¿Sigue siendo significativo lo religioso?


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He observado que, últimamente, algunos programas de Telecinco tienen en sus títulos referencias inequívocas a cuestiones “religiosas”. Así, cuando escribo estas líneas, se anuncia el estreno de ‘Regreso a la última tentación’, un reality en el que algunos personajes verdaderamente llamativos, y comprometidos, son sometidos a la “tentación” del encuentro más o menos íntimo con otros hombres o mujeres. Este programa tiene relación con otro; de hecho, es su secuela: ‘La isla de las tentaciones’, que se publicitaba con la imagen de una serpiente y una manzana, cliché iconográfico del episodio bíblico de la tentación del paraíso. Por otra parte, también hay otro programa titulado La última cena, donde una serie de famosos cocinan y cenan, supongo que con la esperanza de que algunos de ellos se enzarcen entre sí durante el proceso, y que eso, naturalmente, redunde en la subida de audiencia del programa. Hay que añadir que la cena como tal se desarrolla con una escenografía que recuerda la famosa pintura homónima de Leonardo da Vinci.



Máximo histórico de ateos

Esto me lleva a preguntarme de nuevo por la importancia del elemento religioso en nuestro mundo. Según un estudio del CIS que se hizo público el último día de agosto, “la cifra de ateos, agnósticos y quienes sienten indiferencia hacia la religión se sitúa en su máximo histórico, un 38,7 % de la población española; es decir, casi el triple que a comienzos del nuevo milenio (13,1 %)”, según informaba Vida Nueva. “La pérdida de fe –seguía diciendo Rubén Cruz en VN– se hace más visible en los más jóvenes, pues, entre los 18 y los 34 años, el 62,05 % se reconoce como no creyente”.

La última tentación Telecinco

¿Puede ocurrir que, aunque la religión –en su concreción histórica cristiana– va desapareciendo del horizonte vital de los españoles, su imaginario simbólico prevalezca todavía en una buena medida? Si es así, ¿hasta cuándo durará eso? Lo que es evidente es que, como demuestran los programas televisivos antes citados, los símbolos religiosos –más o menos acertados– siguen “funcionando” entre la gente, es decir, siguen siendo significativos. Al menos, por lo que respecta a su dimensión “cultural”. La dimensión específicamente religiosa, obviamente, es harina de otro costal.