Epicentro

Se echa a sus pies. Es solo una niña. Sin nombre. Lo ha perdido en su camino hacia el exilio. Pero para Francisco ella lo es todo. Sus lágrimas se hacen oración. La rescata del suelo. Le devuelve dignidad. Los gritos de un cristiano paquistaní se tornan en plegaria.

“No están solos”. Fueron sus palabras de consuelo a quienes viven en este campo de refugiados convertido en prisión. Ellos han sido la razón de ser de este viaje exprés del Papa a la isla griega de Lesbos. Consuelo y denuncia. De la mano de sus hermanos ortodoxos, el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo. Décadas para buscar romper con el hielo ecuménico desde lo diplomático que se ha desaparece en el encuentro con los últimos. Ahí no hay división alguna.

Acostumbramos a decir que cada viaje del Papa lo ha preparado con especial atención. Esta escapada exprés a Lesbos rompe esa dinámica para convertirse en cumbre del pontificado, junto con Lampedusa. Improvisado como respuesta al acuerdo de Europa con Turquía para contener esta explosión migratoria, ha roto con los muros de la burocracia. Una impronta personal que le reivindica una vez más como el único líder global, el único que se ha embarrado en Lesbos.

El Papa de los refugiados escuchó cómo clamaban libertad ante él. El Papa de las fronteras tocó la alambrada en la que se esfuma un futuro en paz tras huir de la guerra y la persecución. El Papa de las periferias regresa de vuelta a Roma acompañado por tres familias de refugiados. Para poner esas periferias en el centro. Francisco rescata a Lesbos y la sitúa en el epicentro del Vaticano. De la Iglesia.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

Compartir