Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Primero te quiero. Después la prueba


Compartir

La liturgia nos ayuda y a veces nos desconcierta. Algo así creo que pasa con las tentaciones de Jesús. Si leemos justo antes en cualquiera de los evangelios sinópticos (Mt, Mc o Lc) caemos en cuenta que lo previo al desierto fue el bautismo. No el tiempo ordinario. Pero litúrgicamente nos queda demasiado lejos, al terminar el tiempo de Navidad. Y es una pena.



Es una pena porque así se nos puede olvidar más fácilmente que para adentrarnos en el desierto (con sus tentaciones) y sobrevivir, previamente necesitamos haber vivido algo semejante a lo que Jesús vivió en el Jordán.

Quizá la liturgia podría recordarnos antes de entrar en la Cuaresma que para transitar por ella como Dios manda hemos de sabernos primero queridos, confirmados, enviados. Que de alguna manera hayamos escuchado con voz clara y simple: te quiero. Cada cual con las palabras que necesite. Para Jesús las palabras debieron ser algo así como: “Tú eres mi Hijo, muy querido” o “Este que veis aquí es mi Hijo, a quien quiero mucho”. Y la misma bocanada fresca (Espíritu) que le envolvió entonces, le condujo por el desierto, la soledad, la prueba, la duda.

¿Quién no se ha visto empujado a un tiempo de prueba?

¿Quién no ha atravesado algún que otro desierto?, ¿quién no se ha visto llevado, incluso empujado, a un tiempo de prueba? Esos momentos (espacios y tiempos) en que la vida nos pone delante nuestras debilidades, nuestros puntos débiles, nuestras trampas y tretas también son desiertos. Gracias a Dios, lo sepamos o no, previamente también la vida nos ha susurrado nuestra fortaleza, nuestro potencial nuestro manantial más hondo y auténtico.

Por eso, una sugerencia: cuando meditéis o recéis con las tentaciones de Jesús permitiros ir unos versículos antes y recuperar la profunda experiencia que tuvo Jesús en el Jordán. Y dejaos ungir con Él. Ungir por Dios, por su Espíritu de libertad, de amor, de comunión, de diversidad. Después, cuando hayáis escuchado decir vuestro nombre y que sois muy queridos y merecéis la pena, entonces y solo entonces, dejad que la prueba os confronte y os devuelva esa parte de vosotros mismos que igual está pidiendo una manita de pintura.

Como dijo Mons. Ignacio Hazim, metropolita ortodoxo de Lattaquié (Siria), en su famoso discurso al inaugurar la Conferencia Ecuménica de Uppsala (Suecia) en 1968, “sin el Espíritu Dios está lejos; Cristo se encuentra en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organiza­ción; la autoridad, despotismo; la misión, propaganda; el culto, una evocación; y la vida cristiana, una moral de esclavos”.

Dicho de otro modo, ¿cómo sería una Cuaresma si antes de recibir la ceniza penitencial tuviéramos una celebración donde nos recordaran lo mucho bueno recibido y lo muy queridos que somos? ¿Qué tal iniciar un camino a la Pascua escuchando “te quiero como eres” mucho antes que “conviértete y cambia”? Quizá serían más fecundos nuestros desiertos, nuestras caídas y nuestros frustrados intentos de hacer frente al tentador y sus mentiras.

En nada que merezca la pena será primero la prueba; primero será el amor. Y desde ese Espíritu de amor que igual nos conduce a los torrentes que al desierto, entonces sí, convirtámonos y creamos en el Evangelio.