humana, por el desplazamiento forzoso; toda esta ruptura de tejidos sociales va a tener una respuesta desde ese tejido comunitario que hace la Iglesia. Tenemos muchas comunidades parroquiales, estamos acercándonos a 180: un crecimiento enorme. Tenemos 31 colegios arquidiocesanos, con más de 36.000 alumnos. Tenemos mucho trabajo comunitario; impulso del tejido social a través de los comedores comunitarios y de toda la acción social.

¿Qué ajustes tiene que hacer la Iglesia Católica colombiana para poder responder a los desafíos que le plantea el momento actual?

Lo religioso en un país como Colombia tiene que evolucionar mucho. Hablo de lo religioso porque me refiero también a los evangélicos y a todos los fenómenos religiosos, incluido el islam. Lo religioso se puede volver también un elemento conflictivo, que desintegra a la sociedad; hay que buscar que haya una mayor responsabilidad en el testimonio, tanto de católicos como de no católicos y cristianos, en general; el testimonio religioso que se da en la sociedad; de no corrupción, de transparencia. La Iglesia como un testimonio de transparencia en la administración y en el direccionamiento de los bienes; algo que el Papa ha buscado en el Vaticano.

Hay que buscar también que las iglesias tengamos más comunicación las unas con otras, desde esa responsabilidad que tenemos frente a la sociedad y frente a la verdad de Dios. Un ecumenismo de responsabilidad colectiva frente a lo religioso; no de doctrina.

La Iglesia Católica debe hacer reforma hacia dentro de ella misma, porque indudablemente estos tiempos han desnudado problemas como la pederastia, la crisis de los ministerios eclesiales, la moral sexual que no combina con la realidad que vive la gente hoy. No podemos tapar el sol con las manos o el infierno con los pies. Tenemos que saber dónde estamos parados y, así nos estemos quemando, tenemos que reconocerlo para saber cómo lo corregimos.

Hay quienes plantean que la Iglesia Católica ganaría mucho en credibilidad reconociendo su responsabilidad en hechos de violencia con los que algunos de sus miembros han aportado su cuota en la historia de conflicto. ¿Cree usted que la Iglesia Católica tendría que reconocer esos hechos y pedir perdón?

centrodememoriahistoricaEn este proceso de paz la Iglesia Colombiana debe ser muy auténtica. No debe colgarse ni dejarse colgar o manipular por las tendencias partidistas que hay hoy. La paz se “partidizó”, sobre todo en el tema de plebiscitos. Esa partidización de la paz y la polarización del país implican que la Iglesia se sitúe con mucha finura, en medio de la borrasca.

Creo que nos va a dar una mano muy grande la visita del Papa en el primer semestre del año entrante, que va a estar muy direccionada en esa línea de abrir un camino, de dar un primer paso y de encontrarnos en ese camino. Va a ser un proceso muy dinámico. La Iglesia colombiana es muy dispersa, en cuanto al propósito de la paz; y también está muy afectada por esas partidizaciones, polarizaciones y ideologizaciones de derecha, de ultraderecha, de izquierda y de ultraizquierda. Aquí no se puede hablar solo de lo que pasó en la violencia liberal-conservadora; hay que hablar también de lo que pasó después, con la violencia guerrillera y Camilo Torres, los curas de Golconda y los movimientos de izquierda; y de los movimientos de ultraderecha que apoyaron hasta a los paramilitares; y de la religión en que se apoyaron o se siguen apoyando en algunos casos los sicarios. Es decir, lo religioso es parte del conflicto. Hay que identificarlo y decantar lo religioso para poderlo cohesionar más y volverlo más útil a una tarea como la paz, desde la espiritualidad o las espiritualidades. Los desafíos que tiene la Iglesia son grandes y puede empezar por un mea culpa. Lo primero por lo que la Iglesia puede comenzar es por recitar bien el yo pecador.

Usted coordina una comisión de obispos para facilitar el diálogo entre el Gobierno y el ELN. ¿Cuáles son las piedras en el camino de ese diálogo?

Una es que el ELN es muy fraccionado, porque la dinámica de la guerra en Colombia dañó al sujeto; dañó al interlocutor y muchas veces lo quiso volver trizas. Uno no puede matar al interlocutor de la paz. Siguen pensando que van a acabar con el ELN y eso es muy grave: porque el ELN no son dos o tres mil hombres con un camuflado y un arma, sino que son familiares de esos dos o tres mil; son comunidades, poblaciones y regiones; son organizaciones, incluso, populares; son plataformas ideológicas; son milicias urbanas. Entonces el engaño de los militaristas es que creen que Colombia es un país de camuflados y no ven sino el verde oliva de los camuflados por todos lados. Se les olvida que estamos en una sociedad conflictiva; y que en esa sociedad conflictiva hay más de ocho millones de víctimas registradas, sin pensar en las víctimas históricas. Aquí hay es un conflicto entre víctimas y perpetradores de la violencia; y en esos perpetradores de violencia se ha ubicado el Estado en forma gravísima. Hay sectores políticos que creen que el problema es político, que el problema es entre Santos y Uribe; que el problema es de una línea o de otra y el pueblo se deja engañar. Cuando la Violencia, se creyó que se trataba de un arreglo entre liberales y conservadores. No, la violencia siguió desarrollándose. Ahora tampoco se trata de un arreglo entre unas líneas políticas y otras. Ahora el problema es que hay que erradicar la violencia como tal y rehacer la sociedad civilizada, capaz de construir paz. El ELN está en esa vorágine; en primer lugar, fraccionado; con muchas dificultades para tener una posición común que, en algunos momentos, sin embargo, yo creo que ha logrado plantear.

