Silvestre Tornasol y Marcos Lechet: dos sordos geniales


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El profesor Silvestre Tornasol es uno de los personajes más entrañables de las aventuras de Tintín. Tímido, brillante, sentimental, siempre se ha caracterizado por su lealtad a sus amigos. Diseñó el “X-FLR6”, el primer cohete que logró aterrizar en la Luna, y formó parte de la tripulación que dejó sus huellas en nuestro satélite, evidenciando que el hombre, lejos de aceptar los límites, siempre se esfuerza en rebasarlos.



Enamorado secretamente de Bianca Castafiore, creó una rosa blanca a la que bautizó con el nombre de la soprano. Cabe preguntarse por qué el profesor no se atrevió a sincerarse. ¿Quizás por su sordera? Casi todas las personas con graves problemas de audición tienden a retraerse, pues han conocido el rechazo y la incomprensión. A veces, se confunde su sordera con torpeza o falta de inteligencia. El ser humano puede ser muy injusto con aquello que le desconcierta o desconoce.

Una vieja trompetilla

En los álbumes de Tintín, la sordera de Tornasol suscitaba infinidad de malentendidos cómicos. Prefería una vieja trompetilla a un moderno audífono, pues consideraba que solo era un poco duro de oído. De niño, yo no reparaba en que la sordera, lejos de ser algo gracioso, constituye una tragedia. No nos cuesta trabajo identificarnos con experiencias similares a las nuestras, pero nuestra clarividencia se eclipsa cuando nos topamos con algo radicalmente distinto.

Ahora entiendo mejor el tema de la sordera, pues me cuesta mucho trabajo seguir una conversación en un bar o en cualquier otro lugar con mucho ruido. Cada vez que no entiendo algo, sonrío con cara de tonto y asiento, pues me da mucha vergüenza pedir que repitan la frase. Las conversaciones telefónicas no son menos embarazosas. Muchos fragmentos me resultan ininteligibles. Por negligencia, no he acudido aún al otorrino, tal vez porque me asusta la idea de que me den una mala noticia. En mi última revisión del carné de conducir rocé el límite de lo que se estima normal.

Hace unas semanas, publiqué en Zenda una entrevista imaginaria a Silvestre Tornasol, donde señalaba que no se le había concedido el Premio Nobel por su sordera, pues podría haber dado pie a situaciones embarazosas. Poco después de la aparición de la falsa entrevista, Marcos Lechet me envió un mensaje a mi perfil de Twitter, identificándose como sordo. Me confesaba que Tornasol había significado mucho para él, pues, en una época donde los sordos eran menospreciados como tontos sin remedio, un personaje de esas características, con su mezcla de sabiduría, coraje e integridad, le había ayudado a mejorar su autoestima.

Tintín y Tornasol

Sin compromiso real

Pensaba que realmente no le habían concedido el Nobel por su sordera, pues la sociedad siempre había mostrado muy poca paciencia y simpatía hacia una discapacidad que dificulta la comunicación. Todo el mundo apoya la causa de la integración de las personas con diversidad funcional, pero casi siempre se trata de una declaración de intenciones y no de un compromiso real.

España entera se conmovió con el discurso de Jesús Vidal durante la ceremonia de los Premios Goya en 2019, cuando se le concedió la distinción reservada al mejor actor revelación por su papel en ‘Campeones’, la película de Javier Fresser. Sin embargo, esa solidaridad apenas trascendió el ámbito de lo anecdótico. La vida real continuó por otro lado, sin poner fin a las distintas formas de exclusión y marginación de los que sufren limitaciones físicas o psíquicas.

Marcos me invitó a ver un programa de televisión, ‘Gente maravillosa’, donde contaba su historia. Ahí me enteré de que nació en Telde, un municipio de Las Palmas, en 1972. El sarampión cambió su vida muy pronto. Sus padres creyeron al principio que era un niño desobediente y algo rebelde, pues muchas veces ignoraba sus indicaciones. Marcos subía constantemente el volumen de la televisión para escuchar ‘Barrio Sésamo’. Un día dejó de oír la melodía del programa. Se había quedado totalmente sordo, pero la melodía le acompañó durante años.

