Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

‘Parresía’ y Segunda Enmienda


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Me resultan siempre escalofriantes las noticias de matanzas en centros educativos que nos llegan de Estados Unidos cada cierto tiempo. No alcanzo a hacerme la idea del dolor que provoca que un lugar de aprendizaje y despliegue humano como es un colegio pase a ser un espacio de muerte, sufrimiento y traumas.



Aún más desconcertante me parece cuando la polémica en el ámbito político se polariza entre quienes, con sensatez, pretenden controlar el acceso a las armas de fuego y aquellos que lo consideran un derecho y proponen armar a los profesores, no tanto para prevenir este tipo de situaciones, sino para convertir el instituto en un campo de batalla con dos frentes en igualdad de condiciones para emprender la lucha armada. No sé si es solo a mí, pero la situación me resulta casi caricaturesca. 

En medio de esta polvareda política, que por ser en USA repercute a medio mundo, los obispos estadounidenses se han pronunciado. Su comunicado adquiere la forma de un pésame aséptico, sin un posicionamiento claro y donde se transparenta esa pretensión de imparcialidad que no satisface a nadie y que huele, más bien, a querer quedar bien con todos, a disparidad de criterios dentro del grupo episcopal o a dificultades para abordar los conflictos que provocaría tomar postura.

Hablar con franqueza

Y es que aquí y al otro lado del mundo, hay realidades que pierden su perspectiva y se transforman en armas arrojadizas para atacar a quienes enmarcamos en la facción opuesta. Cuestiones tan importantes como la educación, la pluralidad lingüística, el papel de la mujer o la protección de la vida, se convierten en temas vinculados a posturas políticas contrarias e irreconciliables, de tal modo que situarse ante ellas parece condenado a identificarse con uno de esos bandos opuestos.

Podéis llamarme ingenua, pero creo que las polarizaciones no son sanas, que lo propio de quienes siguen a Jesús no es alzar muros sino crear puentes, que se hace urgente un diálogo sereno, sensato y con todos para buscar el bien común… y que, además, todo esto no está reñido con laparresía’. Este término griego, que tanto se emplea el Nuevo Testamento, significa hablar con libertad, abiertamente, con un delicado respeto que no se contradice con tomar una clara postura. Se trata de un hablar honesto, sin renunciar a lo que se piensa y se cree por miedo a las consecuencias que pueda tener. Expresarse con esta franqueza, que caracterizó a Jesús y a los testigos de la Resurrección, es un don del Espíritu Santo, pues cuando nos llenamos de Él, se proclama la Palabra con parresía (cf. Hch 4,31), eso sí, sin que le guste a todos.