La situación mundial y nacional ha hecho que últimamente los nombres cobren importancia. Todos pudimos ver, por ejemplo, cómo al cardenal Robert Francis Prevost, a partir de su elección como papa, todo el mundo le llama ahora León XIV. Esto se debe, como es sabido, al hecho de que el cambio de nombre indica una nueva “personalidad” o una nueva tarea.
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Esa era la razón de que, antiguamente, las personas que entraban en la vida religiosa se “transformaban” en otras personas, y lo mostraban cambiando el nombre. Así, por ejemplo, quien fue el capuchino Felipe de Fuenterrabía se llamaba en la vida civil Casimiro Juan José Pérez Aguirre.
En la vida política de nuestro país, aún es noticia el comportamiento del que fue presidente de la Diputación de Badajoz, del PSOE, que, para librarse de un juicio por la vía ordinaria en el caso del hermano del presidente Sánchez, ha maniobrado para formar parte del Parlamento de Extremadura y así estar aforado. Una de las cosas más llamativas del asunto es que el individuo en cuestión se llama Miguel Ángel Gallardo, siendo ese apellido lo más contrario al proceder del político. Para muchos, en cambio, el apellido de Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, le cuadra perfectamente al personaje.
En la Biblia, los nombres tienen significado. Muchas veces, como augurio sobre quien lo portaba. Así, cuando nace Benjamín, el hijo menor de Jacob, se produce una curiosa situación: “Cuando le apretaban los dolores del parto [a Raquel], la comadrona le dijo: ‘No tengas miedo, pues también este es un niño’. A punto de expirar –pues se estaba muriendo–, lo llamó Benoní [hijo de mi dolor], pero su padre lo llamó Benjamín [hijo de mi diestra, el lado positivo]” (Gn 35,17-18).
De buen juicio
En otros casos, el nombre del personaje es una descripción cumplida del sujeto. Es lo que ocurre en un episodio del ciclo de David. Cuando el que será el gran rey de Israel era solo una especie de jefe de banda que vivía refugiado de la persecución de Saúl, mandó a sus hombres a que fueran a la casa de un rico propietario: “David se levantó y bajó al desierto de Farán. Había un hombre de Maón, que tenía su hacienda en Carmel. Era muy rico, dueño de tres mil ovejas y mil cabras, y se encontraba entonces en la época del esquileo de las ovejas en Carmel. El hombre se llamaba Nabal, y su mujer, Abigail. Esta era de buen juicio…” (1 Sam 25,1-3). En el desarrollo de la historia se ve clara la diferencia entre los esposos, ya que, si Abigail era de buen juicio, Nabal se mostrará como un estúpido o un necio, que es precisamente el significado de su nombre.
Hay que hacer lo posible para que, sean cuales sean nuestros nombres, nuestros comportamientos no nos dejen en evidencia.