Refugio en los libros

Sumido en el silencio, la nostalgia preservó del olvido esa sucesión de notas, pues era lo último que había registrado su malograda sensibilidad acústica. El paso por el colegio fue un auténtico viacrucis. Algunos niños le ignoraban o se burlaban de él; otros intentaban ayudarlo, pero no sabían cómo. Los profesores lo colocaban en el primer banco con la esperanza de facilitar las cosas, pero, si comprobaban que Marcos retrasaba la clase con sus preguntas, lo enviaban al fondo. Marcos se refugió en los libros. Allí aprendió a hablar con la elocuencia y riqueza que ahora muestra en sus apariciones públicas.

En una novela, un cuento o un ensayo, Marcos ya no era un sordo, sino uno más y nada le impedía participar en los diálogos. Al no oírse a sí mismo, su voz resultaba extraña. Hablaba muy alto o muy bajo. Cuando le preguntaba al médico si volvería a escuchar sonidos, le contestaba: “Hay cosas peores”. Sentía nostalgia del sonido del mar, pero empezaba a comprender que la felicidad no se mide en decibelios. Es algo que surge de la determinación de abrazar la vida, pese a los obstáculos que surgen en el camino.

Todo cambió con el implante coclear, un dispositivo electrónico con un procesador que permite escuchar los sonidos del exterior. No es un audífono, pues requiere cirugía y no todos los pacientes son aptos. Es un transductor que convierte las señales acústicas en señales eléctricas, estimulando el nervio auditivo. No es un artilugio mágico. Después de implantarse, requiere un proceso educativo para lograr que la conjunción del sonido, los gestos faciales, la lectura de labios y el entorno compongan un todo inteligible.

Activista comprometido

El implante coclear cambió la vida de Marcos. No solo mejoró su calidad de vida. Además, le convirtió en un activista comprometido con los derechos de los sordos. Sin apenas recursos ni el respaldo de ninguna asociación, creó una iniciativa en change.org que reunió más de 250.000 firmas y fue recibido por varios ministros de Sanidad, incluido Salvador Illa. Su iniciativa desempeñó un papel fundamental en la aprobación de una orden ministerial que en 2018 aumentó notablemente la cantidad y la cuantía de las prestaciones al colectivo de implantados cocleares y usuarios de prótesis auditivas.

Recientemente, Marcos consiguió que se aprobaran las mascarillas transparentes homologables, pues las medidas adoptadas para combatir la pandemia habían incrementado el aislamiento de los sordos al imposibilitar la lectura labial. Por todas estas iniciativas, la revista Forbes incluyó a Marcos en la lista de “Las otras cien mayores fortunas de España”. En esa lista “no están quienes destacan por la fortuna que acumulan, sino por la que procuran a los demás”.

Marcos dice que ser sordo es como ver una película de cine mudo sin subtítulos. No quiere que le consideren un discapacitado, pero sí que tengan en cuenta sus circunstancias. En algunos trabajos ha sufrido comentarios despectivos y discriminatorios. ¿Por qué hay tan poca paciencia con los sordos? ¿Quizás porque las prisas se han apoderado de nuestras vidas, impidiéndonos apreciar lo esencial? No reparamos en que nuestra dignidad crece o disminuye en función de la atención que prestamos a los otros. Volcados en nuestras preocupaciones individuales, hemos olvidado que la fraternidad –una palabra con más hondura que la empatía– no es un lujo, sino lo que nos humaniza y nos confiere densidad.

Aportan más de lo que reciben

Las personas con diversidad funcional aportan más de lo que reciben. Sin ellas, la sociedad está incompleta y menoscabada. El papa Francisco ha enfatizado “su múltiple riqueza espiritual y humana. (…) Todos conocemos a tantas personas que, con su fragilidad, incluso grave, han encontrado, aunque con fatiga, el camino de una vida buena y rica en significado”. Olvidamos que “la vulnerabilidad pertenece a la esencia del ser humano”. Vivir significa estar expuesto. Todos podemos transitar hacia un estado de fragilidad. Por un accidente, por una patología inesperada o simplemente por la edad.

La historia de Marcos Lechet muestra que Viktor Frankl no se equivocaba al sostener que el hombre siempre conserva la libertad de elegir. No puede evitar que la fatalidad lo golpee, pero sí puede escoger cómo afrontar el infortunio. Marcos eligió ser feliz y su ejemplo ha ayudado a otros que habían perdido la esperanza. No solo a los sordos, sino a todos los que soportan alguna limitación o aún no han encontrado su camino.

Creo que Silvestre Tornasol se sentiría muy orgulloso de Marcos Lechet. Quizás algún día lo invite a Moulinsart.