¿Se puede comer sin trabajar?


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Leyendo el libro de Stéphane Courtois, ‘Lenin: el inventor del totalitarismo’ (La Esfera de los Libros, 2021) –obra muy recomendable, por cierto–, he descubierto que el creador del Partido bolchevique emplea varias veces en sus escritos una frase que procede de la segunda carta a los Tesalonicenses (por supuesto, sin mencionar su origen): “El que no trabaje que no coma”. Lo hace, por ejemplo, en ‘El Estado y la revolución’, de 1917: “El principio socialista: ‘El que no trabaja no come’, ya está realizado, y el otro principio socialista, ‘una cantidad igual de productos por un importe igual del trabajo’, también se está llevando a cabo”. Incluso llegó a formar parte de la Constitución de la Unión Soviética de 1936: “El trabajo en la URSS es un deber y una cuestión de honor para cada ciudadano apto, de conformidad con el principio: ‘El que no trabaja no come’” (art. 12).



“Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes 3,10)

Al margen del empleo que hace Lenin de la frase –dirigida exclusivamente contra lo que él llamaba burguesía–, el texto de 2 Tes tiene una formulación y un contexto concretos que conviene tener en cuenta. El texto griego dice así: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes 3,10). Es importante lo de “querer trabajar”, porque es lo que sitúa correctamente la frase. En efecto, Pablo –o el autor de la carta, ya que se discute la autoría paulina– estaría denunciando la actitud de algunos miembros de la comunidad de Tesalónica que, apoyándose en una idea muy extendida entre los cristianos de los orígenes: que la venida de Cristo en gloria –la parusía– era algo inminente, habían dejado de trabajar y se dedicaban a vivir del esfuerzo y el trabajo de los otros miembros de la comunidad cristiana. Lo cual explica la continuación de la carta: “Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (2 Tes 3,11-12).

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Los cristianos hemos “personalizado” la parusía de Cristo (en la práctica, la esperamos para cada uno de nosotros, no para todos en general), a la vez que la pensamos dilatada en el tiempo (pensamos que se producirá en el momento de la muerte). Pero seguimos defendiendo el valor y la dignidad del trabajo, porque es una de las cosas que hace al hombre semejante a Dios.