El segundo factor conflictivo es el hecho de la relación entre el proceso con las FARC y el proceso con el ELN. Ahí puede haber la idea de que el proceso de La Habana es el proceso importante y la idea de que el otro, si no marcha, es problema del ELN, que no se subió al tren de la paz. Entonces, ha habido una actitud de desconocimiento, de menosprecio; una actitud que mezcla la voluntad de paz y la voluntad guerrerista. El ELN se ha sentido siempre como un apéndice de las FARC; como si tuviese que subirse a los tiempos de las FARC o al reloj del presidente Santos, al que ya se le está acabando el tiempo. Ese problema todavía no se ha resuelto. El Gobierno no ha entendido eso. Surgió el problema de que llega ya un plebiscito, y muy probablemente el Gobierno no quiere tener dificultades en él. De pronto, el Gobierno piensa que una mesa de diálogo con el ELN puede significar más problemas; entonces, en el fondo, lo del ELN se está resguardando.

Por otro lado, el ELN ha cometido un error muy grave en el manejo de un asunto que es de coherencia mental, sicológica, emocional, comunicacional; y es el secuestro o retención de personas. El mismo día que se firmó la fase pública, los comandantes del ELN pusieron esa piedra, cuando comenzaron a hablar del secuestro en forma justificativa. Entonces, se metieron allí unos actores, como País Libre y otras instituciones que han venido empujando unas estrategias para que el secuestro sea puesto en primer lugar. Tal vez la involucrada de Salud Hernández en esas zonas -que ella misma, de una forma desafiante, retadora, se hubiese metido hasta esos territorios y tuvieran que detenerla- es parte de esa estrategia para que esos diálogos con el ELN no se den; sin que se ponga el secuestro en el primer plano. Todo eso es comprensible. Se ha venido jugando con candela; ahora el tema es si van a clarificar eso y cómo lo van a clarificar. Hay otras piedras en el camino, como el tema de Venezuela, la crisis interna y la presencia y participación del ELN en Venezuela; como el tema de Cuba: creo que Cuba está interesada también en ofrecer ese escenario; también el tema de Ecuador. Es decir, el ELN tiene también un tema regional, que es complicado; hay que saberlo mirar en términos de una paz regional también. Todo ese contexto ha hecho muy difícil que se llegue al diálogo.

Sin embargo, la comisión de obispos que yo coordino en el momento para el diálogo con el ELN mantiene unas luces de esperanza; queremos volverlas ventanas y ojalá una puerta; para que se rehaga un proceso con esta organización. Me parece fundamental para que todo lo que se está realizando con las FARC pueda marchar bien.

En su pronunciamiento tras la noticia sobre el más reciente acuerdo entre el Gobierno y las FARC, usted decía que el proceso con el ELN, en su etapa oficial, debería, incluso, iniciar con un cese bilateral. Explíqueme esa posición.

DSC03583_siluetaEsa es la propuesta que siempre he tenido yo y que el ELN ha reclamado siempre desde el inicio: cese bilateral. El Gobierno se lo ha negado. Ahora lo firma con las FARC. ¿Por qué no invita al ELN a entrar a ese cese bilateral, sino que insiste en una visión militarista de eliminar a los efectivos armados del ELN? Ese es un desafío para el Gobierno y quisiera que el presidente Santos abriera su mente a pensar eso con su Ministro de Defensa: invitar al ELN a suscribir también como preacuerdo para la mesa de negociaciones -que así estaba pedido- el cese bilateral; eso pondría fin al problema. Lo segundo es que ya se adelante el tema víctimas; que también como un preacuerdo se haga una propuesta humanitaria previa a la mesa de negociaciones; ¿cómo sería esa propuesta humanitaria? Ahí está en lo que quienes estamos de facilitadores tendríamos que ayudar y la sociedad colombiana tendría que entender y no ser tan radical de un lado y de otro.

Hay que darle carácter humanitario al asunto, pero llevarlo a la mesa. El cese bilateral y un acuerdo humanitario destrabarían la mesa; la mesa comenzaría con el tema de víctimas, que es el cuarto tema de la agenda, dado que los tres temas anteriores no son de una mesa de negociaciones propiamente, porque son temas de la sociedad: participación de la sociedad para la paz, democracia para la paz, transformación para la paz.

Miguel Estupiñán

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