José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

¿Pecado o Bendición?


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Considerar a la homosexualidad como una enfermedad fue un avance… en el siglo XIX. Y es que antes se le calificaba como una perversión, un vicio, una depravación, una contaminación, y demás calificativos semejantes. Pero llegaron personajes como Richard von Krafft Ebing y Sigmund Freud, que la consideraron una psicopatía.



Tal clasificación aminoraba un poco la animadversión para los homosexuales pues, más allá de que si su “enfermedad” era hereditaria o adquirida, lo cierto es que a partir de ese momento algunas voces compasivas cambiaban la agresividad en su contra por la amable comprensión. “¡Pobrecitos!” –se lamentaban– “¡Están enfermos!”.

Pero llegó el año de 1973, y con él la declaración de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, que sacó a la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Lo mismo hizo la Organización Mundial de la Salud en 1990. Es decir, las instituciones sanitarias más reconocidas del mundo han declarado que la homosexualidad no es una enfermedad, pero en la Iglesia católica no le queremos hacer caso a tales diagnósticos.

En muchas diócesis del mundo las presentaciones matrimoniales incluyen, en el renglón de las enfermedades que afectarían al sacramento, a la homosexualidad junto a la epilepsia, el alcoholismo, la bipolaridad, etc. Igualmente en el mundo entero abundan las terapias de conversión, que han vuelto a la palestra con la renuncia del obispo español de Solsona, promotor y participante de tales procedimientos.

hombre solo

Más allá de la clasificación que nuestra querida Iglesia se obstina en aplicar a la homosexualidad, de insistir en que ella es una enfermedad, está detrás la concepción de una sexualidad vinculada estrechamente al pecado, y en la que se le castra al homosexual su capacidad amatoria.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su #2359, que “las personas homosexuales están llamadas a la castidad”. Le falta añadir que también están obligadas, no invitadas, a vivir el celibato.

Mientras la homosexualidad, entonces, se siga considerado un pecado y no una bendición, una oportunidad –como la heterosexualidad y demás preferencias sexuales– para vivir a plenitud la condición humana, no solo se culpabilizará al gay que quiera establecer una relación comprometida y responsable con otro, sino que se le invitará a “convertirse” de su enfermedad-pecado. Así, se le seguirá privando de la bendición que significa amar a otra persona, compartir horizontes en pos de un ideal común, luchar codo a codo por transformar este mundo en pareja.

Los que necesitamos convertirnos somos otros.

Pro-vocación

Greg Epstein, de 44 años, acaba de recibir el nombramiento de Máximo Capellán de Harvard. Su tarea consiste en coordinar las actividades de los 40 capellanes de la prestigiada universidad, que tienen a su cargo las comunidades cristiana, judía, musulmana, hindú, budista y otras religiones. La noticia no llamaría la atención salvo por el hecho de que Epstein… ¡es ateo! Muchos estudiantes, sin embargo, afirman que el autor de “El Bien sin Dios” ha tenido una gran influencia en su vida espiritual. Lo dicho. Las religiones tienen que apurarse para transmitir espiritualidad a sus fieles.